EL SR. AGUSTÍN
- Llopis Ivorra-AgustinDiaz
- 29 mar 2020
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 6 may 2020
la crónica desde la calle cuba de mi Llopis Ivorra,
tiene el placer de pasear por este blog, a un hombre excepcional, hoy les presenta con orgullo nada más y nada menos que al Sr, Agustín
Cuando empecé a tener conciencia de su presencia en la casa, lo veía como a un gigante, siempre bien abrigado con una pelliza, traje contra el agua, botas robustas y unos enormes guantes de lana forrados de cuero, boina cubriendo la cabeza o casco de moto, lo veía como un gigante desde mi altura. Yo debía de tener pocos más de dos años o quizás tres ,y empecé a esperar la hora que el hombre aquel llegaba anochecido los sábados y que se iba amanecido la noche de los domingos, traía un caramelo enorme en forma de martillo y un macuto de ropa usada, debía de ser ultimados ls cincuentena del siglo pasado, eso recuerdo y el olor, olor a gente que trabaja duro a la intemperie en la construcción de carreteras, esa mezcla de olor en la ropa a sudor honrado, alquitrán recién derretido y a gasoil reseco.
Nacido en las Huertas de Ánimas, arrabal de Trujillo, de familia tan humilde que esta el apellido lo tenían en la casa de empeño, desde muy temprana edad tuvo que vivir de prestado en la casa de una tía bondadosa y solterona, junto a otros dos hermanos, quizás su soltería pudo venir de eso de cuidar a sus sobrinos huérfanos apenas nacido el Sr, Agustín ultimo en nacer, los crió con lo que le daba el estraperlo a pequeña escala de la venta de café a granel, algo de lencería, un poco de bisutería y una pizca de oro por añadidura, pasado por la frontera con Portugal, a la carrera por caminos de contrabandistas, y demás productos prohibidos en aquella década de los años 15 recién empezado el siglo XX, les dio cobijo, cama, algo de pan, lo que sus magros ingresos le permitían y entre negocio y negocio les enseño lo poco que sabía de leer, y escribir, y de echar algunos números al voleo, el Sr. Agustín aprovechó bien las lecciones, pues pasó a ser de los míseros de la localidad a ser de los más instruidos,misero si, pero instruido, en un país de analfabetos, aquella enseñanzas y las que el tomó por su cuenta, les sirvieron andando el siglo para alimentar a su familia numerosa, sin la agonía de los pisotones y apretones que daba el hambre corriendo tras de la gente en aquellos años de escaseces de todo, no, definitivamente no fue de los pobres que nada tenían ni tampoco de ricos que nada les sobraba.
Nacido en 1.913, siempre pareció mayor, es de esa generación que siempre dio la sensación de ser o parecer mayores, seguramente la vida, la que les toco vivir, propició eso porque les arrancaron de la infancia, les robo la adolescencia y les arruinó el total de la juventud, la infancia por su orfandad, la adolescencia por tener que buscarse el sustento y la juventud porque les atropello una guerra, a aquella guerra de odios y que y que se prolongó mucho más de lo que cuenta la historia, esa guerra que dejo marcados a muchos jóvenes que jamás lo fueron.
Se casó recién terminada la contienda con la novia de toda la vida, abandonando el lugar de nacimiento con lo que pudieron cargar a ganarse el sustento y pronto muy pronto, llego para acompañarles en la miseria la primera hija, continuaron su vida nómada y con aquel trabajo infernal de duro, a la intemperie sufriendo los rigores de aquellos inviernos crueles, cuando los inviernos eran inviernos o en el horno del calor de ,los meses de estío cuando los veranos eran veranos, y cantaba la chicharra como solo antes se las oía cantar, de vida en las casetas de camineros o en cuartos prestados de casas de pueblo, con los cuatros trastos a cuesta, de fonda en fonda de carretera en carretera, y +
anacieron más hijos, primero Florentina, después Elena, llego Andrés, más tarde Agustín, y de vuelta a los caminos para convertirlos en carretera de caseta de caminero en caseta de caminero, de pueblo en pueblo de casa arrendada en cuarto prestado, en aquellos años terribles de unas posguerra cruel, tan cruel como lo fue la guerra misma.
Ya con cuatro hijos, cada uno de ellos nacidos y criados donde se podía en 1.957 decidieron asentarse en Cáceres en el populoso barrio del Carneril, años después el obispo llopis Ivorra cedería su nombre a la barriada, por ser el artífice de la creación de una cooperativa para la construcción de viviendas para gente necesitada, esas que años después, muchos años después llamarían viviendas sociales, una vez asentados en la calle Cuba, nació su última hija María de los Ángeles, siendo ya mayor como para ser abuelo, tan mayor como que al compás de la hija nació su primera nieta, y seguía siendo el hombre que llegaba oscurecido los sábados para irse apenas si amanecido la noche del domingo, arrastrando tras de sí el olor a alquitrán derretido y a gasoil reseco.

