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CUENTO DE NAVIDAD

  • Foto del escritor: Llopis Ivorra-AgustinDiaz
    Llopis Ivorra-AgustinDiaz
  • 11 dic 2020
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 24 dic 2022

Crónica desde la calle Cuba de mi Llopis Ivorra,

Pretendía contarles un cuento, cuento de navidad pensé al principio, pero me salió este un cuento, de esos empalagosos de navidad.

Al despertarse aquella mañana, lo hizo con la alegría de recordar que ese era un día especial, por eso apenas si pudo dormir, pensando en como discurriria , entreteniendo las tinieblas de la noche en un duermevela, escuchando cantar al gallo de los “macarios” por la parte trasera de mi casa en la calle Cuba, que andaba el hombre con el reloj averiado desde que el hijo de tío “pelín” le sacudiera un chinatazo con el tirador de gomas en plena cocorota, cantaba a deshora o lo mismo lo hacía para proclamar que cantaba cuando quería, o porque le salía de los huevos que para eso era el gallo del corral, el gallo más macho de los machos del Llopis Ivorra, o tal vez porque presagiaba que eran los últimos cantos antes de ir presto a la cazuela para calmar el hambre de los “macarios” que eran muchos y la abuela preñada, y en la suerte que tenía el hijo puta del pavo, que desde el mes de octubre andaba con molestias intestinales y no engordaba y andaba moqueando de comedero en comedero sin probar bocado y mirando al gallo ,de aquella manera que solo los chulos saben mirar, con altivez y de medio lado, y diciéndole jodete cuando sabía que nadie más miraba, y es que el cabrón miraba con cara de lastima, para dar pena cuando algún Macario se le acercaba a ver si se le pasaban sus males para alegrarles la mesa, en eso andaba pensando cuando escuchaba cantar al gallo, cuando al fin vio clarear por la ventana, se levantó y vistió con más presteza que nunca y eso que aún era muy temprano pero no le importaba hoy era un día especial.

Saltando por encima de los charcos que la helada nocturna los había convertido en carámbanos de hielo, para no pisarlos y mojarse los pies a través de las alpargatas y los calcetines inapropiados a todas luces para la época del año, las partes de las piernas que le quedaban al descubierto azuladas por el frio entre las calzonas y los calcetines, calzonas de tela fina, sacada de unos pantalones de su padre ya en desuso, ajados y gastados de tantos lavados y soleados en el regato Plata o en la fuente del rey del acuífero del marco, un jerselillo de lana, hecho por las manos de su madre, lana que jamás conoció oveja, una chaquetilla de goma espuma que transmitía más frio que el que se podía palpar en el ambiente, ropa vieja y ajada de tanto uso pero limpia a rabiar, una cartera heredada y dentro, dentro un pizarrín, un plumín, un catecismo, y un vaso de plástico, eso era todo, nada más y nada menos que lo que se necesitaba para tratar de desasnar a aquellos perdedores hijos de perdedores, la cabeza rapada casi al cero, por aquello de los piojos y porque había que aprovechar los viajes al tío Agustín peluquero de la calle Bolivia, y sabañones en las orejas del frio, de cruzar el descampado del “ el rodeo” dos o cuatro veces al día, bajo las inclemencias del tiempo ,y más mocos que una oveja enferma en tiempos de posguerra, todos los días el mismo camino desde las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde cruzando por el descampado del rodeo hora de regreso pero aquel día era un día especial.

Al salir de la casa aquella mañana, se despidió con un me voy madre, no había beso, nunca lo había, al regresar tampoco y no por falta de cariño más bien por falta de costumbre, quizás fuera por aquellos años confusos y el envilecimiento de no tener presente y mucho menos futuro, o quizás porque tenía más hijos que atender y un marido siempre ausente por el trabajo, por la taberna, y atender las faenas de la casa, o sencillamente por eso por falta de costumbre sin más , a aquella mujer menuda la había golpeado con furia la vida desde su nacimiento y quizás en su casa tampoco había costumbre, a lo mejor fue por eso y por nada más, porque cariño sí que había.

