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  • Foto del escritorLlopis Ivorra-AgustinDiaz

AQUÍ PASÓ LO DE SIEMPRE

                     LA TABERNA DE LA COLORA

                    Y AQUÍ PASÓ LO DE SIEMPRE

Crónica desde la Ronda de la Pizarra.

Hacía ya algún tiempo que no pasaba por la Taberna de la Colora, otras obligaciones ocupaban las horas del día, deberes de la escuela, recibir la doctrina que impartía el páter don Antonio en la Iglesia del Espíritu Santo para recibir la confirmación que, con un cachete tenia a bien administrar el Obispo Manuel Llopis Ivorra, ir a por agua de boca a los caños de la Fuente Fría, y algún que otro juego en la calle con amigos y vecinos, pero aquel día del mes de abril no hubo escusas y aunque a regañadientes, obedeció al mandato, y así aquella tarde atendiendo órdenes superiores y cargado de lápiz y cuadernillo bajaba el terraplén que daban entrada por la calle Bolivia a la pedrera donde se ubicaba la taberna de Eugenia “la Colora”.

Pero nada más poner suelo en el polvo colorao de la parte plana de la pedrera el silencio reinante le resultó extraño, un silencio que se podía oir, ni los cantos de los pájaros enjaulados en la fachada de la taberna trinaban, ni el sonido de las voces broncas  de los hombres a causa  del exceso de alcohol barato y el tabaco de picadura, silencio algo en toda la pedrera desentonaba con el ambiente habitual, ni siquiera a los chiquillos de las chabolas vecinas se les oía con sus voces infantiles, el griterío de los vencedores, todo estaba en una calma que nada bueno podía augurar, de repente el silencio fue apenas roto por una coplilla que el tío Montoya acometía con voz queda,

Yo me subí a un pino verde

Por ver si la divisaba

Y solo divise el polvo

Del coche que se la llevaba.

Al pasar cerca de unas higueras que allí lucían su triunfo entre las piedras, se asustó al recibir el alto de una pareja de la Guardia Civil, que al acecho esperaba no se sabe qué, y sin intuir que escondidos eran aún más visibles.

-Adónde vas niño

-aun mandado

-aun mandado señor Guardia

-Pues eso señor Guardia

-Anda, y cuidado no vayas a robar higos

-No señor Guardia, además están verdes, hasta julio no están buenos

-Un poco chulo parece el niño, ¿no

-No señor guardia

-Donde decías que ibas

-A buscar a mi padre señor Guardia

-Tira anda, y ándate con ojo no vaya a ser que te muela a ostias

-Como usted quiera señor Guardia

-Mucha cara me parece que tienes tu,

Al compás que lo sujetaba por el brazo, levantaba la mano para darle un soplamoco, cuando el compañero le sujetó la mano indicándole que mirara para la taberna, donde se habían reunidos todos los parroquianos en la puerta, observando el lance, esperando el momento para intervenir, el señor Guardia debio pensárselo y al punto que, soltando al chico aquella pareja de héroes tiró para la salida de la pedrera como si hubiera visto a la bicha.

 Años más tarde y siendo aquel niño un mozo, cierto día y en otra taberna, al mismo Guardia la preguntó si se acordaba de la taberna de la Colora y de aquel sucedido con un niño, trasegó el benemérito el vino que tenía servido, y en silencio abandono el lugar, solo en la calle alguien le escucho decir entre dientes, eran otros tiempos carajo, como si el ser hijoputa tuviera fecha de caducidad, pero esto es otra historia.

De vuelta al interior de la taberna, cada parroquiano volvía a su lugar de siempre, tío Matamoros con su cara triste y su cacillo de aguardiente, Montoya con su pistola de vino perenne, que entre copla y copla de cuando en vez se acordaba de su hijo que habia emigrado a Alemania – bueno me salió el zagal.

Y solo divisé el polvo

El coche que la llevaba

Anda jaleo jaleo

Ya se acabó el alboroto

Y ahora empieza el tiroteo.

Y mientras volvían a su monotonía los jugadores de la rana con el Clan, clan, clan, clin, clin, clin, de los tejos al tocar la boca de la rana.

Pero qué coño pasa aquí, salto de repente la Eugenia, venga a beber que esto no es un velatorio, una ronda para todos que invita la casa, que un día es un día, aquí se viene a beber y las preocupaciones cada uno con ellas a su casa, que aquí nos reímos todos o tiramos al cura al rio,  y tu Chivario cabrón, bebe y cuéntale una historia al chiquino que p`a eso ha veni`o. Cuidado Piyayo hijoputa, que ayer quisiste ir sin pagar una botella de los señoritos, y que se callen o todos a la puta calle, se escucho a la Eugenia poniendo una pizca de tranquilidad entre los parroquianos.

El tío Chivario, con la mirada puesta en los troncos que humeaban más que ardían en la chimenea, dándole un tiento a la pistola de vino, comenzó su historia del día.

 Sucedió y no a mucho en el tiempo de esta historia que, cierta noche oscura recién principiada la primavera seria, y por el sitio que llaman el Rodeo, hoy parque, y por el por donde solían instalar el ferial, no muy lejos de una fábrica de harina que por entonces existía en el lugar, por el entonces Rodeo las noches eran aun más oscuras, ya que no habia ni una simple bombilla que alumbrara el caminar por aquel descampado, aunque era zona del ir y venir de las trabajadoras de la por entonces Residencia Sanitaria hoy Hospital San Pedro de Alcántara, y que a las horas de salida y más por las noches solían desfilar en grupo por este paraje para evitar malos encuentros.

