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EL TRAPERO

  • Foto del escritor: Llopis Ivorra-AgustinDiaz
    Llopis Ivorra-AgustinDiaz
  • 13 abr 2021
  • 9 Min. de lectura

La crónica desde la calle Cuba de mi Llopis Ivorra,

andaba entretenido, en nada, echando cuentas de que luna sería la más propicia para poner huevos a la culeca, para tener más posibilidades de que salgan más pollos que pollas, no por nada, porque es malo tener más de un gallo en un solo corral, quizás es por aquello de esperar a que engorde y el domingo al horno y eso, para quitar alguna pena del estómago y tal, cuando a través de la ventana de mi casa en la calle Cuba vi pasar al personaje que no por visto, pasaba inadvertido a ningún vecino o visitante, a ningún lugareño o forastero, era un hombre normal de apariencia normal y que actuaba de forman normal, dentro de la normalidad de la época, la de aquella época, la de aquellos horribles años, época de silencios a voces, de voces calladas, de cerviz doblada, era aquella época de posguerra ya demasiado larga y que estaba recién principiada. Atilano, que era el nombre al que atendía en efecto era ese hombre de aspecto normal que no destacaba en nada, solo porque pasaba por la vida con un saco a la espalda y que pregonaba su presencia al toque de corneta, yo le veía cuando iba o cuando venía de hacer el recorrido por las calles del barrio comprando o cambiando hierros olvidados y viejos, trapos desheredados y chatarra en general, pues era Atilano trapero de profesión y vivía de los que los demás dejaban a un lado por inservible o fuera de uso, primero con el saco a la espalda después tirando de un carrillo de mano y más tarde en una moto “vespino”, con la chiquillería detrás y rodeándole cuando hacia un alto en su deambular esperando la algarroba duce a cambio de una suela de crepé de unas zapatillas demasiado andadas, al menos yo lo veía así o tal vez fuera producto de mi imaginación, pero solía verlo casi que a diario cuando iba o cuando venía de patear las calles de mi Llopis Ivorra.

Debía ser a comienzo del siglo, del siglo XX claro está y la casualidad quiso que los periodos de más productividad coincidieran siempre con la llegada de vientos de guerra, en 1.905 la guerra Ruso-Japonesa o viceversa por que los dos se buscaron y lo hicieron con tanto ahínco que se encontraron, en 1.914 con la gran guerra y en 1.940 con la II guerra mundial, y es que las minas de Garrovillas de Alconetar, localidad próxima a Cáceres en unas cinco leguas, teniendo que atravesar el rio Tajo dejando al ir a la derecha la torre del castillo de Floripes, hoy inundada por el pantano de Alcántara y un poco más abajo el puente romano de Mantible, hoy desplazado de su ubicación original para evitar ser cubierto por las aguas cuando el embalse mandado construir por el dictador de un solo huevo en el lugar donde confluye el tajo y su principal afluente el rio Almonte o al menos uno de ellos, lo de las guerras y el aumento de producción puede que sea casual o que el mineral hierro-wolframio que se extraía de las entrañas de la tierra en esas minas fuera por aquellos revueltos tiempos el mineral que se utilizaba para el blindaje de barcos, tanques, camiones y demás artilugios de guerra, más tarde hacia 1.950 el wolframio perdió todo su interés y al compás las minas olvidadas de Garrovillas, hasta que en el 2.001 se le añadió de Alconetar en honor al nombre del pueblo de ese nombre existente desde el principio de los tiempos a orillas del rio Tajo pasando desde entonces a denominarse Garrovillas de Alconetar.