Sabañones en las orejas, dolorosos muy dolorosos, piernas azuladas, pies mojados y fríos muy fríos, manos y dedos a punto de congelarse, y un braserillo de picón prohibido bajo la mesa del maestro, llegar el primero a la escuela tiritando de frio para poder acaparar el braserillo, recién echado, apenas encendido a esas horas solo un espiral de humo templado, apenas una chispa anaranjada en el carboncillo que empezaba a quemarse tímido, muy tímido que apenas si despedía un suspiro templado para calentarse los dedos y quizás hasta los pies si se aprovecha bien el tiempo, antes de que llegara el maestro, consciente de lo que se juega si lo pillan, consciente de lo que le ocurrirá como lo pillen un minuto, un segundo más ,solo un segundo más, de tregua y justo cuando empieza a sentir un ligero alivio en las manos.

No era primera vez, por supuesto que no, ni sería la última , que lo pillaran, como iba a serlo, como evitar la tentación estando muerto de frio que un niño viendo un brasero dejara de acercarse ,para tratar de entrar en calor, como evitar tratar de calentarse las manos heladas, pero se descuidó .y le pilló el maestro con las manos metidas en el braserillo .y sus magras brasas y sabía cuál era el castigo ¡ la primera lagrima llegó apenas sintió el primer reglazo en la punta de los dedos, mientras seguía la cuenta atrás de los otros nueve del castigo de diez que aún le faltaban, las lágrimas se convirtieron en rio al sentir doblemente el dolor el del frio en las puntas de los dedos y el de los reglazos en si por lo que conllevaba de frustración, siete, seis, dos, uno… a tu sitió y a callar que distraes al resto del grupo. Sentado en su pupitre sollozando de frio de rabia del no saber el porqué de aquellos , cuando solo era un niño muerto de frio,Llorando a moco tendido, llorando pensando en el por qué, cuando el maestro al sentirle gimotear por lo ocurrido lo cogía por las patillas elevando y soltándole de golpe para que antes de caer al suelo le soplara una bofetada tremenda esparramándolo por el suelo, y seguía sin comprender aquello, tan solo era un niño con frio mucho frio.

Con el vaso de plástico en la cola a la hora del recreo, el vaso mediado de agua helada cogida de un grifo del patio, para que le echaran una cucharada de leche en polvo, después los juegos con los amigos todos contentos más que otros días por ser este un día especial, a las doce el ángelus en el pasillo y el canto del cara al sol, los capones por no rezar con respeto, las sonrisas por las burlas al páter en cuanto se daba la vuelta, las bofetadas por no cantar con devoción el himno fascista, la visita al despacho del director en compañía del cura y del maestro tratándote de monstruo y de hereje por no rezar ni cantar como era de precepto , mal comportamiento una semana sin recreo después ya veríamos, por fin la hora de la comida, especial aquel día por serlo, cocido completo y naranja de postre, escondida esta entre la ropa para que no te vieran sacarla del comedor hasta poder guardarle en la cartera, aquel día tocaba entrega de ropa usada pero en uso para los más desfavorecidos por parte de unas señoras apestando a laca y a esmalte de uñas, bien vestidas , bien alimentadas, bien abrigadas, mirando de reojo el reloj colgado de la pared viendo como pasaba en tiempo, muy despacio tan lentamente como si nadie hubiera dado cuerda aquel reloj desde los tiempos que lo colgaron, y de eso hacia… por fin las seis, el páter llamando al rezo del rosario, una carantoña y un caramelo, las monjitas que enseñan a las niñas, se acercan a las filas y depositan en las manos sucias, pequeñas de los niños y frías , una figurita de mazapán, alguno se las tragan antes de que se las dieran, por aquello de que se las vayan a quitar, y por el descampado del rodeo de vuelta a casa en el Llopis Ivorra, ya anochecido empezando a helar de nuevo, pero ese día se vuelve más contento, ese día por ser especial lleva envuelto en un papel de estraza para regárselo a su madre una naranja y una figurita de mazapán, era nochebuena y al día siguiente el día de navidad.


Agustín Díaz

 
 
 

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