(II) CONQUISTADOR CACERENSE-HERNANDO PIZARRO
- Llopis Ivorra-AgustinDiaz
- 24 abr 2020
- 15 Min. de lectura
Actualizado: 7 jun
(II) INDIANOS CACEREÑOS
LA FAMILIA PIZARRO
Hernando Pizarro
Crónica desde la calle cuba de mi Llopis Ivorra
Era Hernando Pizarro, hermano de Francisco, y el único de esta familia nacido legítimo, más instruido y cortesano que aquel, aunque de sentimientos menos elevados y generosos, era el prototipo de la ambición, el orgullo y la altanería. Desconoció a su hermano mientras fue porquero o soldado, se asoció con él y se vanaglorio del lazo fraternal que los unía, cuando nombrado este capitán general de la américa del Sur, llegó a Trujillo a reclutar hombres de armas.
Antes de pasar al Nuevo Mundo, había servido en Italia a las órdenes del Gran Capitán, y si en parte su carácter envidioso acarreo a su hermano más de un conflicto, y precipito el rompimiento de este con Diego de Almagro no dejo de valerle en otras ocasiones, porque como militar era valiente y estratégico como pocos.
Encontramos a Hernando ya en Indias. Hermano mayor de Francisco, se transforma en su hombre de confianza y es encargado por el capitán de comunicar al Emperador el regreso a España, los logros que se habían conseguido, y traer el oro, plata y pedrería que correspondía a la Corona en el reparto.
De nuevo en Perú, Hernando acomete, junto con sus hermanos, numerosas empresas guerreras. Presencia la muerte de su hermano Juan Pizarro, apodado “El Bueno”, no escatima sacrificios en ponerse en primera línea cubriendo puestos de gran peligro y sufre prisión junto con su hermano Gonzalo, fruto de las desavenencias sufridas entre Almagro y Francisco, como consecuencia de las reales provisiones llegadas a Perú desde España dándole al último el título de marqués, que no fue ostentado como tal hasta 1645 por D. Juan Hernando Pizarro, Marqués de la Conquista y biznieto del descubridor. Liberados Hernando y Gonzalo y muerto Almagro, se inicia el descubrimiento del Amazonas.
En ese intervalo, Hernando regresa de nuevo a España portando las riquezas que a la corona correspondían de la conquista.
Con un puñado de soldado, se arrestó a ocupar la ciudad de Pachacamac, meca de los peruanos, entrando a vista de estos en el templo del sol, derribando el delubro (santuario) y haciendo pedazos el venerado símbolo y despiojando el santuario de más de 700 planchas de oro que tapizaban sus paredes. Y tan aficionado quedó a aligerar los teocalis (basamento Piramidal) peruanos de tan pesados y monótonos ornamentos, que repitió su desinteresada limpia en los Tambo, Vilcas, Tucunga, y Tomebamba.
Muerto el Inca Atahualpa, su hermano el general lo comisiono, para que trajese a España el quinto de las riquezas que le correspondió a la corona, Y en Calatayud, donde encontró al Monarca Carlos V en 1.534, produjeron verdadero asombro el sinnúmero de barras de oro, vasos, lámparas, collares y alhajas diversas que Hernando Pizarro, mostró al emperador y sus cortesanos, más medio millón de pesos de oro que reanimo la precaria existencia del anémico fisco. Grandes mercedes le hicieron el monarca, así como a sus hermanos y demás esforzados capitanes que allende el m batallaban por el engrandecimiento y esplendor de España., a él le dio el hábito de Santiago y a la cabeza de una numerosa flota, hizo rumbo de nuevo a las indias occidentales.
Llegando al Perú, su hermano Francisco, que siempre lo respeto, tanto por ser mayor en edad y en superioridad intelectual, depositó en sus manos las riendas de aquel complicado gobierno, para dedicarse libre de tales cuidados a proseguir sus conquistas, y no solo puso a su devoción los asuntos públicos, si no al Inca Manco-Cápac, a quien había hecho prisionero. Más como la codicia no puede luchar mucho tiempo, con la astucia, y aquella se había enseñoreado en absoluto del espíritu del santiagués, el noble prisionero, inteligente y ladino como pocos, descubrió pronto el flaco de su guardador, cuya confianza había logrado captarse. En dos ocasiones le había indicado sitio donde se había guardado oro, y acudiendo a ellos solícito Hernando Pizarro, no vio burladas sus pesquisas, con esto apremiaba más y más el cautivo cada día, por suponerlo enterado de todo el oro escondido en el dilatado imperio, y como estos hallazgos eran furtivos, no había que segregar a ellos parte alguna, ni para los demás conquistadores ni para la corona.
