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CALLE NIDOS - CÁCERES

  • Foto del escritor: Llopis Ivorra-AgustinDiaz
    Llopis Ivorra-AgustinDiaz
  • 28 nov 2022
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 26 mar

Crónica desde la Ronda de la Pizarra

Malos tiempos corrían para los habitantes del barrio del Carneril, el otoño entró pronto aquel año, y el invierno no lo remedió, la temporada de lluvias iba ya para cuatro meses, con escaso margen en los días de un frio horroroso, donde se elevan hasta los regatillos que corrían por el medio de las calles de tierra, aun sin pavimentar, y el verdín que con tanta humedad salían entre las paredes de las casas, y en lumbrales de las puertas, no se podía ir a los lavanderos a lavar la ropa, y la época que se levaba en las casas no secaban, los chicos no salían jugar a las calles, que se veían vacías, y donde solo algún perro callejero se atrevía a cruzarlas buscando refugio en la acra de enfrente, encontrando tan solo más de los mismo, agua y frio.

Más si en el barrio las cosas iban mal, en la Taberna de la Colorá, no se le veía salida, hacía ya mucho tiempo que el vinatero de la Torre de Santa María, no llevaba ninguna garrafa de vino a la taberna, y es que con la climatología se habían parado casi todas las obras, los hornos de cocer cal apenas si humeaban, en la Cruz de los Caídos, los descargadores de camiones esperaban en vano la llegada de alguno de ellos repletos de mercancías, o de los trenes cargados de cemento, la cosa tan sencilla como, mal tiempo, no se puede trabajar, no cobras, no tienes dinero, no bebes, la Eugenia, ya no daba al fiado, no había con que dar, tan solo el Ultramarinos Maruchi, daba de lo más necesario para no morir de inaniciación.

Al entrar en la taberna aquella tarde, se escuchaba los silencios, cada parroquiano sumido en sus pesares sin hablar con nadie, maldiciendo al tiempo, y a Dios, o a Alah, o a Yave, que cada cual sabe a quién echarle las culpas de sus desgracias, el Tío Matamoros, ya no estaba tan negro, la Eugenia, discutía con el tio Mister, que quería que le sirviera pagándole en con aquellas monedas que le habían dado de propina cuando los fascistas Irlandeses se vinieron de su puto país a hacer la guerra a Cáceres, Montoya, suspiraba sentado en su sitio de costumbre, no era día para coplas decía dientes, el tío Chivario en su mesa, sin apartar la mirada de un leño que humeaba más que ardía en la menguada chimenea, tan solo se escuchaba con ánimo en la taberna, los tejos que en manos tan expertas acertaban una y otra vez con la boca de la rana, Clan, Clan, Clan,

-Que no Mister, que no, se escuchaba a la Colorá amonestar al tío Mister, que esos billetes son falsos, que con eso no te sirvo más vino.

-Pero mujer, si este dinero vale más que el nuestro, protestaba apenas el Mister.

-ese dinero es extranjero y yo no lo quiero, o traes lo español o a beber a la Charca Musia, gritaba ya la Eugenia.

-ven mala mujer, cógele el dinero a Mister, y echanos una convidada a todos, dijo Chivario, no ves que ese dinero vale mucho más.

-tú te callas Chivario cabrón, tronó la Colorá, aquí cada pollo se pica su maíz, y yo no quiero saber nada de los irlandeses ni de la puta que los parió.

-Venga, Eugenia, pon una de mi cuenta, habló uno de los de la rana, no riñáis carajo, que siempre que ha llovido a escampado, era Miguel el que hablaba, que tenía sueldo fijo de empleado del ayuntamiento, y por lo tanto daba igual que lloviera o tronara.

Aplaudió la parroquia la convidá, aguantando con ansias que la Eugenia les sirviera para refrescar el ganazte, reseco de mucho tiempo sin humedecerlo con el tinto, o el aguardiente,

-Carajo, tengo que ir ahora a un mandado a la calle Nidos, soltó el Piyayo, y no tengo ganas.

-Nidos, dijo Chivario, conoces por que le viene ese nombre, ven mozo, saca el cuaderno que te lo voy a contar.

-Discutiendo están los mozos

Si a la fiesta del lugar

Irán por la carretera

O a campo traviesa irán

Sin venir a cuento ladró Montoya, que había estado el día anterior con el Cartero del Carneril, y le había explicado quién era don Antonio Machado.

Pue el nombre de la calle Nidos, comenzó Chivario, le viene ya de muy antiguo, tanto que le dio nombre una familia que se avecindo en la calle y que se llamaba de los Nidos allá por el siglo XIII, y que tiene su venida a Cáceres de cuando la conquista, ya que fueron de los primeros pobladores de la villa cacerense y que se beneficiaron y mucho del reparto de tierras por orden del monarca conquistador don Alfonso IX de León y Galicia, fue esta familia fundadora de pagos, entre ellos el de la Viña de la Mata, cercana al pueblo de Casar de Cáceres, que se llamó en sus días Mata de Nidos, y otros algunos más con nombre como Blanca de los Nidos, o Torre de Miguel Gil, que fuera propiedad de Hernando de los Nidos.

