LA EJECUCIÓN DE UN CURA A GARROTE VIL
Crónica dese La calle Cuba de mi Llopis Ivorra.
Antes de entrar en lo sucedido a don José Rodríguez Fuerte, y como el mal se apodero de su cuerpo y alma, de como un ser, tranquilo, reposado e ilustrado, puede perder la cordura, y entrar en tal estado de enajenación mental, jamás de quien lo conocía hubiera esperado que el diablo, disfrazado en formas de mujer, le hiciera cometer tal aberración, y es que ni el más cuerdo de los hombres, cuando lucifer ataca tiene poder para librarse de su ira, como decía antes de entrar en materia, permítanme una aclaración sobre el garrote.
Garrote Vil, o garrote a secas, era una maquina inventada y utilizada para aplicarla pena capital, en España, se le dio buen uso y estuvo vigente desde 1820 hasta su abolición total de la pena de muerte, al aprobar la constitución de 1978.
En 1832, una Real Cedula del monarca Fernando VII, para celebrar el cumpleaños de su reina y esposa doña María Cristina de las dos Sicilias, decreta que desde esta fecha y en adelante, solo se utilice el Garrote Vil, para reos o condenados, en tierras de la corona, por motivo de humanidad y decencia en la ejecución, hasta ese momento las ejecuciones se realizaban por medio de horca, espectáculo cruel, brutal, que terminaba con los reos colgados del cuello por una cuerda, hasta el desenlace final que a veces se extendía en tiempo de agonía, y que al parecer era de muy grande aceptación entre los embrutecidos vecinos de la Villa Cacerense.
Fernando VII y Maria Cristina
Dese la fecha de la Real Cedula, a los miembros del estado llano ase les devisa ajusticiar con garrote ordinario, en garrote vil a los autores de delitos de infamia, y a garrote nobles a los hijosdalgos, y gente de la nobleza. El garrote noble exigía que el condenado fuera trasladado en caballería y con la cabeza descubierta, mientras que en el vil debía hacerse en burro y el reo iba al revés y con la cabeza cubierta, el garrote ordinario, iban en asno o mula, y encontraban el cadalso desnudo, sin paños que lo cubriera. Aunque la denominación de «garrote vil» desapareció del Código Penal en 1848, el nombre pervivió entre la gente.
Era tanta la afición de las autoridades por estas prácticas, que la figura del verdugo, estaba contemplada dentro del organigrama municipal, oficio que se consideraba como deshonesto, por lo que obligaba a este funcionario, cubrir su cara con capucha, siendo este con plaza titular en la villa desde la edad media.
Las condenas se dictaban en la Sala del Crimen de la Real Audiencia de Extremadura. Por ello, la mayoría de las ejecuciones tendrían lugar en Cáceres. La sentencia debía notificarse al reo 48 horas antes de que se cumpliera, para que tuviera tiempo de arreglar sus asuntos. Se anunciaba al público con carteles que recogían el nombre, domicilio y delito del condenado. A partir de ese momento, la Cofradía de la Caridad se ponía en marcha con un único objetivo: Excitar la sensibilidad y la conmiseración públicas", explica el historiador.
Los hermanos concedían al preso tanto atención material como espiritual, cubrían estos gastos y el entierro, y se encargaban de las misas póstumas solicitadas por el condenado. Para ello instalaban mesas petitorias que se ornamentaban con cestillos, crespones o cruces. A estas limosnas añadían las cuotas de los propios cofrades. La ayuda espiritual se llevaba un 20% del dinero, y al material un 56%. Otro 20% se empleaba en financiar el aparato interno de la cofradía: pedidores, porteros y ayudantes, muñidores, mayordomo, diputados y otros hermanos que cobraban un salario.
mientras, se iba preparando el cadalso. Desde el Medievo las sentencias se cumplían generalmente en la Peña Redonda, pero desde la llegada de la Real Audiencia se realizaban en la plaza Mayor. Luego, a partir de 1820, se trasladaron junto a la ermita de los Mártires, y al construirse la plaza de Toros (1946), cerca de la ermita del Santo Vito. "El patíbulo consistía en una tarima de madera sobre la que se montaba la horca o el garrote, y podía ir revestida de bayetas negras, de acuerdo con la condición social del reo y el tipo de condena.
Las ejecuciones se realizaban entre las once y las doce de la mañana, y nunca en domingo o festivo. Al reo se le conducía desde la cárcel de la Audiencia, vestido con túnica y gorro negros, atadas las manos y sobre una mula llevada del ronzal por el verdugo. "Si era reo de infamia, llevaba la cabeza descubierta; y si lo era de traición, la llevaría rapada, con las manos a la espalda y con una soga de esparto al cuello, Los asesinos vestían túnica blanca y la misma soga, que era sustituida por una cadena en el caso de los parricidas. En todos los casos llevaban carteles en la espalda y el pecho con su delito.
En total 80 condenas a muerte, pero probablemente hubo más que la cofradía no computó, por ejemplo, durante la Guerra de la Independencia, cuando se interrumpieron sus anotaciones. No existen otros documentos que aborden estos temas, de ahí la exclusividad e importancia del registro de la cofradía, que el historiador ha completado con otras fuentes, por ejemplo, el Libro de Difuntos de Santiago, en cuyo cementerio se enterraban la mayoría de los ajusticiados. El estudio recoge desde los nombres de los condenados hasta su edad, estado civil, tipo de muerte, e incluso los santos o vírgenes a los que se encomendaban. En realidad, refleja el modo de vida en aquel Cáceres del siglo XIX.
