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EL MILAGRO DEL FREYRE PEDRO FERRE-CÁCERES

  • Foto del escritor: Llopis Ivorra-AgustinDiaz
    Llopis Ivorra-AgustinDiaz
  • 8 nov 2022
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 4 abr

Crónica desde la Ronda de la Pizarra

Aquel día, cuando baje a la taberna de la Colorá, todavía clareaba la tarde, iba avanzado el año y estábamos a punto de entrar n la primavera, ya había empezado a echar las `primeras hojas la parra que trepando por toda la fachada de la taberna, daba sombras y frescor en las tardes de la canícula, más para eso faltaba, aunque el tío Sopa, que sabia mucho de meteorología por mirar las nubes, que el calor entraría agoño más pronto que de costumbre e iba a ser de los de escuchar de día y noche como estridulan las chicharras.

Lo mismo estaba equivocado de hora, ya que los del juego de la rana no habían llegado aún, ni tampoco Montoya estaba en el sitio que acostumbraba, más tarde llegaría con una lagrima en el ojo, y con un cazillo de aguardiente se sentaría en su mesa, renegando entre dientes, acababa de embarcar en el tren a su hijo mayor con destino a Madrid, camino de Alemania, a buscarse el pan, el de mañana, por que el de hoy figuraba anotado con tinta roja en casa de la Maruchi “La Chochera”, esa buena mujer que a nadie quedaba sin comer en la barriada del Carneril, que aunque no se tuviera, fiaba para cuando lo hubiera.

Apoyados en el mostrador, varios clientes, para mi desconocidos, forasteros me diría más tarde el tío Chivario, que llegaron a media mañana con toda su prole y jato, del campo venían de donde el hambre no les dejaba vivir, y llegaban a la capital para morir de hambre, con sus trajes de pana, con brillos por el roce y de tanto uso, camisas blancas percudias arrugadas, abrochadas hasta el cuello que amarilleaba por el tiempo y el sudor, y esas caras llenas de arrugas, acartonadas, como cuero viejo por el sol, ese sudor honrado con el que venían a la ciudad a buscarse un sustento honrado, plor que también eran de los perdedores, contando sus cuitas a Eugenia la tabernera, mientras enjugaba vasos en el barreño de agua que cien vasos antes era clara, como agua recién salida de Fuente Fría, y ya había adquirido el color turbio del vino de pitarra, como si Eugenia no tuviera bastante con lo suyo, y miraba la caja con disimulo cara de circunstancias, pensando que con penas no se come.

Clan, Clan, Clan, acababan de llegar los del juego de las ranas, al punto Eugenia hizo correr las pistolas de vino por aquella parte, pensando que a lo mejor se podían arreglar lo de la caja todavía.

Montoya ya con la voz enronquecida por el llanto por el hijo o tal vez por el cazillo de aguardiente que había apurado y vuelto a llenar, se arrancó con unos versos de don Antonio Machado, que el ser pobre no es sinónimo de analfabeto.

-Bueno e saber que los vasos nos sirven para beber

Lo malo es que no sabemos es para que sirve la sed.

-Pero bueno, que coño pasa hoy aquí, a que viene tantas, tristezas, venga Eugenia, échale vino al porrón, y la gaseosa del niño, salto el tío Chivario, que cuando cobre ya te pagare cuando me troque echar alguna peoná.

-Eso, alegría con dinero ajeno, ¿tu trabajar?, Chivario, zángano, si no sabes que es eso, para que tu trabajes tiene que ocurrir un milagro, salto como un rayo Eugenia “la Colora¨”.

-Calla víbora, que tienes la lengua como una víbora, trae el vino mala mujer, que de eso va la historia hoy, de un milagro acaecido en la villa cacerense, coge el cuadernillo zagal y prest atención.

Mientras Montoya, con voz quebrada por la tristeza seguía los versos mirando con ojos turbios el cazillo de aguardiente

¿dices que nada se pierde?

Si esta copa de cristal se me rompe

Nunca en ella beberé, nunca jamás

-Montoya, déjate de leches, de qué coño cristal hablas, como rompas el cazillo lo pagas, y te llevas los trozos para casa, y vosotros q ue miráis grito Eugenia, venga que aquí se viene a beber, y el que mira saca tabaco, mientras los tejos al resbalar por la garganta de la rana seguían con su sonsonete Clan, Clan, Clan.

