lAVANDERAS Y PELELES-CÁCERES
- Llopis Ivorra-AgustinDiaz
- 3 nov 2022
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 4 abr
Crónica desde la Ronda de la Pizarra
Aquella anochecida, al bajar a la pedrera donde se ubicaba la Taberna de la Colorá, ya desde arriba del barranco por la calle Paraguay, vi que algo no estaba como debía, una pareja de Guardias Civiles, junto a la puerta de la taberna, los Guardias sentados en un poyo, que los vecinos de la chabola de enfrente usaban para tomar el fresco en las tardes de estío, degustaban un platillo de tocino frito y para pasarlo mejor le había servido la tabernera Eugenia, dos pistolas del mejor vino que tenía en su bodega según les dijo a los Civiles, que por otra parte era el mismo que servía a los parroquianos, para que hicieran la vista gorda, si es que había algo fuera de lugar, Reinaba silencio absoluto en la pedrera donde se ubicaba la taberna, además de seis o siete chabolas de aquellas llamadas de puntapiés, como ocurría cada vez que la pareja de Guardias Civiles se acercaba por la zona, tan solo el sonido de los tejos al golpear la boca de la rana Clan, Clan, Clan.
Ya una vez dentro de la taberna, se podía escuchar el silencio de los parroquianos , todos los allí reunidos, con la cabeza baja, rumiando su suerte, mala, que el pobre jamás la tuvo buena, bebía el que tenía con que beber, y fumaba el que tenía con que fumar, hasta el día siguiente no llegaba el tabaco al estanco que con la cartilla de racionamiento le correspondía a cada cual, y que lo despachaba la señora Domi, madre de Domingo Villar, Montoya rumiaba su copla apenas susurrada, el forastero, que ya no lo era, el tío Chivario, en su mesa junto donde yo solía sentarme, movía con negación la cabeza muy lentamente, en la mesa más en penumbra Canales, caballero legionario, y el Piyayo, ese que siempre llevaba una novela pistoleros, de Marcial la Fuente Estefanía, con la mano dentro del hondo bolsillo del gaban, tal vez agarrando la faca, tal vez esperando que la suerte le depara alguna moneda ya olvidada, ya extraviada muy en el fondo, tan solo los jugadores de la rana seguían con su partida interminable, Clan, Clan, Clan.
-Venga, que esto no es un cementerio, ya se han ido lo guardias, que esta convidá corre por cuenta de la casa, dijo con voz cantarina Eugenia la “Colora”.
Al punto, entró el tío Matamoros por la puerta, negro como el carbón de su oficio, como un ecce homo de la paliza que no hacía mucho había recibido, con los labios inflamados aun, y que apenas podía mojarlos con el aguardiente que le acababa de servir en un cazillo la colora
-ya pasó, a esperar la próxima-
y es que el tío Matamoros, era de aquellos que no existían, que no habían existido jamás por que los borraron de los libros, de los que no podían tener documentación por la misma razón, ni estar casado ni reconocer a sus hijos, a los que aquellos mismo que le negaron la identidad les llamaban hijos de puta, y a la madre por no estar casada puta por tener hijos sin marido, porque hasta eso le habían negado, el derecho de haber nacido, su único pecado el haber tarareado la internacional cierto día que se creyó a salvo en el campo o entre compañeros preparando las carboneras y que alguno de la cascara amarga le denunció, después se les escapó de algún campo de concentración que otro, y tras purgar sus penas de campo en campo, le soltaron solo para apalizarse de cuando en cuando, de cuando en vez, cada vez que cualquier hijoputa de los que mandaban se acordaban de él, ya que lo tenían a mano en la carbonería de la calle Bolivia del Carneril, ¡quien jamás detuvo al rayo prisionero en una jaula! mientras los tejos seguían con su eterno sonido cada vez que golpeaban el tejo en la rana Clan, Clan, Clan,
-Venga, saca el cuadernillo zagal, que vamos con otra historia, tia Eugenia, échale al mozo su gaseosa y los cacahuetes-
-Deja de meterle tonterías en la cabeza al niño Chivario, no ves que está muy tierno-
-calla ya mujer, que eres de lengua larga
-no como tu Chivario, que eres de cuerno corto
Venga, tengamos paz, dijeron los de la partida de rana-
Yo me subí a un pino verde, se arrancó Montoya, por ver si lo divisaba, con voz muy queda, acompañándose al compás con golpecitos sobre am mesa
Venga tío Chivario al lio, que para luego es tarde, dijo el Piyayo
Hoy, dijo Chivario, apartando el humo de la cara de la parda que estaba fumando, ya tan disminuida que agarraba con las uñas de los dedos índice y pulgar, humo que le hacía lagrimear, aparte de despedir un hedor horroroso, -te voy a contar de una tradición, que durante muchos años tenían en Cáceres el gremio de las lavanderas, -solo divise el polvo del coche, que la llevaba , del coche que la llevaba, seguía la copla Montoya, y el monotono soniquete de los tejos al caer al cajón de la rana Clan, Clan, Clan.
