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  • Foto del escritorLlopis Ivorra-AgustinDiaz

LA TABERNA DE EUGENIA "LA COLORA"

Crónica desde la calle Cuba de mi Llopis Ivorra

En la entrada del otrora barrio del Carneril, más bien por el antiguo camino de maltravieso, donde este se bifurcaba con el de la subida hacia los campos de futbol de Cabeza Rubia de donde yo provenía, cuando aquel caminante, forastero por su aspecto, aunque nada destacaba de los demás habitantes del barrio, ni en apariencia ni en apostura, pantalones y chaquetas de pana negra, descoloridos por el uso y el roce, camisa blanca, cuello deshilachado y percudido, por mil lavados y vuelto a lavar, botones cada uno de su manera menos el del cuello, grande y gordo, como cuerda de soga ,con ojal de dimensiones considerables. también por el uso, alpargatas de esparto ajadas, colilla de cigarrillo de picadura liado gordo y medio apagada o medio encendida entre los labios, pañuelo debajo de la boina para atrapar el sudor o la grasa del pelo , cabeza gacha al caminar, pisando a penas al caminar, en su andar leve sobre tierra roja de la zona, como encogido sobre sí mismo, como si al pisar molestara con sus andares de perdedor, un hatillo en la mano, donde se adivinaba llevaba toda su vida guardada en él, normal un tipo normal como los que pululaban por el Llopis Ivorra, entonces Carneril, pero algo en su apostura dejaba adivinar que era forastero, un forastero que venía de tierra hostil para adentrarse en territorio comanche. Al encontrarse los caminos, justo donde ahora se erige la estatua del gran indio mexicano, rey y poeta Nezahualcóyotl, me preguntó por dónde caía la taberna de la “colora”, una vez indicado el camino cada cual siguió el suyo, aunque eran casi idénticos, cualquiera de ellos llevaba a ninguna parte.

Anochecido y como casi cada noche por costumbre bajé, y digo bajé hacia la taberna por estar ésta ubicada en una pedrera, bajando por la calle Bolivia, hoy en este lugar hace su negocio una sucursal de caja Extremadura o liberbank como se llama ahora, aunque el negocio sea el mismo, así que como cada noche bajé a esperar a mi padre y a mi tío, y cuando al sentarme con la gaseosa Citrania que me obsequiaban mientras ellos terminaban la enésima partida del día, a las ranas, al juego de las ranas junto con algún parroquiano más como el tío “Chato” patriarca de la saga de los “ Chorros “ esos Chorros del carneril de toda la vida y al pasar la vista por el local, en un rincón junto donde humeaba una estufa ,mal encendida y en penumbras , el lugar más apartado del establecimiento, volví a ver al forastero, con una pistola de vino en la mesa, bebiendo en soledad aunque estaba rodeado de familiares, no por estar rodeado estas acompañado, haciendo poco caso a los que se le acercaban a saludarle, tan solo un gesto de reconocimiento con la cabeza, cuando llegaba alguna invitación de vino a la mesa, la familia era conocida en el barrio y el tal vez también pero seguía ajeno a lo que le rodeaba, con la mirada perdida en el infinito sin apreciar lo que tenía delante de su cara, se diría que una mirada ida, sin brillo, como si la hubieran asesinado, ensimismado en su historia, la historia de su vida, una vida y una historia parecida a la de los demás parroquianos, porque todos eran perdedores, los que perdieron por que tenían poco que perder y los que ganaron por que tenían poco que ganar, adivinaban en el forastero una historia trágica, tan trágica que era como si ellos la hubieran vividos en sus carnes, porque sabían que la historia de este forastero era la historia de cada uno de ellos, historias llenas de desconfianzas que les hacía levantar la vista con cautela cada vez que sonaba la puerta de la calle, con miedo y curiosidad que les blindada algún patricio que de tarde en tarde llegaba a la taberna invitando a vinaco agrio, a toda la parroquia buscando menestrales a precio de saldo.



Adivinaban en el forastero una historia ya conocida, pero acaso miraban con curiosidad, con la curiosidad de la gente ociosa, con el mismo destino y porvenir que se podía oler confundido en la taberna, el hedor del vino agrio y serrín mojado y el de la cobardía, la brutalidad, y la derrota, la vida los había convertidos en hombres con historias repetidas, aquellos hombres con escasez de todo, de alimento, de dineros de trabajo y hasta de cariño estaban escasos, cariño que ofrecían a cuentas gotas, hombres forjados en la rudeza y en la brutalidad de ganarse el pan cuando se podía a base de un esfuerzo descomunal , demasiado para tan magra recompensa, embrutecidos por la ignorancia la miseria y el alto grado de analfabetismo y por la mala leche, hombres que no conocieran infancia ni juventud y ahora la madurez les estaba pudriendo el alma, por la propia vida y por el trasiego diario de vino amargo, hombres a los que les asustaba las multitudes, siempre presagiaron las multitudes guerras o entierros ,y a veces por ambas cosas, hombres que dejaban al salir por las mañanas de sus casas viudas sin haberse muerto del todo.

