OTRO CUENTO DE NAVIDAD
- Llopis Ivorra-AgustinDiaz
- 11 dic 2020
- 5 Min. de lectura

rónicas desde la calle Cuba de mi Llopis Ivorra,
Hoy les quisiera contar un cuento de Navidad, otro cuento de navidad.
Estaban sentados saboreando un café en la mesa de la cocina, tenían que tomar una decisión y tenían que hacerlo esa misma tarde, Pepe Mari hijo mayor le había comunicado el medico que la enfermedad iría a mas día tras día y que muy posiblemente más bien pronto tendría desenlace el último capítulo de la vida del abuelo, él ya había hecho lo que estaba en manos de la ciencia y solo cabía esperar o que la naturaleza decidiera, por eso estaban todos sentaos alrededor de la mesa de la cocina con la premura de tomar una decisión para el día siguiente, al abuelo le daban el alta en el hospital y tenían que decidir qué hacer, si ingresarlo en alguna institución o tenerlo en casa hasta el desenlace final, hablaron de los pros y los contra de cómo y él porque, de repartirse los días y las noches para acompañar al abuelo, que no se sintiera solo y alegrarle en lo posible los días hasta su final, y allí sentaos en la cocina del pisito del abuelo decidieron traerlo a casa y ocuparse de él. Hijas, hijos yernos, y nueras tomaron el compromiso de hacerlo y de echar un mano a los demás en formas y maneras que se les requiriera y se pudiera, adelante entonces dijeron al unísono, y adaptaron la habitación que había sido la suya de toda la vida de la forma más confortable posible y esperaron al día siguiente que llegaría el abuelo de vuelta tras larga ausencia de nuevo a su casa.
Los meses, semanas y días iban pasando, el abuelo aunque mal iba tirando no mejoraba pero tampoco iba a peor, ya había dicho el doctor que esa enfermedad era así, pero lo mismo de pronto se acababa, andaba cuidado con el cariño de sus seres queridos que ponían todo su empeño por hacerlo lo más llevadero posible, claro que le querían, le querían como a las cosas viejas ya más por la costumbre de verlas que por otra cosa, si lo hacían porque le querían, sin tener en cuenta para nada una casita que tenía en la calle Bolivia del honrado barrio del Llopis Ivorra y el pisito donde ahora vivía también en un barrio decente de medio pelo de los nuevos surgidos en la ciudad de Cáceres, y unas perrinas ahorradas ganadas con el sudor acumulado de muchos años y escatimando siempre la perra gorda para juntar la peseta en la caja de ahorros para el acaso, las que pudo rescatar después del atraco a mano armada de las preferentes en que le embauco aquel dicharachero director de la sucursal del barrio, el mismo que tuvo que salir por piernas con una deshonrosa prejubilación y dos infartos como pago por los servicios prestados y haber esquilmado los ahorros de muchas familias, pero no lo hacían por esto, lo hacían porque era su padre y suegro era sencillamente el abuelo.
Pero todo en la vida tiene su límite y el tiempo pasaba y la cosa no cambiaba ni para bien ni para mal, el abuelo se había estacionado y parecía vivir para siempre y empezaron las tiranteces ya cansados de dejar sus vidas desentendidas para atender a la vida del abuelo o al menos eso les parecía a ellos, ya en plenas guerra de acusaciones y con las “ hostialidades” de declaradas intenciones, lo que ayer parecía claro ya solo eran nubarrones, ya se andaba metiendo las cabras en el corral de los otros y peligroso pasar cerca del cuchillero en la cocina, y hartos de tanta miseria humana tuvieron a bien acordar de buscar ayuda externa y para ello emplearon a una chica Ecuatoriana para el cuidado del abuelo, contrataron a Ana Lucia.
Con la llegada de Ana , a la vida del abuelo pareció renacer, a la semana ya se levantaba de la cama, al poco ya salían a tomar el sol abajo a la puerta de la calle, a los dos meses ya espera el abuelo a Ana Lucia, afeitado lavado y vestido para salir cogido del brazo de la chica a hacer la compra y si venia el caso toma una copita de vino en el bar de la esquina y donde antaño frecuentaba con amigos que poco a poco iban desapareciendo, por las tardes se les solía ver sentados en el parque en un banco muy juntitos como si de una pareja de enamorados atemporales se tratara , le contaba de sus vivencias , de cómo perdió una guerra aunque el solo era un niño aunque estaba en el bando ganador y que cuando se terminaron los tiros en el frente se acabó en pan en las ciudades, le contaba de ausencias de la juventud que se le fue, de su compañera que hacía varias años un cáncer bestial se la llevo en poco tiempo de como formaron una familia con muchas escaseces de un trabajo brutal y mal pagado y de sus hijos de lo corto de sus visitas del poco tiempo que disponían que parecía que solo tenían tiempo para sus prisas.
Ella .Ana Lucia,poco a poco se iba encariñando con aquel hombre que le recordaba a su propio abuelo, y le iba contando coas de sus pocos años de cómo había tenido que abandonar en su Guayaquil (Ecuador) natal a un niño de meses al cuidado de sus padres mientras ella y su marido habían tenido que emigrar para pasear su hambre por otro continente y su marido nada más llegar había sucumbido a unas fiebres y se encontraba más sola que nunca y lejos muy lejos de todo lo que tenía sentido en su vida, así pasaban los días ella con sus canturreos de voz melosa y la candencia del lenguaje hispano de un léxico casi olvidado en la madre patria por falta de uso, habían cautivado y rejuvenecido el corazón de abuelo y parecía olvidada la enfermedad hasta aquel veinticuatro de diciembre.
Cuando comenzó aquel mes de diciembre, el que había parecido retornar a la vida activa, cuando mejor se le veía en años empezó a desmejorar hasta el punto que se recluyo en casa ya no quería salir ni se afeitaba ni esperaba compuesto como novio en fin de semana y lleno de ilusión a la chica, ya no cortaba una flor una sola flor como acostumbraba en el jardincillo de su calle para ofrecérsela como presente, ya apenas si tenía apetito daba la impresión que todo le daba igual allá donde unos días antes todo era ilusión , sencillamente al abuelo se le habían ido las ganas de vivir, los hijos decían que lo esperaban que hacía mucho que tenía que haber pasado que ya había vivido lo suyo y que el último año lo vivido le fue dado de extra, lo que no sabían y no quisieron saber fue el por qué se había dejado morir aquel 24 de diciembre sin luchar, él que había luchado toda su vida y hasta por la vida misma y era que les había escuchado una tarde a todos reunidos en la cocina comentar que no renovaban el permiso de residencia y que tenía que abandonar el país, antes de que acabara el año de su amada Ana Lucia.

Agustín Díaz
Коментари