Esta familia como tantas otras de las cacerenses, y por afán de aventuras, no de dineros, decidió partir hacia el Nuevo Mundo, junto la familia de los Pizarro, resurgiendo allí con nueva vitalidad, y fueron estos los miembros de esta familia aventurera, Juan, Cristóbal, Jerónimo, Gonzalo, y doña Mencia de Ulloa.

Jeronimo desplazó a la Ciudad del Cuzco, donde dejo las armas, para dedicarse a la minería, llegando a extraer una gran cantidad de plata en poco tiempo, y llegó a ser uno de los más ricos de la comarca.

Gonzalo de los Nidos, se unió a las huestes del también Gonzalo de Pizarro, sufriendo la misma suerte que el trujillano.

-Pero y doña Mencia de los Nidos, peguntó Eugenia la Colorá, por primera vez, interesada en las historias de Chivario, que le pasó a la muchacha

-Ya va mujer, ya va, pero nos merecemos un trago no es verdad, preguntó Chivario a la concurrencia.

-Sea, dijo Eugenia, total la caja del dinero está llena de telarañas de hace cuanto ha.

-discutiendo y disputando

Empienzan a pelear

Ya con trancas de pino

Furiosos golpes se dan

Aprovecho Montoya el alto en la narración.

-vamos a ello, ya que queréis saber qué pasó con doña Mencía, dijo Chivario

Doña Mencía de los Nidos, nació Cáceres, entre 1514-1518, que en esto no se pone d acuerdo el cronista, y se murió en Santiago de Chile (Chile), 1603, fue una de las conquistadoras del llamado Nuevo Mundo.

Se llamaba Mencía Álvarez de los Nidos y era hija de Francisco de los Nidos y de Beatriz Álvarez Copete, pertenecientes a linajes de hidalgos cacereños de segunda fila. Pasó al Perú a finales de 1544 en compañía de sus hermanos Gonzalo de los Nidos y Juana Copete de Sotomayor, y probablemente permaneció en el Perú con su hermano Gonzalo de los Nidos hasta la desdichada muerte de éste en el cadalso, tras su derrota en Jaquijahuana, en 1548.

Se estableció en la Ciudad de Concepción, la historia de Chile en aquellos primeros años de la conquista se caracterizó por una guerra ininterrumpida con los belicosos araucanos, quienes infligieron varias derrotas a los españoles; y en una de ellas, en la acción de Tucapel, había resultado muerto Pedro de Valdivia. Su sucesor, Francisco de Villagrá, fue vencido poco después en la batalla de Marihueñu, lo que provocó el pánico entre los españoles que se habían establecido en aquellas tierras. Por este motivo, el gobernador Villagra ordenó evacuar la ciudad de Concepción el 2 de marzo de 1554 y fue aquí donde surgió la figura épica de Mencía de los Nidos. Se preparaba la evacuación de la ciudad entonces Mencía, “con ánimo más de hombre que de mujer”, a pesar de encontrarse enferma en la cama, tomó una espada grande en las manos y en la plaza mayor de Concepción se encaró con Villagra y con sus propios convecinos “diciéndoles muchos oprobios y palabras de mucho valor” y exhortándoles a permanecer y a resistir. Concretamente, le dijo al gobernador que, si él quería marcharse que lo hiciera en buena hora, que las mujeres defenderían sus casas y haciendas, y que no las abandonarían por una noticia “que debe haber salido de algún hombrecillo sin ánimo”. De nada sirvieron, sin embargo, las animosas palabras de Mencía, porque Villagrá ordenó desamparar la ciudad.



Pasó el resto de su vida en Chile, donde casó dos veces, la primera con el capitán Cristóbal Ruiz de la Ribera, encomendero de los Llanos de Osorno, muerto hacia 1565; y la segunda con el licenciado Hernando Bravo de Villalba, asesor del Cabildo y del gobernador de Santiago, corregidor de Santiago y de Valdivia y fiscal de la Real Audiencia de Concepción, muerto por los indios en 1599.

Mencía de los Nidos falleció sin hijos y muy anciana en Santiago de Chile en 1603. Su epitafio reza:

“si esta matrona fuera en tiempos que Roma mandaba el mundo y le acaeciera caso semejante, le hicieran templo donde fuera venerada para siempre”.

Vuelve a reinar el silencio, con la historia de la familia de los Nidos, cada cual pensando en un final, Montoya ya de pie, para irse ,apurando la pistola de vino, termina la poesía

-Ya se tiran de las barbas

Que se las quieren pelar

Ha pasado un carretero que

Va cantando un cantar

Romero, para ir a roma

Lo importante es caminar

A Roma por todas partes,

Por todas partes se va.

Clan, sonó el ultimo tejo en la boca de la rana, cerrando la partida, Eugenia comenzaba el ritual de limpiar y recoger las mesas antes de cerrar.

(Fuentes Biografias)



Agustin Díaz Fernández

 
 
 

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