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AQUELLOS IRLANDESES SU VENIDA A CÁCERES

  • Foto del escritor: Llopis Ivorra-AgustinDiaz
    Llopis Ivorra-AgustinDiaz
  • 26 oct 2022
  • 7 Min. de lectura

Actualizado: 4 abr

Crónica desde la Ronda de la Pizarra

Anochecido y como casi cada noche por costumbre bajé, y digo bajé hacia la taberna por estar ésta ubicada en una pedrera, bajando por la calle Bolivia, hoy en este lugar hace su negocio una sucursal de caja Extremadura o liberbank como se llama ahora, aunque el negocio sea el mismo, así que como cada noche bajé a esperar a mi padre y a mi tío, y cuando al sentarme con la gaseosa Citrania que me obsequiaban mientras ellos terminaban la enésima partida del día junto con algún parroquiano más como el tío “Chato” patriarca de la saga de los “ Chorros “ esos Chorros del carneril de toda la vida y maestro encofrador de profesión y cazador por vocación, y al pasar la vista por el local, en un rincón junto donde humeaba una estufa mal encendida y en penumbras y más apartado volví a ver al forastero, con una pistola de vino en la mesa, bebiendo en soledad, su soledad, aunque estaba rodeado de familiares, haciendo poco caso a los que se le acercaban a saludarle, tan solo un gesto de reconocimiento con la cabeza cuando llegaba alguna invitación de vino a la mesa, la familia era conocida en el barrio y el tal vez también pero seguía ajena a lo que le rodeaba, con la mirada perdida en el infinito sin apreciar lo que tenía delante de su cara, se diría que una mirada ida, sin brillo, como si la hubieran asesinado. ensimismado en su historia, la historia de su vida, una vida y una historia parecida a la de los demás parroquianos porque todos eran perdedores, los que perdieron por que tenían poco que perder y los que ganaron por que tenían poco que ganar, adivinaban en el forastero una historia trágica, tan trágica que era como si ellos la hubieran vividos en sus carnes, porque sabían que la historia de este forastero era la historia de cada uno de ellos, historias llenas de desconfianzas que les hacía levantar la vista con cautela cada vez que sonaba la puerta de la calle, con miedo y curiosidad que les blindada algún patricio que de tarde en tarde llegaba a la taberna invitando a vinaco agrio a toda la parroquia buscando menestrales a precio de saldo.

Monotonía, todos los días iguales, iban pasando uno tras otros con la misma monotonía y sin vistas a cambiar, un día parecido a otro día, también parecido al anterior, y probamente idéntico al siguiente, solo y con un poco de suerte la noche podría variar esa monotonía, y era precisamente en esa noches en la taberna de la Colorá, donde se escuchaba el que quisiera oír, vivencias contadas a media voz, con los ojos entornados por el humo de la picadura, mirada al vacío y ojos febriles perdidos en el recuerdo.

Todos los allí reunidos eran perdedores, incluso si algún hubo del bando ganador, buscapanes en espera que la suerte les blindara alguna oportunidad, yo sentado en m banqueta, incluso terminando algún deber atrasado de la escuela, observaba, con mi cuaderno a punto para tomar nota de alguna historia que cualquier parroquiano tras el trasiego de vino se le antojara contar en voz queda, como hablando para si mismo, mientras los tejos en la rana seguían sonando con su monótono Clan, clan clan, clan.

¡no quiero que me supliques que yo a ti te quiera! se le escuchaba cantar por lo bajo a Montoya, calero cuando los días en que cocía, y peón de albañil, cuando había donde echar la peonada, acompañando con golpecitos suaves en la mesa, ubicada en un rincón y en la penumbra de la única bombilla que ofrecía al local alguna luz sobre los jugadores de la rana, ¡no quiero verte llorar, ni quiero que pases pena, despreciaste mi cariño cuando yo te lo entregaba!,



Clan, Clan, Clan, segua sonando los tejos al golpear en la boca de la rana, ¡Eugenia, echamos una convidá, que paga el tío Chato! Clan, Clan, ¡y un cuchillo me clavabas en mi corazón ¡seguía Montoya con su copla, apurando su pistola d vino.

Junto al lugar donde yo me encontraba, sitio habitual del tío Mister, de profesión jornalero, en general, lo mismo actuaba en el campo como en la peona, o a espárragos cuando era la venida de su tiempo, las tencas en el suyo, blanqueador, enfaldelgador en primera, pastor cuando se podía, y ya una vez trasegado un par de aquellas pistolas, con los ojos turbios, hablaba para si como contándose una historia de aquellas historias que nadie contaba, unos por miedos, otros porque era mejor olvidarlas, pero unos y otros la tenían bien presente, y mientras constaba, la rana seguía con su Clan, Clan, Clan, Clan, ¡lo mismo que tu estas sufriendo yo también sufrí por ti, haz cuenta que no he vuelto y no te acuerdes de mi! Continuaba Montoya con su canción.