Las condenas se dictaban en la Sala del Crimen de la Real Audiencia de Extremadura. Por ello, la mayoría de las ejecuciones tendrían lugar en Cáceres. La sentencia debía notificarse al reo 48 horas antes de que se cumpliera, para que tuviera tiempo de arreglar sus asuntos. Se anunciaba al público con carteles que recogían el nombre, domicilio y delito del condenado. A partir de ese momento, la Cofradía de la Caridad se ponía en marcha con un único objetivo: "Excitar la sensibilidad y la conmiseración públicas", explica el historiador.
Los hermanos concedían al preso tanto atención material como espiritual, cubrían estos gastos y el entierro, y se encargaban de las misas póstumas solicitadas por el condenado. Para ello instalaban mesas petitorias que se ornamentaban con cestillos, crespones o cruces. A estas limosnas añadían las cuotas de los propios cofrades. La ayuda espiritual se llevaba un 20% del dinero, y la material un 56%. Otro 20% se empleaba en financiar el aparato interno de la cofradía: pedidores, porteros y ayudantes, muñidores, mayordomo, diputados y otros hermanos que cobraban un salario.
Tras la ceremonia de recepción del reo como cofrade y su 'puesta en capilla' (así se decía) para los últimos días, tenía derecho a una dieta extraordinaria: potaje de garbanzos, caldos de gallina, jamón, bizcochos, bolluelas, leche y vino. La cofradía también le compraba y financiaba las reparaciones necesarias para acomodar su estancia: ropa de cama, servicios de mantelería, vasos, botellas, hachas de luz, lámparas, braseros, candiles o colchones, así como aceite, leña o carbón de picón, tabaco y la ropa que uniformaba a los reos en el acto de morir.
Se trataba de humanizar el tránsito solidarizando el drama personal, colectivizando la satisfacción de la última voluntad e institucionalizando una permanente compañía que buscaba consolar al reo y lograr su arrepentimiento y salvación
Respecto a las atenciones espirituales, objetivo fundamental de la cofradía, al reo se le concedían auxilios sacramentales y una Misa de la Paz en la ermita del mismo nombre, plaza Mayor, al tiempo que se llevaba a cabo su ejecución. Sólo el reo Pedro Serrano murió impenitente en 1826: se le privó de misas, de la mortaja de San Francisco y de la sepultura eclesiástica.
Además, la hermandad hacía efectivas las últimas voluntades del condenado, entre ellas las devociones a las que destinaba el dinero que le correspondía en concepto de misas. El 50% de los presos, según los estudios de Antonio Rodríguez, deseaban que fuesen por la salvación de su alma, sus cargos de conciencia y sus penitencias mal cumplidas. El 14% dedicaban sus misas a la Virgen (sobre todo a la Virgen del Pilar, de la Montaña, de Guadalupe y de la Encina), y el 10% a Jesucristo, además de ángeles, santos, ánimas y familia difunta.
La última voluntad aplicada a la atención espiritual se completaba con mandas dedicadas a diversos santuarios y con misas encargadas por familiares y amigos. También ha trascendido el legado de 14 presos de sus escasas pertenencias carcelarias: mantas, calzoncillos, camisones, jergas, almohadas, camisas, calzado, pañuelos, morrales o chaquetas. En la mayoría de los casos las dejaron a otros reos, sabedores de sus miserables condiciones.
Mientras, se iba preparando el cadalso. Desde el Medievo las sentencias se cumplían generalmente en la Peña Redonda, pero desde la llegada de la Real Audiencia se realizaban en la plaza Mayor. Luego, a partir de 1820, se trasladaron junto a la ermita de los Mártires, y al construirse la plaza de Toros 1846, cerca de la ermita del Santo Vito. "El patíbulo consistía en una tarima de madera sobre la que se montaba la horca o el garrote, y podía ir revestida de bayetas negras, de acuerdo con la condición social del reo y el tipo de condena
Las ejecuciones se realizaban entre las once y las doce de la mañana, y nunca en domingo o festivo. Al reo se le conducía desde la cárcel de la Audiencia, vestido con túnica y gorro negros, atadas las manos y sobre una mula llevada del ronzal por el verdugo. "Si era reo de infamia, llevaba la cabeza descubierta; y si lo era de traición, la llevaría rapada, con las manos a la espalda y con una soga de esparto al cuello
Los asesinos vestían túnica blanca y la misma soga, que era sustituida por una cadena en el caso de los parricidas. En todos los casos llevaban carteles en la espalda y el pecho con su delito.
El abogado cacereño Publio Hurtado, que presenció algunas condenas, describe en sus escritos la procesión hasta el patíbulo, en la que participaban unidos poderes civiles y eclesiásticos: el pregonero, el confesor, el escribano, cofrades de la Caridad, sacerdotes, capellanes y funcionarios de la Audiencia, rodeados de un séquito de curiosos.
La ejecución se alargaba dramáticamente por su función ejemplarizante. De hecho, la exposición del cadáver podía durar horas hasta ser amortajado con el hábito de San Francisco y trasladado al cementerio con el mismo protocolo, donde se le daba un enterramiento modesto en un espacio marginado del resto.
De los 80 ejecutados, un 65% murieron en la horca, un 35% en el garrote y sólo uno fue fusilado. Entre 1792 y 1832, la Audiencia se sirvió de la horca para ejecutar la mayoría de las sentencias. Era una manera degradante de morir, agónica si el cuello no se rompía al instante, por eso no era extraño que la familia rogara al verdugo que se colgara de los pies del ahorcado o se sentara sobre sus hombros, a fin de acabar cuanto antes.
Fuentes (Publio Hurtado- Recuerdos Cacereños del siglo XIX)
(Ángel Rodríguez-Morir en Extremadura)
Agustin Díaz
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