Atilano, que fuera obispo de la diócesis Zamorana 850-916 y que conmemora su día el 5 de octubre fue el santo varón dentro de todo el santoral que presto su nombre a nuestro protagonista y a fe que hay que ser rebuscado pensaba yo , hasta que el camino me reunió con tres del mismo nombre, claro está que eran familia y el nombre a lo que me contaron les venía de tradición, dentro del seno de una familia humilde nació nuestro Atilano que la del santo no tengo ni idea, y numerosa de aquellos que cuando nacían ya debían varios años de hambre y dedicados casi antes de soltarse a andar al menudeo y al rebusco de todo lo que se pudiera menudear y rebuscar según la estación del año, aunque solo le diera para echar un hueso al puchero demasiado pasado por otras aguas hervidas, y que en vez de engordar el caldo se lo bebía, dio en la casualidad cierto día en el que iba o venia de toparse con un saco de cincuenta kilos de aceitunas, olvidados por su dueño en la corriente del regato Plata, saco de esterilla por el cual se filtraba la corriente e iba endulzando las aceitunas sin necesidad de cambiarle el agua diariamente y con mayor rapidez, haciéndose el encontradizo cargó con las olivas pensando quien sería tan despistado como para perder un botín semejante en épocas de hambrunas, andando en el trueque de las aceitunas con un mediador o receptor de las cosas olvidadas a los demás y de todo lo que de guardar silencia había, dio en escuchar una conversación a medias entendida donde solo le interesó aquello de que había un grupo de amiguetes que a los que se apuntaban a jugar con ellos le daban ropa y calzado nuevo, no le importó que fuera de color azul , que llevara correajes de cuero negro y en escudito con un yugo y unas flechas, lo único que le importaba que fuera de su talla y el bocadillo de mortadela con aceitunas que también entraba en el lote inicial, y había que verlo ir o venir con su ropa nueva y la gorra de barquillo ladeada más chulo que un Seat Panda con un contador de revoluciones , tan chulo iba o venia que dio en conocer a una muchacha muy limpia y hacendosa y muy conocida en su casa por recorgarse de la lampara y decirle a su madre que estaba loca, natural de de la parte de las Hurdes y que los padres mandaron a servir a la capital más por nada por quitarse una boca que alimentar de encima a casa de unos señores adinerados de la zona de Ávila y que se mudaron de capital por que a la señora le daban flatulencias los fríos y el agua de aquellas tierras y que al poco de llegar contacto que no era el frio ni el agua de aquellas tierras precisamente pues el problema seguía igual o peor pero ya no era cosa de volver a la mudanza y por qué el marido tenía posesiones en las sierra de San Pedro de fincas con cortijos y corcho de encinas y alcornoques y ciervos para las cacerías, así que Eufrasia que era el nombre de muchacha se vino con lo puesto y un refajo limpio a servir a casa de estos señores a cambio de un mendrugo de pan, algunas sobras del estofado de la mesa principal y un jergón en el rincón del cuarto de planchar. Al poco de conocer a Atilano tuvo Eufrasia su primera falta menstrual, lo cual achacó al principio al cambio de aires y de alimentación y al agua del botijo de la pipiagui, que era según voz populi el agua más pura de toda la ciudad porque rea mezcla de fuente concejo y fuente fría, y con algunos poderes milagrosos que quitaban al que la bebía a perra chica el trago dolores específicos y resacas varias, sin tenr en cuenta los tocamientos impuros , hasta que el bombo se hizo evidente y la señora la hechó a la puta calle y el señor le dijo ves eso te pasa por andar con los soldados, y ella solo se acordaba del párroco de su pueblo que le dijo que no fuera tan confiada que cualquier santo tiene pito.