-Si has de guardar el sigilo,- le dijo Manco, un día- yo te llevare donde yace soterrada la estatua de oro macizo de mi padre el gran Huayna Capac. –Lejos de aquí, -pregunto el avariento gobernador. - en las estibaciones de los Andes.
Esta respuesta mortifico a Hernando Pizarro, porque su hermano le había advertido que no saliese del Cuzco, cuya ciudad era vigilada por el enemigo, pero como demorar un solo día la posesión de la anunciada riqueza. Eligió dos soldados de su confianza, y los mando al par que, al Inca, a buscar la efigie del padre de este, el resultado de esta expedición es de presumir, Manco acostumbrado a vagar por las fragosidades de los Andes, pronto escapó a la vigilancia e sus centinelas y recobro su libertad, su presencia entre las huestes peruanas, produjo un efecto mágico y prestó mayor calor a la guerra con los invasores. A los pocos días el propio Manco-Capac, a la cabeza de un numeroso ejército, cayó sobre el Cuzco y le puso sitio.
El valor de Hernando Pizarro, en este cerco, rayó el heroísmo, libre de él, se vio sorprendido por otro suceso de no menor compromiso. El Mariscal Almagro a quien se había encomendado la conquista de Chile, harto de experimentar contrariedades en aquel país, se volvió al Cuzco, pretendiendo que esta ciudad estaba comprendida dentro del territorio que le había asignado la corona , Negosé Hernando Pizarro a hacerle entrega de ella, pero Almagro que disponía de quintuplicado número de soldados , se apodero de la ciudad a viva fuerza estamos en 1.537, reduciendo a prisión a Hernando Pizarro y a su hermano Gonzalo, que en las mismas calles habían hecho aquellos esfuerzos por impedirlo.
Rodrigo Orgoñez, segundo de Almagro, aconsejó a este con insistencia que matase a los dos hermanos, pero el Mariscal atento a la intersección de Alonso de Alvarado, y rindiendo aun tributo a la amistad que un tiempo lo había unido con el marqués, se negó a tal felonía. Entonces Orgoñez, como inspirado por un espíritu profetizo: Un Pizarro jamás perdona una injuria, y las que estos han recibido s demasiado grave para que la olviden. Medió Francisco Pizarro en favor de sus hermanos, y estos salieron libres del poder de sus enemigos, pero la guerra civil, torno a alumbrar con siniestros resplandores, aquellas provincias desventuradas, y en la batalla de Salinas Almagro derrotado cayo en poder de Hernando y Pizarro, que lo aherrojaron en tétrico e insano calabozo.
Formosé el consejo de guerra y fue condenado muerte, muchos caballeros intercedieron con Hernando para que hiciese gracia al capitán Almagro, pero ya lo dijo Orgoñez, Un Pizarro jamás perdona, y Hernando se encargó de comprobarlo cerrando sus oídos a la voz de la piedad, consiguiendo que el vil garrote pusiera fin a una vida dedicada al servicio de la patria.
Al haber sido condenado a muerte Almagro, tras su derrota en la batalla de Salinas, el odio se apodera de los seguidores del muerto y Hernando (que formaba parte del tribunal que decretó la sentencia de muerte), es encerrado en el castillo de la Mota, en Medina del Campo durante diecinueve años por “haber excedido en algo el orden judicial”, El ajusticiado tenía muchos e influyentes amigos en la corte Española, y si es en Perú no había que temer de cosa alguna, aquellos no dejarían de sacar partido de tal suceso contra los Pizarros , necesitó parar el golpe a tiempo, y como para luchar se necesitaban otras armas que el dinero, Hernando , principal factor de aquella operación , forzó más que nunca la explotación de sus ricas minas del Porco, y al año de haber ejecutado a su odiado enemigo se embarcó para la patria cargado de riquezas, no dudando que los magnates tenderían un manto de impunidad al capitán, si derramaba el oro a manos llenas , pero no le valió .saliendo de allí para trasladarse a su mayorazgo de Zarza (hoy Conquista) sin más consecuencias. después de haber fundado el mayorazgo, más cuantioso que se conoció en Extremadura y tal vez en la península.