Sucedió hace ya cuanto ha, que el Freyre Pedro Ferrer, se vino a la villa cacerense, ¿estamos tomando nota, chiquinu? Pues venga al milagro-soltó el tío chivario- y como hay conté y es sabido por todos o casi, el motivo de su venida fue el de fundar convento de la Orden Franciscana que profesaba, más ocurría en Cáceres, que los fueros que otorgó a la villa el Monarca Alfonso IX de León y Galicia, tras la toma de la ciudad al moro en 1229, en el que se prohibía dar terrenos a las ordenes religiosas, y aunque fray Pedro, anduvo dando la tabarra por aquí, teniendo al Concejo hasta las narices con su petición y solo recibía largas, decidió abandonar la villa, y asi cierta mañana, tras cargar en un borriquillo sus escasas pertenecías, el buen fraile su puso en camino, más al poco, diose cuenta de que se le había perdido una herradura, y volvió sobre sus pasos hasta el potro de Santa Ana, para que el herrero y por el amor de dios, le colocara juna nueva al jumento, estando en estas, acertó a pasar por el sitio, con destino a sus tierras que tenía por allá por la Ribera, Don Diego García de Ulloa, al que apodaban por su poderío económico el “Rico”, entonces el pedigüeño fraile, le solicitó al “rico honme” una moneda para hacer el pago de la herradura, a lo que don Diego dijo, que el jamás llevaba dinero encima, insistió el frayle, volvió a negarse el de Ulloa, más tan insistente fue la petición, que vuelta a registrarse, encontró en la faldiquera, una moneda de oro, moneda que jamás había visto no tenido noción de haberse guardado. Lo tuvo por milagro, y diciendo al Franciscano que no se fuera, que enseguida le allanaría el camino para sus propósitos, y reunido el Concejo dio cuenta del milagro acaecido, consiguiendo las oportunas licencias, buscó al padre, y le cedió unos terrenos suyos, y algunos dineros para empezar las obras del convento.

-Y el vino, voceó el tío Malacartu, que había pegado la oreja al milagro.

-¿Qué vino? Peguntó el tío Bigote, que siempre estaba a la espera de una convidá.

-Voy ¿Quién ha pedido vino? ¿Salió de donde estuvieran los pensamientos de la Tabernera Eugenia?

-Todo pasa y todo queda

pero lo nuestro es pasar

pasar haciendo caminos

caminos sobre la mar,

seguía Montoya recitando

-Venga Eugenia, sírvenos otra ronda ya que estás espabilada, pidió un de los jugadores de rana, mientras cogía los tejos del cajón de la rana, y atinaba con su tirada Clan, Clan, Clan.

Vino, vamos al milagro del vino, dijo el tío Chivario, soltando una bocanada de humo del tabaco maloliente de picadura.

Este Santo Varón de fray Pedro Ferrer, vivió e el convento que el fundara hasta treinta ocho años, y tiempo después de que sucediera este milagro:

Sucedió que atravesaba Cáceres una pertinaz sequía, hacía ya mucho tiempo que el sediento campo de la tierra cacerense estaba arrasado por ella, se había convertido en un improductible secarral, tanto fue la sequía, que hasta el vino guardado en la bodega del Convento de San Francisco para uso de los servicios religiosos se agotó, y así volvimos a ver al Freyre Pedro Ferrer, pordioseando por las calles de la villa cacereña, buscando el licor de Baco, o de Dioniso, que no se cual le gustaría más a Eugenia “la Colora”, sin encontrar quien le asistiera en su petición ya que cosa rara, hasta a los más pobres del lugar habían agotado el rapé de sus tinajas, vamos que en toda la villa quedaba ni una gota de vino, entonces el buen Franciscano acordó buscar ayuda a su antiguo benefactor don Diego García de Ulloa el Rico, el cual le repitió la ya sabida tonada, no hay vino, mis bodegas están agostadas, insistió el pedigüeño, dijole don Diego, ni gota, -vamos a verlo-, vamos pues fraile cansino, que eres un cansino y cabezón.

Mas al llegar a la bodega se maravillo el de Ulloa al encontrarse las tinajas de la bodega repletas del rojo caldo, y de calidad tan superior que nunca jamás de bebiera por esta tierra cacerense.

-Anoche sole que oía a Dios, gritándome ¡Alerta!

Luego era Dios quien dormía, y yo gritaba ¡despierta!

-remataba los versos de don Antonio Montoya-

-Ale, a tomar por culo cada uno a su casa, pero primero a pagar, que por aquí no pasa ningún fraile milagrero, decía Eugenia, tras su mostrador de cinc.

-bastante es el milagro que haces tu Colorá, que con un litro y el barreño de agua sacas dos, murmuro el tío Miguel Pichaque, uno de los jugadores de la rana, mientras los tejos resonaban en el cuello de la rana Clan, Clan, Clan,

El Freyre Franciscano Pedro Ferrer, murió en 1510 siendo el día 1 del mes de febrero, y fue sepultado en el mismo convento que él fundó,

Este del vino es uno de los muchos milagros que la leyenda o la historia ortega al buen padre.



Agustin Díaz Fernández







 
 
 

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