ANGELITA
- Llopis Ivorra-AgustinDiaz
- 29 mar 2020
- 7 Min. de lectura
Crónica desde la calle Cuba de mi Llopis Ivorra
Debía de correr por las Españas el año de 1.931, digo debía porque aquel mismo año más corría su majestad el XIII de los Alfonso para cruzar la frontera con Francia perseguido por el himno de Riego, y cuando aún no se habían acallado los ecos del terrible crimen cometido en el pueblo pacense de D. Benito, y casi al compás que lo hacia la I república, nacía en este pueblo Angelita, de familia acomodada para la época, ella la madre, señora sin señorío, el padre, guarda agujas- factor - jefe de estación de ferrocarriles, pronto casi al nacer por cuestiones de trabajo de su señor padre, se trasladaron a pocos kilómetros de Cáceres a una estación de ferrocarril situada en pleno campo la estación de Valduerna, donde ejercía de jefe de estación y de guardagujas, siendo sitio de tránsito obligado y de cambio de vías y que contaba con vivienda, la casilla que así era como denominaba la familia a la vivienda un huerto, un gallinero, y algunas fanegas de tierra, para que la familia fuera autosuficiente, familia que pronto muy pronto se empezaría a incrementar en número hasta llegar a ser Angelita la mayor de diez hermanos.
Angelita veía pasar su niñez y desde muy temprana edad asistiendo de comadrona, como hija, como madre de sus hermanos y como criada de una señora sin doña, y hasta como como acompañante en algún entierro de hermanos finados al poco de su nacimiento, porque diez fueron los contados pero algún que otro se quedó en el andén de la estación de la Valduerna esperando un tren que les llevara a ninguna parte, porque antes y en el campo se nacía y se moría porque sí, porque así ha sido y será desde siempre, como la vida misma .

Angelita, con el ajetreo de la madre que era un no parar de parir y el cuidado de sus hermanos, se le fue el tren de la escuela igual que partían los trenes en el apeadero a una señal de la banderola roja precedido del toque de campana de aviso a algún pasajero despistado que bajara a estirar las piernas, ella seguía con su sueño oculto de algún día poder ser enfermera, pero veía como hasta eso, hasta el intentarlo le negaba la vida, seguían llegando hermanos y mientras la madre cada día más señora, Angelita cada día más criada, y más madre de sus hermanos, mientras la señora paria o estaba en estado de buena esperanza Angelita se ocupa de que todo estuviera listo en la casa y para cuando sus hermanos estuvieran de vuelta del colegio, o de si tenía que coger algún tren a la capital para que los entendiera algún médico.
Angelita le pillo la guerra con apenas cinco años y recuerda cómo se asustó al ver el cielo teñirse de rojo, porque estos sucesos anormales suelen traer desgracia, también llego Angelita tarde a esto, la aurora boreal que es de lo que se trataba, fue un suceso de esos raros de la naturaleza, pues fue visible desde todos los puntos de Europa, y la desgracia ya estaban sumergidos en ella, el fenómeno ocurrió el 25 de enero de 1.938, ya llevábamos casi dos años sufriendo en una guerra fratricida, pero Angelita no lo sabía solo las recomendaciones de su madre que no recogieran ningún paquete de los que los convoyes militares con paso franco por las estaciones de ferrocarriles camino del frente donde quiera que este se encontrase o de vuelta de él, solían tirarles al paso, generalmente paquetes de comida y aunque el hambre acuciaba por aquello del acaso era mejor no tocarlos, se solía ver a Angelita sujetando la aguja de cambio de vía mirando pasar los trenes y soñando , pero cada día que pasaba al igual que los trenes partían y se alejaban más la alejaban de su sueño, el de ser enfermera, cada tren que pasaba la hacía más criada de su madre y más madre de sus hermanos.
Pasaron los años, para Angelita también, y no la encontramos echa una moza en plena juventud, juventud de misa de domingo y de baile por la tarde, o de paseo por los sitios acostumbrados donde los chicos solían chicolear a las jóvenes, pero ella no tenía tiempo que perder y sus hermanas más avispadas le cogían la delantera cuando Angelita quería darse cuenta se encontraba sola, al cuidado de la casa de sus hermanos y de las agujas del tren, solo con la compañía efímera de alguna viajero que esperaba a otro viajero o la llegada o salida de algún tren, casi siempre silenciosos con mirada de desconfianza repartida por todo el andén, corrían tiempos difíciles, sonaban tambores de guerra. Para entretener a Angelita sus hermanas de una fotografía le hicieron una ampliación, la que colgaron de la chimenea del salón de la Casilla la que se pasaba horas mirando, cuando la servidumbre la dejaba un rato de asueto cuando se iban al baile la dejaban sentada en una silla de enea mirando la fotografía y al anochecido cuando volvían en el tren allí se la encontraban, mirándose y pensando en sus antiguo sueño de ser enfermera y que al día siguiente tenía que llevar en tren a su hermano pequeño al médico a la capital, las hermanas viendo la quema o huyendo precisamente de ella en cuanto tuvieron edad se subieron al tren que las llevaba a su destino dejando a Angelita en vía muerta en la estación de la Valduerna , al cuidado de la prole más pequeña, mirando el cuadro encima de la chimenea sumida en sus sueños y en una depresión que poco a poco iba apareciendo y desmadejando sus sueños sin saber por qué le pasaba eso a ella, y que le dejo una dependencia de inseguridad en si misma que le durara lo que la vida, una inseguridad propia o inducida, de dependencia en los demás una indecisión en tomar las menores de las decisiones.