Cuando el nivel de vida de los paisanos cacerenses comenzó gana en calidad poquito a poco, y en las viviendas particulares comenzaron a proveerse de maquina de lavar automáticas, comenzó el declive de la profesión de las que se dedicaban a lavar la ropa ajena a mano, profesión que ejercían buena cantidad de mujeres de la villa cacerense, y que haciendo la colada a familias de mejor pasar, ayudaban con es este estipendio a mejorar las escasas finanzas de sus hogares, muchas fueron si, las mujeres que se dedicaron a esta profesión, llegaron a forma autentico clanes en los lavanderos de Cáceres, el de Jinche, el de Beltran, La Pavilita, el Corcho, el Valhondo, y alguno más, y que en estos lavanderos había una o dos mujeres que era las lideres, para poner orden y que se respetaran los turnos a la hora de pillar los turnos en los lavanderos.

Es fácil imaginar que este oficio, el de lavandera, no debía productivo en demasía, pero quizás es corriente caer en este error, ya que hasta de los pueblos cercanos a la capital cacerense, acudían a diario y andando desde sus respectivos lugares, a recoger la ropa sucia y entrar la colada una vez ya lavada limpia.
Más creo que coincidiendo con el carnaval, no estoy muy seguro de esto, pero si que era para despedir los fríos del invierno y dar la bienvenida a temperaturas más benignas, u que ocurría hacia finales de del mes de febrero, en cada lavandero se fabricaban dos muñecos o peleles, y que salieran lo más horrible posible, el uno, representado a un hombre, a una mujer el otro, y que solían pasear por las calles de Cáceres, montados en sendos jumentos, entres risas y chanzas y canticos, donde corría el aguardiente como agua por boca de botijo, y pidiendo para los gastos de la boda del febrero y de la febrera, nombre que se les daba a los peleles, ocurría que, durante el recorrido se les iba insultando con la picaresca de la gente que acompañaba el desfile, haciendo alusión a la noche de bodas.
-Paloma si vas al campo, mira que soy cazador, mira que soy cazador, y si te tiro y te mato, para mi será un quebranto, para mi será un dolor, seguía apuntado la coplilla Montoya.
Mientras los de la partida de la rana, pedían la espuela a la tabernera Eugenia “la Colorá” los tejos seguían saltando en la boca de la rana con su característico Clan, Clan, Clan,
Tras haberlos paseado por las principales calles de Cáceres, seguía con su historia el tío Chivario, y haciéndolo durante varios días, con los dineros recaudados de las peticiones se hacía una más que regular merienda, donde volvía a correr el vino y los aguardientes, los chistes, gracias y ocurrencias de las lavanderas y acompañamiento, y ya cargados delanteros todos trasegado, se procedía a quemar a los peleles o febreros para más tardes llorarlos por su anticipado final. Los festejos de febrerillo el loco.
Más esta tradición es genuina cacereña, y que estuvo muchos años olvidada cuando se olvidó también el lavar la ropa a mano desapareciendo las lavanderas.
-Venga el de los cuentos y los de la rana, a tomar porculo, pagando y a vuestras casa o es que no tenéis, clamaba Eugenia “la Colorá” desde detrás del mostrador de cinc, , hoy no se fía, todo quisqui a pagar, sacandfo las perrinas.-
-Anda jaleo jaleo, ya se acabo el alboroto y ahora empieza el tiroteo, remataba Montoya la copla, a la vez que apuraba se pistola de vino.
Clan, Clan, Clan, terminaba su vez el tío Miguel, haciendo nueve de diez tejos en la boca de la rana.

Agustín Díaz Fernández
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