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EL VIEJO Y LA MONEDA

  • Foto del escritor: Llopis Ivorra-AgustinDiaz
    Llopis Ivorra-AgustinDiaz
  • hace 7 horas
  • 8 Min. de lectura

                                  EL VIEJO Y LA MONEDA

Crónica desde la calle Cuba de mi Llopis Ivorra.

Andaba yo por la calle Caleros de la antigua villa cacerense, no sé si iba o venia, no recuerdo con exactitud, lo que si recuerdo es que mis cortas entendederas andaban a ver si lograban averiguar que luna era más propicia para echar huevos a la culeca para que salieron más pollos que pollas, cuando al punto escuche un chisteo, al mirar para arriba, que de arriba me llegó el sonido, me encontré con una vecina asomada a una ventana, cuya pertenencia era a la llamada casa grande de esta singular calle – La de Franquete,- que si pesado que sí, ¡como si en esa calle no hubiera nacido nadie más! que arreglaba con esmero un tiesto de geranios, geranios que lucían con esplendor entre aquella fachada cuyas paredes relucían de un blanco satén, o quizás de cierto blanco roto, porque el enjalbegador  le dio por aprovechar pigmentos de sobras de otros colores, y añadir un poco de blanco puro poco andaba escaso de material.

Aquella ventana con el tiesto de geranio perteneciente a la llamada casa grande de la calle Caleros, donde las vecinas no se lavaban con aguardiente ni hostias, como coño se iban a lavar con aguardiente si tenían fuente Concejo a manos, venga ya idiotas, la ventana a la sazón daba a la habitación donde vivía, pongamos que, Angelita, con derecho a cocina comunitaria, me dijo que entrara, que mientras le echaba un alpiste al canario ponía el agua a cocer para hacer café, ya sabes el agua debe alcanzar los 90 grados, poco más o poco menos, un puñado de café cubano que traía de estraperlo la señora Fátima de Portugal y un mucho de achicoria que la cosa no andaba para gastar munición con los cuervos, y así sentados en el zaguán de la casona, rodeados de varios inquilinos más, soplando y sorbiendo café, el mío y el del tío Chivario con unas gotas de aguardiente, para matar el amargor de la achicoria, en tazas de porcelana, unas con más suerte que otra en el descascarillado, las había que hacían hasta figuras como si fueran dibujos adecuados a la ocasión, cada uno en sillas de eneas, cuyo culo esperaban ocasión de que el sillero les metiera mano, zaguán amplio, cocina de esas que llaman económicas y que antes solo llamaban fogón, con sus hornillos y su carbón en cubos de cinz, guardados debajo y tapados por unas cortinas de telas de retales, cuando las había, y así en conversa reunidos en media luna, mirando hacia la calle, con el portón de entrada medio entornado para dejar pasar la brisa de la estación meteorológica, dio en pasar una chica, quizás ya no fuera tan chica, por la calle dirección a la ermita del Vaquero, que distaba cien metros escasos de la ubicación de la casona, al punto la conversa cambio de tema, alguien dijo ¡ ahí va la, llamémosle Luz Divina! y dije yo quien:

Era Luz Divina muchacha, vecina de la calle e hija de una vecina y que en la calle se le tenía estima, por aquello de que, entre vecinos, antaño era costumbre echarse una mano los unos a los otros, repartiendo el hambre y la miseria, sin impórtales militancia política, pero que tonterías digo, aquellos años sufríamos una dictadura pura y dura, y vivíamos en el pensamiento único y adoración aquel general bajito y unihuevo asesino de Paca “la Culona”, pero esto es otra historia.