Casado con la hija de su hermano, sobrevive un solo hijo del matrimonio, D. Francisco, que tendrá sucesión al casarse con Doña Francisca Sarmiento, siendo el hijo de estos dos, el ya nombrado primer marqués de la Conquista D. Juan Hernando Pizarro.
Hasta su muerte, D. Hernando se dedica a la consolidación del matrimonio, construcción del hospital, que sería sede de la fundación que desaparecería al perderse la línea sucesoria varonil y deshacerse el matrimonio en pleitos, y a la construcción del palacio que hoy preside, junto con la estatua de su hermano, la Plaza de Trujillo.
Muy anciano, casi ciego y hundido por los odios y los rencores, el 30 de julio de 1578 en Trujillo y ante el escribano Bartolomé Díaz y junto a su esposa Doña Francisca Pizarro otorga testamento, falleciendo al poco tiempo.
APUNTES
Hernando Pizarro no había nacido en 1500 como ha señalado una buena parte de la historiografía sino algunos años después, entre 1504 y 1505, que es cuando su padre y su madre se desposaron, pues no debemos olvidar que era legítimo. Sin embargo, tampoco es posible retrasar más allá de 1505 su nacimiento, pues conviene recordar que está documentada su presencia en Navarra junto a su progenitor. Además, es muy probable que cuando en 1521 fue nombrado capitán de Infantería, tuviese al menos 16 años de edad, retrotrayendo su nacimiento hasta 1504 o 1505. Lo cierto es que Cuando lo reclutó Francisco Pizarro era ya el titular del mayorazgo de Gonzalo Pizarro y, además, se había criado dentro del mundo del privilegio que le otorgaba su condición de hidalgo.
Las crónicas lo describen como una persona de una fuerte personalidad, además de orgulloso y ambicioso, tanto que influyó mucho en su hermano, el gobernador Francisco Pizarro, y en el desarrollo de los acontecimientos en la conquista del incario. Éste se mostró extremadamente generoso con él pues obtuvo una inmensa fortuna, tanto en oro como en encomiendas, solo por debajo de las riquezas amasadas por el propio gobernador. El objetivo de ambos hermanos fue desde el primer momento totalmente diferente: mientras Francisco siempre pensó en quedarse en el territorio que conquistó y sobre el que creó un nuevo orden, Hernando pretendía obtener las máximas riquezas posibles y traerlas a España para encumbrar su linaje.
En 1534, con motivo de su primer retorno a España, se ocupó de solicitar un hábito de Santiago, el cual no tuvo dificultades para conseguir, dada su ascendencia hidalga y el caudal que poseía. Muy diferentes fueron las cosas en su segundo retorno en 1539, pues, como veremos a continuación, fue acusado y condenado por la ejecución del adelantado, mariscal y gobernador de Nueva Toledo, Diego de Almagro.
2. JUICIO Y CONDENA DEL CONQUISTADOR
El 3 de abril de 1539 abandonó Cusco con el objetivo de acudir a la corte del Emperador a intentar justificar lo injustificable, es decir, la ejecución del gobernador de Nueva Toledo, Diego de Almagro El Viejo. Ya no había apuros económicos porque, además del dinero que pudiese ir llegando de Nueva Castilla, disponía de un buen número de rentas sobre inversiones que había realizado en su primer retorno a la Península, allá por 1534. Algunas de esas rentas eran las siguientes:
inicialmente cuando Hernando Pizarro desembarca en Sevilla, disponía de 100.000 maravedís anuales desde 1535, lo que suponía un montante ahorrado de al menos 400.000 maravedís. Además, sus hermanos acumulaban rentas de más de medio millón de maravedís anuales que se le debían pagar desde 1537. Con posterioridad, compró otros juros por valor de más de medio millón de maravedís. Según Bernal Díaz del Castillo se presentó en la corte de luto, por la muerte de la emperatriz, y con un séquito de unas 40 personas. En Madrid coincidió nada más y nada menos que con su sobrino Hernán Cortés, aunque la situación de ambos extremeños era muy diferente. Mientras éste recibió un trato excepcional por el Consejo de Indias, siendo alojado en casa del comendador don Juan de Castilla, el trujillano se enfrentó a un largo proceso en el que sería finalmente condenado. Y es que sus problemas comenzaron nada más pisar tierras peninsulares, primero, con la justicia, pues se presentaron serios cargos contra él, y segundo, con sus finanzas ya que le embargaron una buena parte del capital repatriado, así como otras partidas que llegaron a través de distintos testaferros.
