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LOS QUE NUNCA EXISTIERON

  • Foto del escritor: Llopis Ivorra-AgustinDiaz
    Llopis Ivorra-AgustinDiaz
  • 3 abr 2020
  • 4 Min. de lectura

Crónica desde la calle Cuba de mi Llopis Ivorra

Solo los muertos han visto el final de la guerra (Platón)

Si pasabas por la calle Bolivia o quizás fuera Guatemala, del entonces conocido como la populosa barriada de el Carneril, arrabal de Cáceres ubicada a las afueras por la parte sur de la ciudad en la entonces carretera de Medellín, hoy Avda. de Cervantes, solía estar sentado en la puerta de su casa, o en la casa donde vivía, los muertos no tienen propiedades, los que jamás existieron tampoco, sentando esperando la fresca, comiéndose la tarde sentado en una silla de enea , la eterna parva medio apagada entre los labios, de picadura el cigarrillo, de los llamados perreros, los unos , vueltos a liar, con las colillas recogidas en el andén de la estación de ferrocarril, en otros lugares ,los otros, los días que se podían, los días especiales aquellos cuarterones o una cajetilla de los cigarrillos ideales mal llamados, o caldo de gallina los llamaban por el color caldoso del papel, conseguidos con el cupón de racionamiento en el estanco de la señora Domi de la calle Bolivia, cupón que conseguía para un tío suyo la mujer de este por mediación de un señorito de falange al que iba un día a la semana a lavarle la ropa, él no tenía opción a los cupones de racionamiento, no tenías documentación ¿ cómo iba a tener documentación alguien que jamás había existido?

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La piel curtida, renegrida , como cuero viejo , señal de los que se buscan el sustento al aire libre ,aquí un mendrugo , allí un hueso para echar y dar un poco de sabor al caldo del puchero, algún trozo de tocino rancio por echar una mano a cualquier vecino ,o alguna liebre o conejo si había habido suerte en el campo o por el trigal de la dehesa de los caballos, o Alba Plata , o algún gato en caso contrario, cualquier cosa para engañar la endorga, había que buscarse la vida y llevar algo que poner en la mesa a la hora de las comidas, no para él , él con poco se aviaba , pero los dos chiquillos y la mujer no, mujer y chiquillos a los que no podía decir que eran suyos, no figuraban tampoco en ningún sitio como suyos, por la sencilla razón de que el no existía, nunca había existido, no podía ni ganarse el pan como jornalero nadie lo empleaba, o si lo hacían era a escondidas por lastima , estaba mal visto que dieran faena para ganarse el sustento , era sencillamente de aquellos que habían perdido una guerra sin haber participado en ella, a él le pillo en zona roja andando con la trashumancia del ganado , y no conforme con haberlos vencidos , los volvieron a matar durante las posguerra, asesinado los libros y partidas de nacimientos, para borrar toda constancia de que alguna vez existieron , fue tan grande el odio hacia los vencidos, que inculcaron el olvido de estos, hasta a los propios familiares se le prohibido hablar de ellos, familia, vecinos, amigos , dejaron de conocerlos como si jamás hubieran reído, llorado, respirado ,amado, existido, vivido.


Así victimas del odio, fueron muchos los muertos vivientes en este país, con la arrogancia de los que se saben vencedores, superiores, aunque sea en maldad los hicieron desaparecer de cualquier documento en el que alguna vez figuraron, para dejarlos sin constancia del paso por este mundo amargo, hasta la memoria de los que nunca existieron pasaron al más absoluto olvido, y es que los españoles cuando vencemos solemos hacerlo bien, lástima que solo sepamos vencernos a nosotros mismos , y así vimos ,gente sin pasado sin poder encontrar trabajo por no tener documentación , ni a mujeres poder reclamar su viudedad por no figurar que estuvo casada con nadie ni a sus hijos poder decir que tenían padre, simplemente pasaron a ser unos hijos de puta lo mismo que la madre una puta por tener hijos y no estar casada, porque así lo quisieron unos hijos de la gran puta pero estos de verdad.

Solía verse en la puerta de su casa, en la casa donde vivía de la calle Perú o tal fuera Chile, del entonces barriada del Carneril hoy Llopis Ivorra, el nombre a estas alturas resbala de mi memoria, venciendo la tarde, esperando la fresca tras la canícula del estío, con la eterna parva medio apagada, pegada entre los labios , de cuando en vez, echar un tiento a la bota de vino colgada en el respaldo de la silla de enea, o un largo trago de agua fresca del botijo ,que en el lumbral de la puerta con la poca corriente desde el patio , se mantenía con el frescor de cuando iba a llenarlo a la fuente junto al kiosco del Sr, Ignacio en la calle Colombia, también lo tenía a mano sin necesidad de moverse, con el tiempo había aprendido que el que no se mueve pasa más desapercibido y más siendo un no nacido, más de una paliza había recibido por moverse a rebuscar un saco de bellotas o de aceitunas o intentar de alguna peonada en cualquier horno de cocer la cal. .


Ahí solía vérsele en la calle Honduras o Paraguay, tal vez El Salvador, no recuerdo el nombre, de la entonces barriada del Carneril ,ahora Llopis Ivorra, Alonso de la familia de los Montoya, de profesión no nacido por ser perdedor. de una guerra , de una puta guerra en la que el no participo ni entendió, de lo único que entendía era de buscar donde echar alguna peonada con la que llenar la olla para a alimentar a los suyos, esperando la anochecida para acercarse a la pedrera donde estaba la taberna de la Eugenia “ la Colora “ pedrera ubicada en la hoy Avda. de la hispanidad , para con suerte encontrar faena para el día siguiente , o esperar que algún parroquiano hubiera triunfado descargando algún vagón de tren, e invitara a una ronda, de vino, de pistola de vino, sentados en el banco corrido todos trasegando el vino en silencio, o liando un cigarrillo del cuarterón de tabaco del cupón de racionamiento del estanco de la calle Bolivia, que alguien había sacado , cada uno rumiando sus amarguras , en silencio, se ven a varios Alonso de la familia Montoya, todos muertos , todos desaparecidos, todos olvidados , los que nunca existieron , porque no les bastó con ganarles una guerra, tenían que ganarles la vida

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Agustín Díaz.

 
 
 

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