Cierto día de primavera, y en el tren de media tarde proveniente de Mérida con destino Madrid, se apeó en la estación un señorito de porte y galanura de aquellos que se le notaba la naciencia de gente de bien de hablar y maneras educadas aunque natural de Mérida que no tiene que ser malo de suyo y entabló conversación con Angelita, de aquella conversación salió una amistad y de la amistad un noviazgo, corto pero noviazgo Carlos que así se llamaba era de prenda elegante y magnifica presencia y Angelita en belleza no desentonaba ni mucho menos , todo lo contrario Angelita era y es de morro fino, se veían los fines de semana cuando se podía Carlos trabajaba en los madriles y era de familia de regular fineza y hacienda , en aquella época cuando el viajar a Madrid para el común era una utopía, y la cosa duro lo que duro, en aquellos tiempos de posguerra todavía había algunas dificultades para viajar y así en la distancia y corta la correspondencia más bien escasa, más un paquete de pañuelos que le regalo la futura suegra dieron al traste con el noviazgo ( cuentan que no hay nada para romper una relación como regalarse pañuelos, ) y Angelita siguió con sus antiguos sueños de ser enfermera mientras daba la salida al tren , o vigilaba que el milano no se comiera la pollada de turno de la vieja gallina, cuidando de sus hermanos, mirando la fotografía sobre la chimenea y siendo criada de la señora de la Casilla.
Al poco, y una mañana de aquellas de antaño donde se helaba hasta el aliento, y como una premonición dio en aparecer un guapo mozo con un saco de pan al hombro para hacer el reparto semanal por los cortijos y viviendas en campos alejados, y desde el primer monumento se interesó por Angelita y así todas las semanas se veían y hablaban por un rato que el tiempo no sobraba para la gente hacendosa, de una vez a la semana pasaron a verse los domingos, no, no tenía la apostura que Carlos ni la fineza ni el detalle, ni la holgada posición de la familia de este, ¡ solo era un hombre bueno ni más ni menos ¡ y así nació un noviazgo que termino en boda de aquellas de para toda la vida y hasta que la parca vino reclamado su parte del trato entre la vida y la muerte, en plena madurez, cuando las personas empiezan a tener conciencia de su propio ser apenas cumplida la cincuentena se llevó a aquel hombre bueno que un día apareciera por la Casilla con un saco de pan al hombro, marcho hacia otra vida, porque las personas queridas no desaparecen nunca mientras los que les quieren las retengan en la memoria.
Estas cosas me las cuenta Angelita, en la residencia de ancianos, desde su silla de rueda, porque la depresión no la deja caminar, con los ojos velados y tristes, me cuenta estas cosas y demás sinsabores que la vida la puta vida esa madrastra que trata de manera desigual a sus hijos e hijastros le tenía reservado, me cuenta que jamás camino sobre la suavidad de los pétalos de las rosas, al contrario, su vida siempre fue un camino de pisar espinas, cosa que me extraña habiendo conocido a su compañero y a sus hijas, pero ella siempre se sintió mártir, siempre se sintió menos que los demás, alguien o algo le pillo allá cuando vivía en la casilla, algo o alguien la dio lleno en su autoestima, yo creo que fue la forma del ninguneo de las hermanas después de dedicar su niñez hacia su cuidado y la forma de dejarla olvidada en la estación de ferrocarril de la Valduerna esperando el tren que la llevaría hacia otra vía muerta, siempre buscando consejo hasta para lo más mínimo, consejos que cada día la hacía sentirse menos importante , menos que los demás, el producto total de esto es una depresión, depresión que le viene de antiguo colijo yo por lo que me relata, miedo, veo miedo cuando me mira con sus ojos agotados de tanto ver y mirar, ahora con poco brillo, el miedo con que me mira es por no sé qué cosa se imagina que le quiero hacer o que le hice, de vez en cuando me habla otra vez de su antiguo sueño de niñez, el de ser enfermera, pero no pudo ser, por qué no poder ser fue porque tuvo que ser hija, madre de sus hermanos, y criada de una señora sin doña.

Agustin Díaz
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