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HISTORIAS DE LA VILLA DE CÁCERES-BOMBARDEO JULIO 1.937

  • Foto del escritor: Llopis Ivorra-AgustinDiaz
    Llopis Ivorra-AgustinDiaz
  • 1 jun 2020
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 14 nov 2020

NOTICIAS DE LA VILLA DE CACERES

BOMBARDE JULIO 1.937

Crónica desde la calle cuba de mi llopis Ivorra

Sobre las 9.30 de la mañana del 23 de julio de 1937, en plena Guerra civil, cinco aviones republicanos sobrevolaron Cáceres descargando 29 bombas que dejaron 34 muertos y 78 heridos, la mayor parte de ellos personas civiles. Solo fallecerían dos militares. Los aviones, que habían despegado de la base aérea de Los Llanos en Albacete, eran conocidos como Katiuskas, bombarderos de fabricación soviética que utilizarían la guerra civil española como campo de pruebas. Al igual que lo hicieron los temidos Caproni 310, de fabricación italiana, o los Stukas alemanes, que fueron utilizados por el bando rebelde.



La incursión aérea de la aviación republicana contra la ciudad de Cáceres fue organizada durante la llamada de Brunete que se venía desarrollando en las inmediaciones de Madrid desde comienzos del mes de julio. Días antes, se había tomado medidas preventivas por parte del Gobernador Militar y del Alcalde. Así, en la Plaza Mayor, la noche del 22 de julio se trabajaba activamente en la colocación de sacos terreros.

En la mañana del 23 de julio cinco de los aviones de bombardeo soviéticos llamados popularmente Katiuskas (el Tupolev ANT-40, también conocido por su denominación operativa como Tupolev SB) sobrevolaron la ciudad sobre las nueve y media de la mañana, descargando en su núcleo urbano dieciocho bombas que afectaron a lugares como el Mercado de Abastos, Instituto de Enseñanza Media, Gobierno Civil, Plaza de Santa María, calles Sancti Espíritu y Nidos y traseras del cuartel de la Guardia Civil.

Especialmente dramáticas fueron las circunstancias ocurridas en la Plaza de Santa María. Unos cacereños murieron postrados ante la Patrona pues la Virgen de la Montaña se encontraba en la hoy Concatedral de Santa María; otros cuando abandonaban el templo y otros al dirigirse a él., dos bombas cayeron frente a una de las puertas de Santa María y su metralla cruzada penetró en la Iglesia dejando sin vida o malheridos a todos los que estaban al fondo, por debajo de las pilas del agua bendita; otros murieron en la plazuela; el Palacio de Mayoralgo se vino abajo. El Obispo Fray Francisco Barbado Viejo, con su blanco hábito de dominico manchado por los cascajos y la sangre de los heridos, se adentró entre las ruinas para confortarlos y auxiliar en los últimos momentos a los más graves




En Cáceres, se causaron 31 muertos y 64 heridos, cuatro de los cuales murieron después elevando a 35 el número de víctimas del bombardeo. De éstos 12 eran hombres y 23, mujeres. La víctima más joven era una niña de 4 años y la de más edad un anciano de 87. 14 de ellos pueden considerarse de edad madura, 15 eran menores de 25 años y 6 mayores de 60.

Las autoridades nacionales se vieron en la precisión de tomar medidas ante el temor de que esta acción formara parte de un plan sobre la retaguardia extremeña previamente trazado por el Gobierno republicano, sospecha que se iba a reforzar al descubrirse en las Navidades de 1937 el proyecto de infiltración en la propia retaguardia cacereña llevado a cabo por Máximo Calvo. Por ello, a partir del otoño de 1937 se reforzaron las defensas antiaéreas en las poblaciones más importantes: se crearon refugios, se construyeron trincheras, se implantaron servicios de vigilancia y escuchas, instalándose sirenas que anunciaban de la presencia de aviones.

Regados por las calles quedaron los cadáveres de numerosos niños que acudían a aquella hora (9.30) a los colegios y los de varias mujeres que se encaminaban a practicar en el templo (la entonces iglesia de Santa María, hoy Concatedral sus diarias devociones. Hasta dentro del templo cayeron nueve de aquellas acribilladas por la metralla». Estas palabras las escribió en el Diario HOY el escritor y periodista Antonio Reyes Huertas (1887-1952) para contar el horror que sufrió Cáceres el 23 de julio de 1937, cuando cinco aviones republicanos se adueñaron por unos minutos de la ciudad para llenarla de muerte y miedo.

