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EL TÍO MIGUEL

  • Foto del escritor: Llopis Ivorra-AgustinDiaz
    Llopis Ivorra-AgustinDiaz
  • 29 mar 2020
  • 4 Min. de lectura

En las crónicas desde la calle cuba de mi Llopis Ivorra, hoy quiere hablar del tío Miguel, mi tío Miguel.

Recuerdo, si lo recuerdo sentado en el salón de la casa aquellas mañanas de domingo, cuando iba a visitar a su hermana, con el tazón de café negro en la mano,¡ no me riñas hermana ¡ todos los domingos todos o casi, antes de salir a hacer el recorrido por las tabernas del llopis ivorra, parecidos muy parecidos, de cara casi iguales, ella la mayor él segundo de un total de ocho hermanos, de caras arrugadas por lo mucho de los vivido, ella con el pelo blanco teñido de un azul cielo, blanco el de él, de una blanco níveo, morena la tez del trabajo a la intemperie y la cicatriz plateada sobre la sien, una raya como al resbalón, que le quedo como consecuencia de una bala perdida o quizás no fuera perdida y se acercaba a su encuentro y que por causa del destino en último momento se desvió lo justo para dejar como señal de paso al rojo vivo y a toda velocidad aquella cicatriz honrada en su frente noble, cicatriz de bala por que tuvo la desgracia de que le pillara en sus años mozos una maldita guerra, guerra en la que los viejos enterraban a los jóvenes y como pasa en todas las guerras siempre las pierden los mismos, la gente buena y honrada como el , como tantos mozos como tío Miguel, ¡ no me riñas hermana, todas las visitas de los domingos terminaban así, ellos sabrían el por qué ¡ se le veía pasar con el pelo blanco, níveo, tez morena y arrugada la piel, y la cicatriz plateada en la sien.

Recuerdo, yo recuerdo acompañarlo, cuando me decía ¡ venga sobrino, vamos ¡ y de cuando iba a buscarlo mientras la tía Emilia esperaba en casa de la hermana del tío Miguel, Juana, en la calle cuba, buscarlo en la taberna donde solía pasar el rato de asueto con echando la partida a su juego preferido, el juego de las ranas, a mí me mandaban a buscarlo para que no se pasara en exceso de la hora de recogida, para que no se despistaran el aquel barrio de calles sin asfaltar y llenas del lodo del barro colorao, la taberna, la de la “ Colora “ donde en equilibrio casi imposible e inverosímil en la posición de tirada y con los tejos de juego en la mano, clin, clin, clin los tejos sobre la boca de la rana, clan, clan clan, directos de la boca al cajón, 5, 6 , 7, carajo Miguel, hoy tienes el pulso fino, y después de trasegar algunas pistolas de vino, y recuerdo que medio adormilado sentado en el banco corrido de la taberna con un refresco de la marca Citrania y algunos cacahuetes soltados como por a rebotina para tenerme entretenido y dejarles terminar la partida, esa y otra más y otra pistola de vino, recuerdo, lo recuerdo con el pelo blanco , níveo, morena la tez, la arrugas de la cara y la cicatriz plateada en la sien.


Recuerdo, también recuerdo, cuando me decía ¡ vamos sobrino ¡ y de la bicicleta del ramal me llevaba a dar de comer a los animales de granja, que tenía en un corral en la charca Musía, comida que entre otras cosas provenían de las sobras de las casas, que su cuñada Manuela, tía Manuela, iba recogiendo con paciencia de santa por las casas conocidas del barrio, bicicleta con la que se iba de caza, con su compadre el tío Chato, el padre de la familia de los Chorros eso Chorros de toda la vida del barrio del carneril primero, del llopis Ivorra más tarde, comentando de las liebres que no había cazado y de los conejos que cobraban también, piezas que se cambiaban por pistolas de vino, porque sí, porque así era la vida o al menos así se la inventaron ellos, porque quizás mientras bebían ese vinazo con olor a agrio les hacía olvidar otras cosas, las tristes historias pasadas, las miserias vividas, vamos compadre, vamos a ganar otra partida clin,clin, los tejos en la boca de la rana, clan, clan, clan, los tejos entrando limpios por la boca y golpeando el cajón de la rana, 3,4,5 tienes el pulso firme Miguel, venga otra convida, y ahora la espuela,¡ tío vamos ya ¡ que es tarde y tía Emilia se va a enfadar, ¡ calla sobrino ¡ que me toca tirar, clin, clin, , clan , clan clan, y otra pistola que nos vamos ya, subiendo el terraplén de la taberna de la “colora” tío Miguel sujetándose en mi brazo, en el otro el tío Agustín, resbalando en el barro colorao del Carneril, con el pelo blanco, níveo, morena la tez, arrugada la cara y la cicatriz plateada en la sien.

Recuerdo, si recuerdo, aquellas navidades, que, con la botella de anís del mono, y el coñac veterano, el plato de dulces, mazapanes, polvorones mantecados, zambomba de piel quizás de gato, entre villancicos ¡que entre vd mozo que entre Vd., mozo! ¡la Soledad se ha perdido, ole Soledad su madre la anda buscando ¡madre en la puerta hay un niño más bonito que el sol bello ¡de la calle Cuba a la calle Ecuador, parando en las casas de los vecinos amigos, y de vuelta de la calle Ecuador a la calle Cuba! O cantando y bailando pasodobles que de todo había en aquellas navidades con sabor a antiguo, de toda la familia reunidos en paz y alegría, ¡en los carteles han puesto un nombre que no lo puedo nombrar ¡Mi jaca cabalga y corta el viento cuando pasa por el puerto caminito de jerez! El Tío Miguel, haciendo bailar una cuchara y un tenedor encima del corcho de la botella, y hasta que el día llegara, siempre con su cara de bondad, de carácter bonachona, toda honradez, deprendiendo amistad, con su pelo blanco níveo, de morena la tez, de cara arrugada y la herida de bala cicatriz plateada en la sien.



Recuerdo y lo recuerdo también, de cuando las ferias de San Fernando y también las de San Miguel y cuando San Jorge el patrón, no había nadie que bailara como hacia bailar a los gigantes y cabezudos el tío Miguel, con su cabello blanco, níveo, morena la tez, la cara arrugada y la cicatriz plateada en la sien.

Agustín Díaz

 
 
 

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