Años de vivir a salto de matas, de fondas oscuras de casetas de camineros hediendo a humo de chimeneas mal construidas, de pensiones de tercera donde la limpieza era de cuarta, de pueblos de nombres ya olvidados de otros siempre recordados, penurias, de la miseria de entonces de fríos que mermaban la salud, de calor que la mermaban tanto o más, de tristezas desazones y como no también alguna alegría efímera, de noches de taberna invitado a vino a los obreros machacadores de piedra, tranquilizándolos, para que al día siguiente volvieran al tajo para cumplir los plazos y prometiéndoles, que al día siguiente estaría allí el dinero de las pagas que se les adeudaba, dinero que ya debían en la tienda de ultramarinos y su mayoría en la taberna y vuelta a empezar de más vino y más promesas y más deudas en tabernas y tiendas, de noches de trasiego de bidones de alquitrán de una carretera a otra para justificar a la inspección que el material se había gastado donde se tenía previsto, cuando en la realidad lo que se estaba justificando era la comisión del 3% de los trepas del momento, de aquel presupuesto licitado a la baja, escaso a todas luces pero prometida su resolución, preparando la fiesta al inspector de la diputación de turno para acallarle la boca con comida, bebida y un sobre entregado delante de toda la gente cuando daba el visto bueno y miraba para otro lado cuando se realizaba la cata de un firme inferior muy inferior al estipulado, noches toledanas cuadrando tiempos y presupuestos con jornales, noches de sueño escaso en casas ajenas en camas de misericordias arregladas a horas interpectivas cuando las había, las más de las noches pasadas en un jergón junto a cualquier chimenea para cubrirse del frio, escuchando caer las goteras del tejado sobre un baño de cinz de cualquier caseta de caminero distribuidas por la geografía cacerense.
Llegaba anochecido los sábados aquel hombre que me parecía mayor, con el caramelo enorme en forma de martillo, con un macuto de ropa usada impregnadas de aquel olor a alquitrán y a gasoil reseco, para después de desayunar un huevo crudo en un vaso de vino con un tazón de café negro desaparecer apenas despuntada el alba de la noche del domingo, si acaso un rato, si hacia bueno los domingos,por la tarde por el paseo de Cánovas, o una película en el cine y un café, en el bar el Globo en la Cruz de los Caídos ya de vuelta, o en verano una gaseosa en la polar, junto donde se ubica el Banco de España, algunos ratos en la taberna, alguna partida de rana donde la Colora, y a casa a preparar el macuto de ropa, la pelliza y el traje contra el agua que solía vestir para sus desplazamientos en moto, en aquella moto Gucci de palanca de cambios en el depósito de gasolina, y que la única vez que le vi enfado fue porque le quitaba la moto y aquel día la deje sin gasolina, tuvo el hombre que subir la cuesta de la carretera de Medellín hasta la cruz de los caidos con la moto del ramal, tenía yo ocho años o así.

Se jubiló en 1.978, después de una vida de avatares y de luchas por subsistir y las inclemencias del tiempo y de la vida, debió ser hombre de trato amable y tranquilo el Sr. Agustín y de haber ayudado a mitigar las fatigas del hambre a bastante gente, era el Sr, Agustín o el capataz para otros, el Sr. Agustín el capataz que estuvo por aquí, aun lo recuerdan así, siempre es un placer que recuerden a la gente y por lo que me dicen con respeto y cariño, desde que se jubiló nos tratamos más tuvimos más conversaciones y años más tardes compartimos noches de combates y de batallas ganadas unas perdidas las más, como él iba perdiendo la suya con los nubarrones que poblaban su mente, esperó irse hasta el día de su nacimiento con la diferencia justa de noventa y dos años, pero no se fue para siempre, nadie lo hace mientras alguien lo recuerde, yo me acuerdo de aquellos sábados recién anochecido, el martillo de caramelo, el macuto de ropa usada impregnada de ese olor a sudor honrado a alquitrán derretido y a gasoil reseco del Sr. Agustín.

Agustín Díaz
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