Una de aquellas noches, noche aciaga, una chica trabajadora de este centro hospitalario y de vuelta a su casa, fue asaltada por tres individuos, dos de fina estampa y uno de mala catadura, este ultimo sujetaba a la chica mientras los dos primeros abusaban y vejaban sexualmente de la joven.

Y tanto se jactaron de su acción, que la publicaron por los diversos mentideros cacerenses, dando muestra de su hombría, acusando a la chica que se les habia entregado por voluntad, a los dos y alguno más que hubiera llegado, ya que el matón no contaba o sí.

Conforme por la ciudad feliz corría el rumor, la chica ponía denuncia en la policía, no habia dudas, eran perfectamente reconocibles los autores de esta fechoría, señoritos caprichosos de una familia de apellidos rancios, que hacían lo que les salía de su voluntad, lindos que tan solo poseían dinero, y vasallos que les reían las gracias al amo, si es que por algún acaso la tuviera y campaban por sus caprichos.

Detenidos estos tres malandrines, dos eran hermanos o al menos familia muy allegada, gente de apellido de cierto brillo entre los de la vieja villa cacerense, el tercero en discordia era un simple matón que por una convidada y algún resto de comida y algún duro de vez en cuando, les hacía de guardaespaldas soliendo apalizar a gente de entre los suyos por cruzarse con estos lindos y mirarlos al paso, buscándoles la diversión donde fuera y como fuera, paniaguado de estos poderosos, que por ir lamiéndoles el trasero se creía poderoso tambien.

¡parece increíble, pero estos mismos o por lo menos con el mismo estilo, son los que ahora medran por los partidos políticos, detrás de los mandamases, riéndoles las gracias, metiendo la cabeza hasta conseguir comedero en el pesebre común! Pero esto tambien es otra historia.

Pero al punto, el papá de estos indeseables comenzó a mover hilos entres los de sus iguales, resultado, que aquí pasó lo de siempre murieron cuatro Romanos y cinco Cartagineses, y con promesa de no volver a hacerlo nunca más, hasta la noche siguiente claro está, fueron puestos en libertad los dos lindos.

Pero según avanzaban los días el asunto se les fue torciendo, ya que andaba de boca en boca, que a la chica le ofrecieron dineros para que se retractara de lo dicho y retirara la denuncia, para que los señoritos quedaran libre de toda culpa, y contaban por las calles que en otras ocasiones ya por dineros ya por amenazas las denuncias que pusieron sobre estas dos joyas fueron retiradas, más en este caso, la chica se ratificaba en quienes fueron sus violadores, los dos lindos y el individuo que la sujetaba, ¡y fue en ese punto, precisamente ahí,! se acogió la defensa en colaboración del resto de las autoridades de la villa cacerense, que desde un principio abogaban por la inocencia de estos depravados parásitos.

Y entonces sucedió lo que tenia que suceder, tras la insistencia de la chica y su familia y alguno más que se sumo a la lucha, hicieron que se declarara culpable el matón que la agarraba, nada de extrañar, estos paniaguados vivían de pasear a los señoritos para cubrirles sus chulerías y lo que hiciera falta, tipos pendencieros, sin principios, capaces de vender a sus madres por una palmada en la espalda de su señorito.

Al poco comenzó a correr la voz entre gente avisada, que a la familia del que se declaró culpable, y a través de cierto abogado de renombre conocido en Cáceres, tambien por sus fechorías, recibió un sobre con algún dinero dentro, algunos contaban que 50000 de aquellas pesetas, que en la fecha de este sucedido debía ser un capitalito ya que corría la mitad del año de 1970 y que al compas de hacer entrega del sobre, la promesa de que todos los meses recibirían un estipendio durante el tiempo que el prenda estuviera en presidio.

Y aquí pasó lo de siempre, repitió el tío Chivario, al poco tiempo el matón quedó en libertad, contando lo bien que le habían tratado en la prisión y lo bien que habia vivido su familia.

En la calle de los Muros

Mataron a una paloma

Yo cortare con mis manos

Las flores de su corona

Anda jaleo jaleo

Ya se acabó el alboroto

Ahora empieza el tiroteo.

Un movimiento de inquietud llenó de pronto la taberna, tío Chivario no apartaba la vista de las mesas de los lindos atento a lo por suceder, los señoritos se movían intranquilos, hasta el abogado que les acompañaba no se lo podía explicar, ya que habia tratado que la historia quedara en secreto y no se dieran tres cuartos al pregonero, y es que sucedía que,  entre los señoritos al fondo de la taberna se encontraban los dos violadores, el matón y el abogado que les defendía.

Venga, todo el mundo tranquilo y en su sitio, sentarse y a beber coño que esto es una taberna y se viene a consumir no a tomar pendejas, saltó al punto la Eugenia, siempre presta a poner a cada parroquiano en su sitio y tu Chivario, cuidado con las historias que cuentas.

Yo cortare con mis manos las flores de su corona.

Y aquella noche en la taberna de la colora, pasó lo de siempre que murieron cuatro Romanos y cinco Cartagineses.

Mientras, los jugadores de la rana ajenos a todo seguían con el Clan, clan, clan, clin, clin, clin ruido que hacían los tejos al pasar por el cuello de la rana.



Agustin Díaz Fernández

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