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  • Foto del escritorLlopis Ivorra-AgustinDiaz

LA TABERNA DE LA COLORÁ-LA VENIDA DE ALFONSO XII

Actualizado: 25 nov 2022

III

Crónica desde la Ronda de la Pizarra

En mi llopis Ivorra, en la entrada del otrora barrio del Carneril, más bien por el antiguo camino de maltravieso, donde este se bifurcaba con el de la subida hacia los campos de futbol de Cabeza Rubia de donde yo bajaba rumiando mis miserias, cuando aquel caminante, forastero por su aspecto, aunque nada destacaba de los demás habitantes del barrio, ni en apariencia ni en apostura, pantalones y chaquetas de pana negra, descoloridos por el uso y el roce, camisa blanca , cuello deshilachado y percudio por mil lavados y vuelto a lavar, botones cada uno de su manera menos el del cuello, grande y gordo como cuerda de soga con ojal de dimensiones considerables también por el uso de mil veces abrochado y otras vuelto a desabrochar, alpargatas de esparto, ajadas de patear tierra ajenas, colilla de cigarrillo de picadura liado gordo y medio apagada o medio encendida entre los labios, pañuelo debajo de la boina para atrapar el sudor o la grasa del pelo , cabeza gacha, pisando a penas al caminar, en su andar leve sobre tierra roja, colora, de la zona, como encogido sobre sí mismo, como si al pisar molestara con sus andares de perdedor, un hatillo en la mano donde se adivinaba toda su vida guardada en él, normal un tipo normal como los que pululaban por el barrio del Carneril, pero algo en su apostura dejaba adivinar que era forastero, un forastero que venía de tierra hostil para adentrarse en territorio comanche.

Al encontrarse los caminos, justo donde ahora se erige la estatua del gran indio mexicano, rey y poeta Nezahualcóyotl, me preguntó por dónde caía la taberna de la “colora” una vez indicado el camino cada cual siguió el suyo, aunque eran casi idénticos, toda vez cualquiera de ellos llevaba a ninguna parte.

Ya en el atardecer, recién terminada la merienda de pan con aceite y terminado los deberes con que el maestro Antonio Canal, trataba de desasnar a tantos y tantos analfabetos hijos de analfabetos, que no pudieron aprender las cuatro reglas por que les pilló una guerra, una puta guerra, deje mi calle Cuba para y como era costumbre bajar a la taberna de Eugenia “la Colora”, para meter prisas a los jugadores eternos de la rana, Clan, Clan, Clan, sonaban los tejos al entrechocar en los labios de la rana,

- Eugenia, ponle al niño una gaseosa, y un puñado de cacahuetes-

Ya pertrechado con un cucurucho de manises que diría un cubano, y una gaseosa La Polar, y armado con mi cuaderno, lápiz y goma, ocupe el sitio de costumbre, en un banco corrido, no muy cerca, ni muy lejos de la estufa de leña, que en vez de caldear el local, lo llenaba de humo, más cerca de la única puerta que la taberna tenia, que con la entrada o salida de algún parroquiano, exhalaba una gran bocanada de humo hacia la calle, junto con el olor de serrín húmedo, esparcido por el suelo de cemento, con la vaga intención que no se embarrara de aquella tierra colora, que erzan las señas de identidad del barrio del Carneril, más los raneros seguían con su Clan, Clan, Clan, que hacían los tejos al caer sobre la boca de la rana.

Montoya, en su mesa, callado hoy, hoy no cantaba ninguna copla, no había motivo de alegrías, le comunicado que ya no hacia falta que volviera donde acostumbraba a echar peonadas con las que mal que bien sustentaba su prole, cerraban los hornos de cocer la cal de La Viuda, el tío Míster, embobado de sonrisa su rostro, y ya muy perjudicado aquella noche por el trasiego de vino peleón, apenas si atinaba a abrir la boca para solicitar de Eugenia “la Colora”, otra pistola de vino, sin duda pensando en los setecientos Irlandeses al mando del general O’Duffy y la en la puta que los parió, al punto entro en la taberna el forastero que me había encontrado por la mañana, silencio, los parroquianos callaban cada vez que la puerta de abría, hasta catalogar si el que entraba era enemigo o gente de paz, Clan, Clan, Clan seguía el sonsonete monótono de los tejos al golpear el cajón de la rana.

El forastero, tras saludo de rigor – buenas noches tengan todos los presentes-

-salud-

contestaron los más atrevidos, otros con un simple movimiento de cabeza reconociendo al que acababa de llegar como gente que se podía hacer comer de la misma sartén, - vino tabernera-, solicitó el forastero, - venga los demás también a beber, que aquí no se viene a mirar, y el que mira saca tabaco, dijo Eugenia “la Colora”, y los de la rana, que cada pollo pique su maíz, dejaros de convidás.