Andábamos en que vimos pasar a la que pongamos por caso se llamaba Luz Divina, o se llama que lo mismo aquella moza de entonces no es aún  finada, calle abajo, o calle arriba, depende, y que por lo que me contaba Angelita, aquel día sentado en el zaguán de la casona Grande le decían, junto a la tinaja de agua fresca traída recién de la vecina Fuente del Concejo y soplando para enfriar el café, era muchacha de algún merito, de regular presencia, vistosa al golpe de ojo y hasta un pelín presumida de suyo cualidades estas que se quedaban olvidades en el momento en que Luz Divina abría la boca para hablar, ya que la muchacha carecía de cualquier forma y sentido de educación, y se le notaba el bagaje de haber asistido para su formación a casa del maestro “Ciruela” que no sabía leer y tenía escuela, le costaba llegar de la A hasta la B, y no digamos el sumar dos más dos cuyo camino se le hacía tortuoso, y hasta le parecía de premio Nobel, pero ella, Luz Divina vivía feliz en su ignorancia, y se la veía ir y venir por la calle Caleros luciendo palmito.

Más cierto día, recien principiada la primavera, Angelita no supo o no quiso decirme el año, y en un bullarengue de aquellos que armados con un “Picú” pasaba la tarde de bailoteos la juventud de la época, Luz Divina, conoció a un muchacho que se decía del barrio del Carneril, y más, de la calle Cuba, un muchacho con pinta de aseado, con media melena al viento  al uso, la única pega era que a la hora de aportar lo único que podía ofrecer era un cartón del paro, y unos pantalones vaqueros, comprados en “Villegas”, de segunda mano pero en buen uso.

Rondó a la  muchacha como era costumbre, y me cuenta Angelita que más pronto que tarde se le veía pelando la pava tras las rejas de la casa de la chica, al punto el muchacho fue presentado a la familia de Luz Divina, a saber, padre, madre, un hermano de profesión borracho y otro que trabajaba de bedel en el Sindicato Vertical, y a toda a la calle en pleno, faltaría más, aunque a la vecindad no hacía falta, toda vez que hacía cuanto a que, habían catalogado al muchacho y tomado la matricula y filiación. Vecinos tales como la señora Felipa que era cantadora de villancicos por navidad, y a Angelita, y a la señora Fátima que se dedicaba al estraperlo, y Antonia, la que llamaban la viuda por tener un marido de aquellos flojos, amante de echar la mañana en cualquier resolana, hablando del gobierno hasta la hora de comenzar con los vinos, y más de más.

Ella, Luz Divina, loca por conocer mundo y dejar atrás casa, calle y familia, y aprovechando que el muchacho, digamos Eusebio, que hasta ahora no lo había dicho, encontró trabajo en la fábrica de corcho, le pidió casamiento, no, no estaba embarazada, solo quería dejar atrás la miseria, porque ella lo valía, par marchar a otra miseria igual o mayor.

Casaronse los muchachos, y al ser Eusebio hijo único, marcharon a vivir a casa de este con su señora madre viuda de un dependiente que lo fuera de almacenes Mendieta, y que tenia de sobra habitación y catre, ni que decir tiene que entre las perrinas que aportaba Eusebio de su trabajo y algunas que arrimaba la suegra, allí Luz Divina era medianamente feliz, hasta que…

Seis meses seis, habían pasado desde el bodorrio, y aunque lo buscaba no conseguía quedar preñada, ni Luz Divina ni tampoco Eusebio, de dineros tampoco había mejorado, y la viuda harta de estar harta, porque Luz Divina también tenía sus cosas, como cada cual, decidieron buscar acomodo en casa de arriendo en la calle Bolivia, y allí que se fueron con el poco bagaje que consiguieron reunir y a ser felices en una casa para ellos solos, pero resultó que por aquella época, dos meses después más o menos, llego a la fabrica de corcho, si, aquella que instalaron en el cerro de Cabeza Rubia de la villa cacerense, donde luego pusieron la Central Lechera, y después el cuartelillo de los municipales, un gerente nuevo, llegó este hombre de tierras lejanas, y al punto quedó encantado de la bella ciudad de Cáceres, y de Luz Divina también, al estar solo el hombre en tierra extraña, hizo amistad con el buenazo de Eusebio y tras él con la  muchacha a la sazón, y a partir de aquel momento se les veía al gerente y a Luz Divina paseando de la mano por la Ribera del Marco, muy juntitas las cabezas hablando de sus cosas.

