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MI LLOPIS IVORRA

  • Foto del escritor: Llopis Ivorra-AgustinDiaz
    Llopis Ivorra-AgustinDiaz
  • 1 abr 2020
  • 4 Min. de lectura

Crónica desde la calle Cuba de mi Llopis Ivorra.

Me he fijado al pasar por mi Llopis Ivorra, y eso que el despiste no me da tregua, pero me he fijado como va envejeciendo el barrio, y al compás sus habitantes, paseando por sus calles, calles en las que ya no hay chiquillos jugando, ni vecinas sentadas como antaño a las puertas de cualquiera de ellas donde cada atardecer se formaba el corrillo para pasar las tardes noches del estío de conversación sobre lo divino y lo humano y criticando lo que hubiera que criticar y a la vecina que tocara, o de lo sinvergüenza que era el cura de la parroquia, D Antonio, que ya solo decía misa para una monjita muy vivaracha que le ayudada a vestir los santos y a desvestirse a él, de lo caro que se estaba poniendo todo y que ya con un peseta de aceite no llegaba para cocer las patatas, la que lio el domingo pasado el hijo de la Felisa que dejo plantada en el altar a la hija de la Encarna , que en plena ceremonia salió de estampida, dejando a la novia e invitados a la luna de Valencia, o de quien sería aquel coche que hace media hora que ya pasó.

Ya no se ven aquellos vendedores ambulantes por las calles, el paragüero, el sillero, el afilador, el quincallero que restañe los agujeros de las cazuelas con estaño o arregle los canalones de cinc, o a los hermanos capullos con su carro de mulas vendiendo el hielo, ni al gitano que vendía por las casas aquellas latas del cola cao vacías para guardar en ella las legumbres, ni al de la gaseosa la revoltosa, ni al tío Potaje, guardia urbano que en sus ratos libras vendía por las casas cuadros de arte, bueno de cierto arte, también ha desaparecido el carrillo de los helados, aquellos helados de hielo y lo coloreaban con un líquido que daba poco sabor, yo prefería los de mantecao me gustaban más, ni el vendedor de obleas con su rico parisie, ni aquellas mujeres que iban recogiendo las sobras de comida para alimentar a sus animales de corral, gallinas, patos, perros y algún cerdo de matanza también y poco a poco van desapareciendo os repartidores de pan a domicilio, aquellos de la Rumalda con su carro tirado por un burro, también desaparecen los quiosco como aquellos del tío Andrés Escribano, donde podías comprar una peseta de cigarrillos Celta o cambiar una novela del oeste de Martin Lafuente Estefanía, donde el protagonista siempre media 9 pies y medio y era más rápido sacando el revolver que el viento, también por una peseta, o comprar aquellos cigarrillos al fiado hasta que escampara que es este barrio de siempre llovió mucho, o las colas de cuando llegaba el tabaco de picadura en casa de la Domi con la cartilla de racionamiento, o de las colas en las fuentes para coger agua para el uso de boca ya que de los grifos con sus cañerías recién instaladas sabía a rayos, y olía a pies, de alcalde cacique y fascista de la época, tampoco se ven venir ya a las mujeres con sus velos y rosarios del rezo el mismo, santa maría madre de dios – ora pro nobis, santo mártir del purgatorio- ora pro nobis,

Tampoco las colas en la carbonería para la adquisición de una lata de carbón para el fogón o de picón para el brasero, o de venir de para “arriba”como se decía a venir de Cáceres a por una lata de petróleo para el hornillo de la gasolinera que tenía Mirat en la cruz de los caídos, ni a los sandieros con sus burros vendiendo sandias y melones de Malpartida de Cáceres, ni a los hermanos “capullo” con las barras de hielo en su carro tirado por mulas. ahora pasan los gitanos con sus fergonetas y hasta traen malacatones, ni a la señora que vendía café cubano de estraperlo de Portugal , toallas,o tabaco, o sabanas a mitad de precio, o a Blázquez el practicante con su moto-Gucci a poner alguna inyección a un vecino malito, o al otro practicante Orozco con su Vespa y como el hombre tenía un pie más corto que otro salía la rima, ¡ Orozco por la pata te conozco ¡ ni aquellos hombres que volvían del trabajo, cuando lo había , haciendo eses por las calles por haber parado en la taberna habitual e ingerido más vino de lo que la pellica podía aguantar, vino agrio que les nublaba el entendimiento, se cargaban tanto para no dar dos viajes a la taberna, digo yo, tampoco se ven a los niños ir a la bodega mandados por sus padres a por medio litro de vino del país para la comida, los hornos de cocer la cal también quedaron en el olvido, no esas cosas ya no se ven afortunadamente, y desgraciadamente tampoco nos conocemos ya como nos conocíamos por entonces, no definitivamente ya no nos conocemos.

Ahora cuando paseas por el barrio solo ves a hombres desocupados, de conversación en la esquina de la calle Colombia, frente al bar los Palacios y junto a la ferretería que la familia Cancho tiene en esta calle, en la que fuera casa de la señora Julia, la de los patos la llamábamos, por eso porque tenía patos y madre de mi amigo Pedrito, hablan de sus perros de la caza de la pesca, de futbol, algunos ya cumplieron con la sociedad y gozan de la merecida pensión otros apenas si doblaron el espinazo en el combate del trabajo diario, unos por no poder otros por no querer, otros se tragaron la bayoneta hace mucho y no hay manera, unos veteranos del barrio de cuando no estaban las calles asfaltadas otros menos, venidos de algún barrio vecino a asentarse aquí, en general buena gente de familias buenas y trabajadoras, este barrio siempre fue de buena gente, algunos emigraron buscando fortuna, a otros la fortuna les pareció que estaba en seguir viviendo en el barrio , yo he visto envejecer a la mayoría de ellos al compás que lo hacia el barrio, a sus calles a sus árboles a sus casas, imagino que ellos también me han visto envejecer a mí, pero cada vez que paseo por sus calles no me dejo de repetir ¡ carajo como envejece mi Llopis Ivorra.



Agustin Díaz

 
 
 

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