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EL ALEMÁN

  • Foto del escritor: Llopis Ivorra-AgustinDiaz
    Llopis Ivorra-AgustinDiaz
  • 2 abr 2020
  • 4 Min. de lectura

Crónica desde la calle Cuba de mi Llopis Ivorra.

Cuando llego al mi Llopis Ivorra, aquel mes del verano de 1.9.. el tipo aquel, era de esos que se creían guapos por venir de una capital, y superior a los paisanos por lo mismo, se le veía pasear por las calles del barrio con la alegría, la soltura y la seguridad, de su superioridad sobre unos vecinos atrasados ,y catetos, que lo observan con ojos como platos y envidias , cuando pasaba pavoneándose como loco con una lata de gasolina en una mano y una caja de cerilla en la otra , y es que era tan chulo en su caminar que cojeaba del izquierdo, más tarde cuando yo lo trate someramente su chulería era tal que ya cojeaba de los dos.

Pantalones de terlenka, camisa poliéster de imitación de la seda, chaqueta de tercio pelo marrón con pañuelo asomando las puntas por el bolsillo, pañuelo o “Ascot “anudado al cuello, reloj de pulsera imitación a oro, sello en dedo anular que ya quisiera para si el obispo que da nombre al barrio, gafas de sol Estradivarios, pelo rubio como de la cebada en fermentación, peinado hacia atrás con una buena dosis de gomina, y para subir al centro de la ciudad en auto marca Mercedes Benz, a la puerta de su casa en la calle Bolivia.

Acostumbraba para ganar en popularidad y la atención del vecindario masculino, (el femenino estaba mal visto en las tabernas) y desde hora temprana visitar las tabernas del barrio y para entre historias, chascarrillos y vinos contar como era el lugar de donde venía, y para atraer la atención de los parroquianos, solía a invitar a la concurrencia con pistolas de vino (pistolas, envase de refresco lleno de vino) para al terminar sacar un billete de mil pesetas para pagar la convidada, los primeros días cogió a los taberneros por sorpresa mirando como el aire apagaba el candil, pues mil pesetas no la veían ni en todo un mes y no tenían cambio, se iba sin pagar y se le apuntaba en cuenta, hasta que se proveyeron de monedas para el cambio, toda vez que la cuenta como mucho ascendía a 30 o 40 pesetas, y así recorría diario el barrio haciendo amigos, con la chulería y la superioridad que demostraba la gente enterada y viajada entre tan ilustre concurrencia.

Contaba que allá en su lugar de residencia habitual, era vida, con trabajos sencillos y bien remunerados, buen trato, todos trabajando y viviendo en la abundancia, con buenos coches como el suyo y buenas y cómodas viviendas que hacían que todo fuera más sencillo, historias que hacían que la parroquia de la taberna, escuchando y mirando de reojo a aquel tipo, con abobamiento y envidias mientras que quedara vino en la pistola, todo regular hasta que el vino iba haciendo su efecto mermando facultades de raciocinio, de embrutecimiento de aquellas gentes de mentes simples, gente sin pueblo, sin patria, sin vida, solo el vino aguado y agrio y su hambre, que eso no era moco de pavo, Vivian en sus miserias, dando peonadas cuando las había, cociendo la cal en los hornos cuando los contrataban, descargando algún convoy del tren cuando llegaba o descargando algún camión cuando tocaba, para ganarse con su sudor en par de duros, uno para la casa el otro para la taberna, para entre trago y trago rumiar su mala suerte y mirar con asombro al tipo aquel vestido como un maniquí y apestando a Varón Dandi, contando historias de un potosí lejano, para agriarle aún más su vino agrio que trasegaban a diario, a envenenárselo más el ya de por si vino envenenado, ese tipo venía a recordarles la realidad de su hambre, de su estupidez mental, la realidad de que eran unos muertos en vida, sin ilusión sin presente y lo que era peor sin futuro, la realidad de que solo eran unos muertos caminantes de taberna a taberna, de casa a la taberna de la taberna a la nada.

Aquel tipo, se pasaba el día recorriendo las cuatro tabernas y contando las mismas historias, dejando tras su paso a tipos amargados, más amargados aun renegando de su perra existencia apurando el vino de las pistolas de la ronda gratis, maldiciendo de su propio hedor de fracasado, porque a un hambriento no se le debe de hablar de pan, aunque sea duro, rumiando lo que acababan de escuchar y diciendo que mañana tal vez mañana les preguntarían cómo hacer para llegar a ese sitio de abundancia, sí, pero eso sería tal vez mañana, mientras bebía como si ese mañana nunca llegaría, a sabiendas de que ese trago el ultimo del día le iba a sentar mal, que esa última pistola le terminaría de llenar de miasmas el alma y lo que era peor el cerebro, y de seguro que las culpas de su ruindad la pagaran en casa la mujer y los hijos.

Con aquellos andares de chulo sin nada que chulear, caminaba por las calles del Llopis Ivorra, agarrándose a las paredes y arboles hasta llegar a su casa mediada la tarde y con la pellica llena a reventar de veneno, el bolsillo lleno de calderilla de los cambios, (cada taberna mil pesetas, para pagar cuarenta) y el cerebro ebrio de maldad, para maltratar a su mujer, eso no lo contaba en la taberna ni que el dinero que con tanta ansias gastaba era los ahorros de esa buena mujer durante y a base de pasar calamidades guardaba con ahínco durante todo un año, un año de ahorros y austeridad para que en un mes verano se aparentaba lo que no se era y que nunca llegaría a ser, deseando que pasara cuanto antes y se fuera otra vez por donde había venido, como tampoco contaba que dejaba a su mujer e hijos sin nada que comer por que le tenían que dar dinero para gasolina del viaje de vuelta , el pago del alquiler del auto y dinero para seguir chuleando en el sitio ya de vuelta, mientras en su casa dejaba a la mujer llorando de palizas en palizas, miseria tras miseria, rogando que ojala no vinieran más Agostos.


Agustín Díaz

 
 
 

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