Armado con una pistola de vino el tío Chivario, de los chivarios de toda la vida, que tal era el apodo del forastero, se vino a sentar a mi lado, como por casualidad, mirándome me dijo -un poco joven para tabernas no- esperando no más que acabé la partida- hombre pues ya que esperas, que te parece ni matamos el tiempo con una historia que me conto mi padre- que me place, dije- pues allá va joven escribidor. Mientras la eterna partida de la rana seguía con la musiquilla Clan, Clan, Clan.

Sucedió que con la venida de Alfonso XII, al inaugurarse la línea de ferrocarril Madrid-Lisboa, y como motivo principal de que pasase esta línea por la villa cacerense fue el florecimiento de las minas de fosfatos de Aldea Moret, y ya que esta empresa, una de las más prominentes de la época, les interesaba y mucho que así fuera, que presionaron y tantas influencias tenia don Segismundo Moret, a la sazón el puto amo de las minas, y prominente hombre del gobierno de España, y con la perpectiva de tener mejor salida de sus productos, y tanto y tan rotunda sus peticiones, que hasta consiguieron un ramal de la línea o “vía término” en los terrenos que explotaba.

Y con motivo de la inauguración de esta línea, se vino desde la capital de España a tierras cacerense, el Rey don Alfonso XII y que en compañía del de Portugal Luis I, procedieron a tan magnifica inauguración.

Estamos en el día 8 de octubre del año de 1881, y el monarca Alfonso XII, con su venida nos trajo buenas nuevas y nos dejó regalos variados, Cáceres tenía la categoría de villa, ya saben desde la conquista por otro Alfonso, pero este de León y con el numero IX, es decir, que como villa tenia algunos privilegios pero no tantos como si ciudad fuera, y en un “discurso brindis”, ya fuera por error, por desconocimiento o por las dos cosas a la vez, o a causa del vino de las viñas de la mata del Casar de Cáceres, que tanto gustaba de trasegar a los franceses de Napoleón , cuando nos invadieron allá por 1811, otorgó a Cáceres el título de la ciudad, advertido de su error por algún paniaguado, dijo su majestad:

Como, con que no es ciudad, pues desde hoy es ciudad carajo.

Y dicho y hecho, así pasamos de villanos a ciudadanos, porque el señor XII mandaba mucho, un poco chulo y putañero como un siglo después lo sería su pariente el I de los Juan Carlos, en realidad esto le viene de familia desde 1700, fecha en que reinó el primero de todos los borbones el rey animoso le llamaban, Felipe V, que se tiraba hasta las escobas, familia de enfermos sexuales y mangantes, en fin, pero eso, eso es otra historia.

Pero con esto de los borbones y las putas, se me ha caído el santo de la peana, y yo quería hablarles de los regalos que su majestad el XII de los Alfonso, dejó ya en la ciudad de Cáceres. con motivo de su venida, se alojó en el ayuntamiento y para lo cual hubo de habilitarle habitación y despacho, para las cuales trajo su propio mobiliario, y entre ellos, cuatro lámparas de araña, y que cada una de ellas debe de valer un potosí y que son las que se encuentran en el salón de actos de la casa consistorial, otra es la mesa del despacho en la que el Rey don Alfonso XII despachaba, que también la quedaron en el despacho de la alcaldia, y que es la que actualmente usan los alcaldes y alcaldesas, y varios objetos más que se hallan desaparecidos, que deben andar en casa de cualquier de los muchos tragapanes que pasaron y pasaran por tan excelentísima casa.

Más el objeto que, como recuerdo dejo a la ciudad y seguramente el más importante y de más tronío, es una pieza de cerámica de fina estampa y decorada con finos tulipanes, con su tapadera y asas, pieza sin duda de gran valor artístico, y que algunos gañanes tomaron por sopera, que hasta no hace mucho ha servido adornada con ramos de flores como centro de mesa, hasta aquí todo bien, o no, y más si tenemos encuentra que el recipiente en cuestión no era tal de lo que parecía, no, no era sopera, ni centro de mesa, que el objeto era donde hacía aguas menores y mayores tan egregia persona, ¡ vamos una de que por aquí llamamos “vica” y donde cagaba su majestad Alfonso XII.

-venga terminado las consumiciones, y los de la rana, hay que cerrar, que es la tarde, vamos, a pagar “too” dios, decía Eugenia “la Colora” tras el mostrador de cinc-

Y mientras los parroquianos liquidaban la cuenta o marcaban una cruz en la cartilla que les presentaba la tabernera en lo del fiado, seguía el tonillo de los tejos al entrar por la boca de la rana, Clan, Clan, Clan,





Agustin Díaz Fernández


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