Por ahí se les veía ir o venir, si por las calles de mi llopis Ivorra al menudeo de los hierros viejos, trapos y todo aquello que fuera susceptible de ser vendido, el con su saco a la espalda ella con su bombo en la barriga, pensando en cómo enderezar un torcido día de los muchos días torcidos, sin ingresos apenas , ni una perra chica con la que comprar sal, solo algún hierro que otro y el saqueo que cada poco le ordenaba el caporal de turno a su cuadrilla, magro saqueo porque hasta para eso tuvo mala suerte su zona era de la más míseras y había poco que rascar en el reparto del saqueo que solo servía para enfadar aún más a los saqueadores y joder bien a los saqueados, algún trozo de bacalao, alguna patata y libros y revistas, como estos no se podían comer pues para encender la lumbre que de letras se andaba a la cuarta pregunta, y todo por el bien de España que a los rojos ni agua, en una de estas les llegó un recorte de prensa donde se le concedía a la Alemania de Hitler la concesión del mineral de wolframio por parte de su excelencia el generalísimo unihuevo de la parte de España ocupada por los fascistas cambio no sé qué favores, y por parte del receptor de los artículos del menudeo y distraídos a sus propietarios conoció a un representante de su augusta majestad británica Jorge VI, que acaba de subir al mando del reino unido por que el VIII de los Eduardo se fugó con la señora Wallis Simpson, ya ven los británicos veían mal que su rey anduviera bajándole las bragas a una señora divorciada y encima americana de los todo poderosos Estados Unidos, este representante también quería el mineral para blindar su equipación guerrera y quitarle lo que pudiera al Führer, así empezaron los años de gloria de Atilano y Eufrasia, ella encargándose ahora bien surtido puchero y el a ir o venir de las minas de Garrovillas de Alconetar, siempre con su saco al hombro a distraer las piedras de hierro, encorvado por el peso del material o por el peso del dinero, se pagaba el kg de wolframio de estraperlo a 1.000 pesetas del año 1937, y aunque el riesgo era el del fusilamiento, de cobardes están los cementerios llenos, descontando la parte del mediador todas las semanas levantaba un potosí.

Un pobre harto de pan, de siempre se ha dicho que lo peor es un pobre harto de pan, a Atilano se le subió a la cabeza el dinero y perdiéndola se le empezó a ver por la cafetería Avenida, lugar frecuentado por señoritos y caciques de la época, donde acostumbraba a pagar convidadas de lo más caro y a encender los habanos con billetes de 100 pesetas, una barbaridad teniendo en cuanta que ese era el salario de dos meses de duro trabajo, pero como en este país siempre se hemos arado sobre los huesos de los muertos y a la gente de dineros hay que echarla de comer en pesebres aparte, le permitieron casi todo menos cuando quiso tratarlos como un igual y hasta aquí hemos llegado, bonito es el aire para el candil, le costó un billete para el frente del Ebro hasta que se acabó la contienda y cuando volvió ya no había mineral que extraer, ya no estaba de moda así que volvió al menudeo de los hierros y trapos viejos y se le venía ir o venir con el saco y el hambre a cuestas la del presente y la heredada.



La 250 Finheit Espanicher Frewillger, más conocida como la División Azul, se enteró Atilano por un camarada de los que habían estado dando café desde los primeros tiempos del golpe militar y que ya le empezaban a mirar mal hasta los propios porque no se fiaban de su locura, viendo el vacío decidió alistarse junto con Atilano en la división azul, el primero por asesino, el segundo por lo primero y para aliviar la gazuza, ayá se fueron a putear a los ruskis, pero mucho ruso en Rusia y en la misma estepa dieron al amigo matarile y a Atilano en el hombro, y se le veía ir y venir con el brazo en cabestrillo por el hospital de campaña de la Wehrmacht.

Mientras iba y venía Atilano a primeros del 1.944 el propio Hitler con un apretón de la mano buena y un cachecito en la cara le impuso la Verwunetenabzichen, vamos la medalla a los heridos en combate y aunque no quería el billete de vuelta para Cáceres, y así lo volví a ver cuándo iba o venía con su saco a cuesta por las calles de mi Llopis Ivorra, pasado unos años y como agradecimiento por haber vuelto con vida decidieron hacer entrega a la Virgen de la Montaña del metal militar con la documentación pertinente, pero las cosas no son tan sencillas como pueden parecer y ya en el año 1.962 un tratado España-Alemania acordaron pensionar por parte de esta última a los propietarios del medallero de guerra con lo cual a Atilano le correspondía un pico mensual y de por vida, un pico con el cual podría vivir como un potentado porque el pico era como de cigüeña por lo grande, así que un día cuando iba o venía del menudeo de hierro y trapos viejos porque su oficio era trapero, decidió subir al santuario y pedir a la virgen le devolviera la medalla sin tener en cuenta que la virgen es muy suya y que le contestó , santa Rita Rita lo que se da no se quita.


Talla original de la Virgen de la Montaña siglo XVII

Agustin Díaz

 
 
 

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