Y como suele ocurrir en estos casos el pobre Eusebio fue el ultimo en enterarse, aunque iba por la fabrica pinchando los paneles de corcho al girar a un lado y al otro la testuz, cuando se quiso dar por enterado, ya andaba reculando en tablas cuando el gerente comenzó el asalto a la muchacha, y cuando lo relegaron a sobrero ya estaba el gerente metido en las bragas de Luz Divina.

Y así Luz Divina y el Gerente, ya estaban viviendo su historia de amor y lujuria, él le prometió que le enseñaría el mundo conocido, y la trataría como si reina fuese, ella aceptó y una fría mañana de invierno, hizo el jato y le dijo a Eusebio ¡ahí te quedas con tus pantalones vaqueros y tu miseria, que yo me voy a conquistar el mundo!  Y ya tenemos a la muchacha infiel y al gerente ligón en un pisito bien amueblado y soleado en el Paseo de Cánovas de la villa cacerense.

Dice Angelita que lo conoció, al gerente digo, que era hombre de trato ameno a la par que sencillo, se le notaba lo viajado y el don de gente, y que, a Luz Divina la deslumbró el brillo del cobre de las pesetas, de las que andaba regular, y una educación de segundo de bachillerato, y que al poco la vieron presumir de joyas, vestuario y de peluquería semanal, de desayunar y comer en sitios prohibidos para el vecindario, la cena no, la cena con una manzana sobraba por aquello de la línea y tal, de bingos de casinos al fin, pero con la boca cerrada  tras el gerente en los sitios de bien, y vivía feliz, encantada de haberse conocido, sin tener en cuenta que ella tenia 20 años y el, él tenía muchos más.

Más el tiempo pasa, y el viento de aquel otoño se llevó la hojarasca, que por otra parte es en lo que se había convertido su nido de lujo, en hojarasca, el Gerente cumplía años, a veces parecía que, de dos en dos, y soltaba dineros sin protestar, ella Luz Divina, cada día más joven, que parecía haber vendido su vida al tío Anastasio, ese que vivía en las trescientas viviendas que le decían “El Diablo” y gastaba más y más, sin tinos y sin mirar al mañana y como si la fabrica de los dineros fuera suya, hasta que al final, llego el final, pobre queriendo vivir a ritmo de rico, solo podía durar lo que dura un suspiro de beata, y como perro apaleado el Gerente volvió a su tierra de origen, y donde todo había sido buen gusto y aparentar, se vieron las pulgas y se volvió a la ropa del mercadillo de los miércoles.

Ella, Luz Divina, la que fuese reina de los mares, se la volvió a ver ir o venir por la calle Caleros, con las finanzas marchitas, y bragas de un duro la docena, y hasta vieron que iba a visitarla el bueno de Eusebio, que nunca se había movido del lugar donde le dijo, ahí te quedas, maldiciendo su suerte, la mala claro, o tal vez la buena, no se yo que, si es suerte vivir con una mujer o un hombre de esa calaña, y preguntándose, quien seria el que mató a Manolete.

Y hasta dicen que intentó volver al principio como si no hubiera pasado nada, y como la madre de la muchacha no la quería en casa, le ofreció la suya, en lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad, había dicho el cura, y le propuso que hicieran como si ella Luz Divina había ido a comprar carne de caballo al despacho de Reyes Huertas donde siempre había cola y por eso había tardado en volver a la casa.

Pero la realidad, según me contaba Angelita le llego una tarde, de aquellas de cielo reluciente de primera, donde Luz Divina y Eusebio se le vio ir, o venir por la calle Caleros y una vecina que andaba colgando a secar ropa recién lavada de la cuerda agarrada que tenía en la fachada de ventana en ventana le dijo:

¡Te fuiste con un viejo por una moneda, la moneda se acabo y el viejo te quedó!

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Agustín Díaz Fernández

 

 

 

 

 

 

 

                                              

 
 
 

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