Se hablaba con la voz tan baja que hasta se podía oír el silencio, silencio escuchado con dificultad por el ambiente viciado por el humo de los cigarrillos de picadura y por el humo de una estufa de carbón, medio apagada o a medio encender, situada muy cerca de donde estaba sentado el forastero, y algo más había en el ambiente que perturbaba y que se podía palpar, y fue corta alegría que disfrutaron los parroquianos en la taberna, cierto día en que apareció por el local ,buscando su vida una dama impresionante , de hermosura y presencia, y de risa alegre, aunque su vida fuera tan triste como la del resto de los parroquianos , y que aun resonaban las risas de aquella mujer, que iba de paso por el lugar hace ya más de un año y que su risa era tan estentórea que espantaba el humo.

Al dia siguiente y ya saboreando mi gaseosa, mientras mi padre mi tío y sus amigos, dirimían sus cuitas con el juego de las ranas, volvió a aparecer por la taberna el forastero, ocupó el mismo rincón en penumbras del día anterior, con un gesto breve de cabeza saludo a la concurrencia y se adentró en su pistola de vino que presta, le había servido la tabernera y en sus recuerdos cualesquiera que fueran, al hacer su entrada este hombre en la taberna , el silencio se hizo más ruidoso si cabe, se podían oír hasta los pensamientos canallas de los parroquianos, solo interrumpidos por el golpeteo de los tejos al embocar a la rana al penetrar en el cajón, clin, clin clin, clon clon clin, el forastero, aquel hombre silencioso, y de mirada perdida, que solo contestaba con monosílabos alguna pregunta del bebedor solitario, y también silencioso vecino sin atreverse a entrar en conversación, y lo hacía con voz grave aguardentosa, ronca , sin entrar en detalles aquel hombre que trasegando vino tras vino se iba adentrándose más en su alma y en su soledad, tratando de borrar sus propios recuerdos gravados en su memoria a fuego y sufrimiento.

Él lo supo antes que nadie, lo había oído, se lo habían dicho, pero era tan cruel que no podía creerlo, no quiso creerlo, aquella madrugada, poco antes del alba ya estaba todo ordenado y los camiones esperando para llenar sus cajas de carne humana, ya estaba el contingente, convenientemente envalentonado con aguardiente, para proceder a las sacas, ya estaba preparado el pelotón junto a las tapias del cementerio local para represaliar a los que dieran paseíllo esa noche trágica, como tantas otras, ya habían empezado a vaciar las casas rotas las puertas a patadas, sin respeto al descanso ajeno, ni a niños ni a mujeres ni a hombres , aquella noche como tantas otras habían tocado a degüello , todos eran culpables o al menos eso les hacía creer su propio miedo, de ahí las prisas de ahí las voces, de ahí el nerviosismo que el mismo aguardiente, era incapaz de superar, miedo que los vencedores exhalaban a todos los vecinos , esa noche pasearon a hombres y mujeres, todos vecinos de su calle, de su barrio de su bloque, y él lo sabía, y que con solo advertir pudo evitar tanta sangre, tanta tragedia de hombre y mujeres luchadores por sus ideas y por la libertad, tantos hogares desechos tantas vidas arruinadas, arrasaron con lo mejor de la nación y él lo supo antes que nadie pero se calló, se calló porque eran felón de los suyos era policía de su propia gente y de su familia y a él no le harían nada, pero aquella noche después de llevarse a todos los que le importaban, le dijeron que volverían y volverían a por él, pero no volvieron, y el esperó, y esperó, y seguía esperando ,en su desesperación, que fueran por él, pero ya no hacía falta, aquella noche de las sacas también lo represaliaron a él dejándole con vida, con su amargura, con el corazón atravesado por una bala del pelotón, y el alma podrida por la traición, queriendo ensopar en vino, la culpa de su propio duelo , mientras, Eugenia la “colora” rellenado las pistolas de vino, con un ojo en el cajón del dinero, pensaba que la parranda de esa noche no daría para el bacalao del arroz de mañana , y partida de ranas seguía con su monótono clin, clin, clin, clon, clon, clon clin , clin, en la taberna de la Colora.

Agustín Díaz

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