¡Eugenia, pon otra ronda de pistolas, esta va a cargo del tio Miguel! Carajo, el tío Chato a hecho pleno 10 de 10, ya le debemos otra ronda, El tío Mister enseñando un par de billetes de origen extranjero, lo miraba y remiraba junto con unas monedas del mismo origen, colocados encima de la mesa, manchada con la señal del culo de la botella de vino y de cascaras de cacahuetes, contaba;

Cuando me llamaron a filas, camino del frente de Valladolid, o casi, un comandante al que lavaba la ropa mi madre, me llamó aparte para indicarme si quería librarme del frente de guerra, al menos durante una temporada, y a si en un mes de noviembre de aquel terrible año de 1936, me vi con mis veinticuatro años como asistente de una tropa de gente extranjera que llegaban de paso por esta tierra donde no pasaba nada, de camino hacia algún frente donde pasaba todo lo malo, eran los voluntarios de la Legión Española, que servían bajo la XV bandera del tercio, esta era una brigada católica, al mando del Coronel O’Duffy, fascista, miembro del movimiento Carlista de España, y seguidor de otro fascista como Mussolini, o Hitler, eran setecientos voluntarios, setecientos hijos de la tierra de Irlanda, Clan, Clan Clan, seguía sonando los tejos al golpear la rana, ¡venga, la espuela Eugenia que ahora la convida corre a cuenta del tío Agustin, sírvele a Montoya, a ver si bebiendo se calla ¡no te puedo querer, porque no sientes lo que yo siento, no te puedo querer, apártate de mi pensamiento! Seguía con su copla.

Aquellos meses entre noviembre de 1936 y junio de 1937, en que los Irlandeses se pavonearon por la villa cacerense, fueron meses buenos para mí, seguía el tío Miter, con su perorata, al que solo yo prestaba atención, quizás por estar más cerca, quizás porque los parroquianos la habían escuchado en demasiadas ocasiones, quizás por que no quisieran escuchar. En mi casa no faltaba las latas de conservas, sardina, melocotón en almíbar, fruta, garbanzos lentejas, chocolate, tabaco rubio, chocolate, alpargatas, algo de ropa, con eso y las propinas que estos tipos llegados de tierra lejana como Irlanda, me daban, vivíamos en casa mejor que cura con dos parroquias, Clan, Clan, Clan, Clan, seguía sonando los tejos ¡un día te quise y al verme llorando tú te reías de mi padecer, ahora es tarde, no hay remedio, ya no te puedo querer!, seguía Montoya cada vez con la voz mas apagada.

Mister, vamos a pasear por la villa y a tomarnos unas copas, Mister vamos en busca de putas, algunas las hostiaban después de la jodienda, incluso se negaban a pagar por los servicios prestados, se bebían todo lo que había los bares, todo, peleas con los paisanos que se atrevían a mirarlos, cuando no había paisanos se peleaban entre ellos, a ti a mí, al no encontrar a nadie me apalizaron una tarde, al día siguiente me llenaron un saco con comida y en paz, no había pasado nada. Chulos, paseando por las calles como gallo en corral propio, riéndose de los paisanos por su analfabetismo, por la miseria, por la sumisión, por la cobardía de no haber disparado ni un solo tiro para defender la legalidad, rezadores y cantadores de himnos, Clan, Clan, Clan, sonaban los tejos al entrar en la boca de la rana, ¡tú no podrás negarlo que te quise ciegamente y que esclavo estuve siempre de tu gusto y voluntad!, seguía entonado Montoya.

Mister, ¡ que dejes al chico de tus tonterías, decía Eugenia “la Colorá” fascistas e hijos de fascista eran aquellos hijos de Irlanda, unos equivocados pensando que venia a una campaña santa, otros por el gusto de matar paisanos que ni conocían, solo por aquello que eran comunistas, sin conocer la idiosincrasia del paisanaje ni el país que venían a asesinar, y sucedió, que el 31 de soplaron aires de guerra en la XV bandera de la legión encubierta como Española, por aquello de la neutralidad y la no intervención, por fin estos chulos llegados de tierras tan extrañas entraron en combate, al primer asalto le dieron lo suyo y lo de alguno más, tanto que les quedó el guarro mal capao. Estos gallos que en Cáceres parecían que se iban a comer el gallinero al completo y que iban a librar al mundo del comunismo y de ateos, sucedió que, al primer envite, donde entraron como guarros al maiz, aquellos setecientos quedaron mermados en demasiada, era el 16 de febrero de aquel 1937, cuando marcharon al frente, Cayeron sus mejores hombres, quedando descalificados al punto como tropa indisciplinada y poco combatiente, dándose el caso que los batieron tanto fuego amigo como enemigo, en una palabra, que se acojonaron, trajeron a sus muertos a enterrarlos en Cáceres, pro yo no los vi, y a mi me destinaron al frente de Valladolid , puta suerte,

Venga se acabó, Mister ¿te has desahogado ya, vaya parla le has echado al chiquillo?, venga los de la rana, terminando y a pagar, ocho pesetas entre los tres, decía Eugenia, tras su mostrador de cinc, y señalando la pizarra donde apuntaba las consumiciones, ¡Montoya, me debes tres pesetas!, ¡apuntalo mujer!,¡ ya es un duro, y yo no vivo del aire!,

Hijos putas aquellos mala gente de Irlanda decía el tío Mister.

¡ahora es tarde, no hay remedio, ya no te puedo querer! remataba la copla Montoya.

Clin, Clan, Clan, sonaban los tejos en la boca de la rana, terminado la partida el tio Miguel.

(Fuente Carmen Alvarado-la huella de la brigada de voluntarios)



Agustin Díaz Fernandez


 
 
 

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