Está claro que se le habían adelantado y ya pululaban por la Corte varios damnificados, reclamando justicia. Unos procediendo criminalmente, pidiendo la pena de muerte, y otros civilmente, solicitando indemnizaciones multimillonarias. Una de las denunciantes era Leonor Becerra, madre de Hernando de Alvarado, herido en la batalla de las Salinas y asesinado cuando emprendía la retirada. El 4 de mayo de 1540 había otorgado poderes en Madrid a Íñigo López de Mondragón, solicitador de causas en el Consejo de Indias, para que procediese civil y criminalmente contra el trujillano. Poco después estaba en la corte de Valladolid Diego de Alvarado, difundiendo la versión de los almagristas en la que obviamente el hijo legítimo del capitán Gonzalo Pizarro salía bastante mal parado.
El 19 de marzo de 1541, Hernando Pizarro escribió desde Madrid una efusiva misiva al Emperador, eso sí, sin mencionar nada referente a la guerra con los almagristas y a la ejecución de los cabecillas. Se limitó, diplomáticamente, a narrar las riquezas de aquellas tierras, conquistadas por él y sus hermanos, donde abundaban las minas de plata. Asimismo, subrayó el sometimiento del rebelde Manco Inca que, aunque seguía vivo, no era ya una amenaza pues, a su juicio, disponía de pocos fieles y los curacas no acudían en su socorro porque quedaron cansados y amedrentados de la guerra pasada. Sin embargo, las buenas palabras le sirvieron de poco porque los almagristas habían ganado ya el juicio mediático y no quedaba ni rastro del buen nombre de los Pizarro.
Alonso Enríquez de Guzmán, gentilhombre de la Casa real y albacea testamentario de Diego de Almagro, lo acusó de haber provocado con su intransigencia la rebelión del Inca y de haber asesinado a Diego de Almagro y a varios cientos de sus hombres. Además de la pena capital solicitó una indemnización de 126.000 ducados por haberle robado su hacienda, y 500.000 pesos para Diego de Almagro El Mozo. Asimismo, reclamó la confiscación de las valiosísimas piezas de oro y plata que había traído consigo y que se las había arrebatado ilegítimamente a Diego de Almagro. El fiscal Villalobos procedió contra él con los siguientes cargos: asesinato de un gobernador real, negligencia en la acción contra los indios y robos, confiscaciones y fraude continuado a la hacienda pública.
Se ordenó su prisión sin fianza a la espera de juicio, recluyéndolo en el Alcázar de Madrid desde primero de mayo de 1540. El trujillano, consciente de que se jugaba la cadena perpetua e incluso la pena de muerte buscó los servicios de los mejores juristas del momento, como Sebastián Rodríguez y Juan de Uribe, ambos solicitadores de causas en el Consejo de Indias. El primero, trabajaba para su hermano Francisco Pizarro, cobrando 300 ducados anuales, lo mismo que percibía el licenciado Francisco Calderón por defenderle a él mismo. La carta de apoderamiento a favor de Sebastián Rodríguez y Juan de Uribe se escrituró en el Alcázar de Madrid, el 23 de mayo de 1540. El primero estuvo ayudado por los doctores Rivera y Buendía, primero y después por los licenciados Francisco Hernández de la Canal y Castillo, con un salario anual de 50.000 maravedís cada uno. Otros muchos juristas y administradores se encargaron de la gestión de su hacienda y de afrontar otros muchos pleitos que el trujillano mantenía, como el ya citado licenciado Francisco Calderón, Juan de Reina, Íñigo López de Mondragón, Diego Rodríguez de Narváez, Francisco Morán, Juan Sánchez de Casas y Martín Alonso, vecinos de Trujillo. Toda una legión de abogados, letrados y procuradores necesarios para defenderse de la veintena de pleitos a los que simultáneamente tuvo que enfrentarse desde su regreso a España.
