FLORENTINA
- Llopis Ivorra-AgustinDiaz
- 29 mar 2020
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 6 may 2020
Crónica desde la calle Cuba de mi Llopis Ivorra.
Alegría personificada, contenta, divertida, sonriente, optimista, bromista, buena persona, alegre en todos los sentidos de la conjugación del verbo, era así, sencillamente así, siempre desbordante de alegría y optimismo, desde hora temprana cuando paseaba inundando las calles del Llopis Ivorra de su alegría, desbordando con su personalidad, a la compra del pan a dos de los establecimientos del ramo expandidos por la barriada, donde toda la vecindad o casi toda tenía que hacer con ella, con su alegría y simpatía con sus saludos con amabilidad con su optimismo, diríase que toda ella era un cascabel, con sus sonrisas y con sus risas sus carcajadas, era de esas mujeres que jamás pasan inadvertidas donde quieran que van, con su personalidad apabullante y su grata presencia, y digo de buena mañana, por que nada más que recién amanecido salía a la compra del pan que gustaba en su casa, con sus zapatillas blancas, impolutas, resplandeciente en su blancura, blancas como de aquel blanco nuclear, siempre con algún niño en brazos, primero con alguna de sus cuatro hijas, andando el tiempo, con algún que otro nieto, sembrando las calles de luminosidad a su paso, de vuelta de la compra del pan entraba a saludar a la señora Juana y se la veía feliz con un tazón lleno de café negro, negro como la oscuridad total , negro como el carbón y espeso, tan espeso que se quedaba pegado a la taza, que se podía cortar a cuchillo, café negro, café autentico café de toda la vida, como era el café y como se servía en algunas casas, café de verdad con olor de café, de aquellos cafés que solo la señora Juana preparaba, allí se la escuchaba hablar de los cascarillos del día anterior siempre con la broma, presta para contarlos, después pasaba al salón donde el Sr. Agustín andaba con las noticias nacionales en la radio, y todas las mañanas se daba maña con sus bromas dejar al hombre más cabreado que una mona hasta que la echaba de casa, todos los días le liaba alguna,. al hombre para a continuación salir a la calle y pararse debajo de la ventana a escuchar muerta de risa los improperios que soltaba el sr. Agustín de ella, pero al mismo tiempo esperando que llegara el día siguiente para verla y que lo siguiera cabreando, después volvía a casa con el pan del día habiendo dejado la sonrisa a flor de piel en todos y cada uno que se iba encontrando a su paso con su cháchara divertida y bromista, y con sus zapatillas blancas, impolutas, diríase como de blanco nuclear.
Mujer con un optimismo a prueba de bombas, aunque la adversidad la visito con frecuencia, y con mala leche, jamás se dio por vencida jamás hinco la rodilla ante ella, siempre esperaba tiempos mejores sin abandonar su talante tranquilo, siempre miraba hacia adelante con la alegría innata que no pasaba desapercibida a nadie desde el barrendero, pasando por la vecindad hasta los tenderos del barrio, hasta en los pueblos de la provincia de Cáceres por donde los avatares de aquellos años confusos de posguerra llevo a la familia para ganarse el sustento, la Jarilla, Las Navas del Madroño, Calzadilla, donde y a pesar de los años transcurridos últimos de los 50 y principios de los 60, toda vía la recuerdan con cariño y afecto. Se casó y cuatro hijas llegaron para alegrarle ya de por si su alegre vida, días de Seat 600 cargado con utensilios de acampada para pasar las vacaciones en alguna playa, el matrimonio sus cuatro hijas y algún que otro sobrino de añadidura, y días de pesca en el pantano de Valdesalor con aquel vehículo cargado como si de un autobús se tratara y sin olvidarse jamás de cargar con la felicidad y la alegría por arrobas, si pasabas por la puerta de su casa siempre con la radio a todo volumen y ella cantando al compás, con sus zapatillas blancas, impolutas, diríase como de blanco nuclear.
Jamás la simpatía y su carácter alegre sufrió abandono por su parte, ni aun cuando la parca pasó por su calle y se asomó a la puerta de su casa, siempre entreabierta y dijo que no era posible tanta felicidad y alegría y que esa alegría la quería para ella y envidiosa le dejo los huevos de la bicha en aquella puerta abierta para todos, para que fuera incubando el dolor y la tristeza, aunque tuvo motivos jamás se la vio decaer en el ánimo, siempre con la palabra amable en su boca y la sonrisa apunto de aflorar, algún chascarrillo en ciernes siempre simpático, la explosión de su personalidad que siempre iban acompañada del sonido de alegre, alegres como de repiqueo de campanillas, hasta que un día la parca dijo basta y llamó al orden a la bicha que dejo incubando los huevos del veneno en su casa, no se podía permitir que con el dolor que le había transmitido todavía le sobrara alegría para dar y repartir, la parca celosa decidió que era hora de que se fuera a llenar de alegría su casa y lo hizo una noche de primeros de enero, sabiendo que había sido derrotada y que todavía y a pesar del tiempo transcurrido las gentes del barrio todavía la recuerdan con aprecio, recordándola como una mujer con alegría siempre con la sonrisa puesta y la broma pronta, y sus zapatillas blancas, impolutas, diríase como de blanco nuclear-
El duelo o velatorio, fue digno de todo personaje queridos de otra época, de cuando la gente sentía respeto por la gente, de cuando las personas eran importantes por sus buenas obras, conocidas por su buen carácter o simpatía por ser personas sencillas y amables, no se sabe la cantidad de personas que pasaron por la sala velatorio, a despedirse y confortar a la familia, pocas personadas finadas han tenido una despedida tan masiva de gentes de toda condición, no se sabe la cantidad tan enorme de gentes en su entierro, para despedirla en su viaje a solas, un funeral tan numeroso y de gente afectada como solo tienen derecho la gente de bien, la cantidad ingente de personas que fueron a decirle hasta más ver no se pueden contar, todos y cada uno de las que la conocían aunque fuera de paso allí estaban, jamás se ha visto tanta gente reunida para decir a dios a una persona normal, corriente solo era una vecina más del Llopis Ivorra, pero jamás morirá siempre vivirá mientras una sola persona la tenga aunque solo sea en el rincón más recóndito del pensamiento guardado en su mente, yo siempre la recordare subida en una silla de enea en la despensa del pasillo de la casa en la calle cuba, echando un tiento a los lomos ,a los chorizos, a las patateras, a los jamones, y a sus zapatillas blancas, impolutas, diríase como de blanco nuclear.

Agustín Díaz
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