El escritor lo contó un año después del suceso porque el bombardeo de Cáceres fue acallado y casi nada salió publicado sobre esta tragedia cuando se produjo. «Se decretó el silencio oficial por razones de guerra, pero yo vi los muertos. Y fueron muchos», solía afirmar el periodista

¿Cuántos muertos hubo? Un año después del bombardeo, Reyes Huertas hablaba de 41 fallecidos y 60 heridos; otras fuentes elevaban los muertos a medio centenar. Según datos aportados por el cementerio municipal, en este lugar se enterraron 33 personas en un primer momento (después murieron algunos heridos graves), pero hubo otras víctimas que procedían de pueblos cercanos y a sus familiares se les dio permiso para darles sepultura en sus localidades. El historiador, sacerdote y escritor Ángel David Martín Rubio, afirma que tras la acción de guerra hubo 31 muertos y 64 heridos, cuatro de los cuales murieron después, lo que elevaría el número de víctimas mortales a 35.

¿Por qué Cáceres? Esta ciudad era una de las más importantes en el bando nacional durante la Guerra Civil. En los inicios de la Contienda fue cuartel general de Franco, que residió en el palacio de los Golfines de Arriba. Aquí estuvo 38 días, desde el 26 de agosto de 1936. Cuando ocurrió el bombardeo, en julio de 1937, esta ciudad tenía un estratégico campo de aviación y aquí había numerosos cuarteles. Además de los del Regimiento de Argel, y el de la Guardia Civil, se hallaban los de las tropas moras, otro de los requetés, de las tropas carlistas y el de Falange.

El ataque llegó a Cáceres cuando esta ciudad no se lo esperaba. Ni siquiera hubo el sonido de una sirena para avisar a los ciudadanos de que debían buscar refugio. Los cinco katiuskas llegaron a las nueve y media de la mañana. Vinieron a sembrar el terror en una ciudad tranquila, de pequeñas proporciones, que por entonces terminaba antes de llegar al Paseo de Cánovas. En la iglesia de Santa María estuvo durante toda la Guerra Civil la imagen de la patrona de Cáceres, Nuestra Señora la Virgen de la Montaña, y muchas mujeres acudían a verla casi todos los días.

Cayeron 18 bombas. Tres de ellas, al menos, en la Plaza de Santa María. Las dos puertas de la iglesia estaban abiertas y dos artefactos explotaron cerca de ellas. Se aseguraba que habían muerto o resultado heridos todos los fieles que estaban en la zona del fondo del templo, desde las pilas del agua bendita para atrás. García Morales recordaba que había visto a una mujer mayor arrodillada sin cabeza. El lugar del bombardeo no era casual: en Santa María estaba la sede del Gobierno Civil, en donde ahora se encuentra la Diputación Provincial, y un cuartel de milicias había sido instalado en el Palacio de Ovando. Las dos personas que hacían guardia en las puertas de ambos lugares fueron víctimas del ataque aéreo. «Del carabinero que hacía guardia en el Gobierno Civil se encontró sólo la gorra; del que hacía guardia en las Milicias Nacionales una bomba le arrancó un brazo que quedó pegado en una bóveda», comentaba García Morales.

El terror se adueñó de Cáceres. Muchos cacereños no durmieron en sus casas, y a las autoridades les costó que la ciudad volviera a la normalidad. Se sancionó a los vendedores que no regresaban a sus puestos del mercado de abastos, y a los forasteros que vendían en la Plaza Mayor y dejaron de hacerlo se les prohibió vender en cualquier sitio de Cáceres.

En el ejemplar del Diario HOY del 28 de julio de 1937, cinco días después de la acción de guerra, se informaba brevemente de que «se ha restablecido por completo la tranquilidad en la población», y que se habían constituido las juntas parroquiales para el servicio de alarma en cuatro torres de Cáceres, en las de las iglesias de Santiago, San Juan, Santa María y San Mateo. También se indicaba que, «la suscripción iniciada en favor de los damnificados por el criminal bombardeo de la aviación roja ha alcanzado ya la cifra de 1.500 pesetas». Esa suscripción era para socorrer a las personas que se habían quedado sin hogar ni recursos.

Cáceres se preparó para nuevos bombardeos. Los soportales de la Plaza Mayor se habilitaron como refugio, tapando los arcos con sacos terreros, y se hicieron refugios en sótanos de edificios grandes. Por la noche en la entrada de los refugios había farolillos de aceite cubiertos de celofán azul. Los cristales de las casas se cruzaron con papel de goma, para no causar heridos si se destrozaban con las bombas. Se construyeron hasta trincheras. La ciudad estaba preparada; pero, por suerte, ya no hubo más bombardeos.

(fuentes Martin Rubio- diario Hoy)



Agustín Díaz

 
 
 

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