En un primer momento fue condenado al exilio a la frontera africana; sin embargo, tras una primera apelación, el 3 de marzo de 1545 se emitió en Valladolid una nueva sentencia por la que se le conmutó el destierro por su reclusión en el Castillo de la Mota, donde se encontraba desde el 8 de junio de 1543. Allí pasaría un total de 18 años, es decir, hasta 1561, en que fue liberado y pudo viajar a la Zarza. Y finalmente, el 20 de abril de 1562 tras más de dos décadas de pleitos y apelaciones se otorgó la sentencia definitiva por la que se le obligó al pagó de diversas indemnizaciones, entre ellas 2.000 ducados a los hospitales del Perú.
Lo sucedido en la fortaleza-prisión de la Mota, en los 18 años comprendidos entre 1543 y 1561, resultó clave para consolidar el linaje familiar y la herencia del marquesado. Hernando era por aquel entonces la única cabeza visible de la estirpe, engrandecida tras la conquista del incario. Huelga decir que se trató de una reclusión privilegiada en la que dispuso de una amplia capacidad de movimientos, pudiendo gestionar pacientemente su patrimonio familiar. De hecho, encontramos decenas de escrituras notariales, otorgadas en la citada fortaleza, en las que con frecuencia aparecía entre los testigos el mismísimo alcaide de la Mota, Hernán Ruiz Vaca.
Inicialmente debió afrontar bastantes problemas financieros ya que los envíos de capitales del Perú llegaban a cuenta gotas y a veces, incluso, sufría confiscaciones por parte de los oficiales reales. Él intentó en diversas ocasiones eludir al fisco, introduciendo oro y plata sin registrar, treta por la que fue condenado en alguna ocasión, aunque es posible que en otras tuviese más suerte. De hecho, en 1544, en la carta dirigida a su hermano Gonzalo le decía que estaba tan endeudado –declaraba deber 25.000 ducados- que prefería estar preso que suelto. Y aunque un año antes había apoderado al padre Diego Martín para que acudiese al Perú a cobrar lo que pudiese de su hacienda, lo cierto es que el dinero aún tardaría en llegar.
Su hermano Gonzalo Pizarro le había otorgado una carta de poder, dada en Quito el 2 de enero de 1541, para que en su nombre pudiese reclamar la herencia de su hermano Juan Pizarro y seguir todos los pleitos que contra ellos se presentase. El 27 de octubre de 1542, usando de dichos poderes, el primogénito de los Pizarro dio facultad a Juan Álvarez Casco, procurador de causas de la ciudad de Trujillo, para que gestionase el cobro de la herencia de Juan Pizarro. Entre los demandados se encontraba Juan de Herrera que, en 1537, trajo a Trujillo 25.000 pesos de oro de Juan Pizarro que en parte entregó a Juan Cortés en Sevilla, por carta protocolizada el 10 de octubre de 1536.
En los años sucesivos continuó expidiendo poderes para gestionar su fortuna, casi siempre a favor de paisanos suyos. El 30 de julio de 1549, ante el escribano de Medina del Campo, Luis Rodríguez, otorgó amplios poderes a su mayordomo Diego Velázquez, para que administrase sus bienes indianos y cobrase las deudas. El 22 de febrero de 1551 concedió poderes a Diego Moreno, vecino de Trujillo quien, unos meses después, los traspasó al también trujillano Juan de Cabrera, especialmente para que cobrase el juro que Hernando Pizarro tenía situado sobre rentas de Mérida, Montijo y Almendralejo.
También tuvo que litigar por los bienes de su hermano Francisco de quien terminaría siendo indirectamente su heredero, como esposo de Francisca Pizarro. En 1551 se apeló al Consejo de Indias un pleito sentenciado en Lima por el que se obligaba a los herederos del marqués a pagar 500 pesos de oro a Diego García de Alfaro que entonces había regresado a su villa natal de Moguer.
El único superviviente de la familiar saga estuvo más de dos décadas pleiteando con unos y con otros y dando poderes para recuperar su patrimonio. También se vio obligado a plantar cara en los tribunales a la propia Corona. Y ello por el último regalito que le dejó Diego de Almagro el Viejo en su codicilo, dictado el 8 de julio de 1538, y que provocó grandes quebraderos de cabeza al legítimo de los Pizarro. Como es bien sabido, tras pagar las mandas de su testamento, dejó como heredero universal al Emperador, recordándole que tuvo durante más de tres lustros una compañía con Francisco Pizarro y que la mitad de los beneficios, que fácilmente –sugería- podrían alcanzar el millón de pesos, le pertenecían. Obviamente, los gestores reales hicieron lo indecible para obtener esa enjundiosa herencia.
Lo mismo pleiteaba que otorgaba poderes a personas residentes en Trujillo como a otros radicados en Lima o en Cusco para que cobrasen deudas, lo mismo de particulares que de la Corona. Desde 1540 y durante casi dos décadas, algunos vecinos del Cusco que se vieron forzados en 1534 a darle 30.000 pesos de oro y 35.000 marcos de plata, supuestamente para el servicio de su Majestad, lo denunciaron, reclamando dicho importe. Sostuvieron que el dinero no lo entregaron de manera voluntaria sino por las presiones ejercidas por el demandado y, además, que no lo entregó al Emperador, sino que se lo apropió. Unos denunciaron colectivamente y otros, como Rodrigo de Herrera, a título individual, requiriéndole los 1.000 pesos de oro que le tomó. Todavía en 1553, Francisco Ampuero, mantenía un litigio por lo mismo desde su residencia en Lima, otorgando poderes para ello a Lucas de Salazar.
Pese a su reclusión en la Mota y a todas estas adversidades, su tesón y su paciencia terminaron dando sus frutos. De hecho, con la inestimable ayuda de su esposa Francisca, recuperó y consolido una parte considerable de la fortuna que sus hermanos y él mismo habían amasado en los reinos del Perú. Como ya hemos afirmado, su empeño fue incansable hasta el punto que mantuvo más de un centenar de pleitos a lo largo de estas casi dos décadas. Logró reunir una formidable fortuna de las rentas que le llegaban del Perú, pues solamente los miles de nativos que tenía trabajando en las minas de Porco le proporcionaban unas rentas de 50.000 pesos anuales. Gran parte de ese dinero lo reinvirtió acertadamente en propiedades sobre todo rústicas de su Extremadura natal.
Tras sus 18 años de reclusión en Medina del Campo, la sentencia final fue relativamente benigna pues se le condenó al pago de 4.000 ducados que aun siendo una cifra elevada no suponían para él un quebranto económico. En dicha fortaleza tuvo a sus seis hijos, allí se desposó con Francisca Pizarro y allí padeció toda suerte de alegrías e infortunios. En octubre de 1557 estuvo a punto de morir, hasta el punto que redactó su testamento, en el que afirmó estar malo y enfermo del cuerpo de enfermedad que Dios nuestro señor Jesucristo fue servido de me dar.
Una vez excarcelado, el 17 de mayo de 1561, el matrimonio se trasladó a la casa solariega de la Zarza, heredada de su padre, el capitán Gonzalo Pizarro. Desde allí mandaron construir un imponente palacio renacentista en la plaza de Trujillo, al que se trasladaron en los años finales de su vida. A la muerte de Hernando Pizarro, en 1578, era una persona muy poderosa en todos los aspectos: primero políticamente, ya que compró a perpetuidad para él y sus descendientes el cargo de alférez mayor de Trujillo, así como la alcaidía de su fortaleza que ostentaron sus descendientes. Segundo, socialmente, como heredero del marquesado y como miembro destacado de la alta nobleza. Y tercero, económicamente, pues era por aquel entonces una de las personas más acaudaladas del país, como lo prueban las rentas que dejó a sus herederos. El 29 de agosto de 1578, estando prácticamente ciego, Hernando Pizarro redactó, ante el escribano público Bartolomé Díaz, su escritura de mayorazgo, en la que enumeró sus propiedades. Excluyendo el interminable inventario de bienes muebles, entre los que había varios centenares piezas de metales preciosos y pedrería, así como de inmuebles urbanos
Fuentes Biografías- Indianos Hurtado

Agustin Díaz
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