SOLEDAD
- Llopis Ivorra-AgustinDiaz
- 31 mar. 2020
- 4 Min. de lectura
Crónica desde la calle Cuba de mi Llopis Ivorra
De vuelta del trabajo a casa, camina despacito sin prisas, no las tiene, ¿ para qué ¿total para llegar a la soledad de su casa, procura entretenerse en cualquier escaparate sin ver la mercancía que se anuncia a través del cristal, se entretiene con cualquier pretexto solo para retrasar la hora de llegada a su casa, a su realidad a la realidad en la que vive, pero al levantar la cabeza se encuentra frente a la puerta de entrada de su vivienda, con la llave en la mano aún se demora otro rato, y se queda extraña de lo pronto que llega a su casa cuando cada día hace más por retrasar la llegada, gira la llave en la cerradura y desde ese mismo instante escucha las voces de su soledad.
Y no es que se encuentre sola, no, no es eso, lo que se dice sola no está, por la tristeza de la vivienda merodea como un espectro silencioso el marido que ella eligió como compañero de viaje y que tardó en darse cuenta de aquel viaje que emprendía llena de amor hacia él y con tanta ilusión, el tramo más difícil tendría que hacerlos sola de ahí la rabia que crecía en su interior y piensa que quizás si hubiera tomado otra postura, pero lo dejo ir y ahora ya es tarde, se le paso la edad de rebelarse con lo que le ocurría, solo por dejar el tiempo pensaba que quizás… pero no, todo fue a peor, ella había todo el amor de lo que era cápac de dar, y solo recibió silencios por respuestas, ella se empeñó en que aquel viaje fuera placentero y dio más de lo que podía dar y no se lo agradeció ni un solo gesto de cariño nada de nada a cambio, se le olvido de lo más básico y es que nadie puede dar lo que no tiene o no sabe que lo tiene, o no puede o no quiere aportar a la relación todo lo mejor para que esta funcione.
Cuando le conoció, siendo apenas una niña, era diferente muy diferente claro que la juventud todo lo puede y lo mismo el amor cegó sus entendederas para que no viera más allá de las palabras y los gestos amables y la apostura de él, se enamoró ciegamente y ahora que lo piensa, con el paso del tiempo quizás fuera por salir de la casa paterna como todos los jóvenes, el ansia de libertad propia de la edad y que quiere caer en sus propios errores, equivocarse por sí misma, que para equivocarse no hace falta la ayuda de nadie, el amor todo lo puede todo y con todo y contra todo, al principio todo bien, hasta los recuerdos o al menos ella en su soledad así quiere recordarlo y no sabe cuándo ni porqué se empezó a romper lo que con tanto cariño quiso edificar, luego llegaron los hijos y se marcharon, el bucle de la vida que no deja de dar vueltas, y ella lo dejar estar pensando que podría volver a lo que antes había sido normalidad y mientas sigue con su vida, consumiéndose en sus pensamientos, viviendo una vida que no se merece, por su entrega a cambio del más absoluto silencio, y cuanto más tiempo pasa más infeliz e incomprendida se siente, tampoco se atreve a buscar otra vida que le devuelva lo que anhela, tratando de encontrar una solución el tiempo se le fue, al llegar a la edad de la plenitud en toda su madurez se encuentra abandonada en su estado de ánimo ansiosa de dar, ansiosa de recibir, anqué sabe de sobra que poco o nada puede recibir de aquel que no sabe dar y que otrora fuera su razón de existir.
Por eso ahora cuando sale del trabajo, procura dar el rodeo más grande posible, paseando mirando pasar a la gente, envidando, aunque no lo quiera reconocer a esa pareja que ver pasar por el simple hecho de ir agarradas de la mano, porque sabe que al llegar a su casa solo será para encontrarse con su soledad, pero porque si fuera soledad lo llevaría mejor, con ese que acampa en el sillón de su salón, porque eso no es convivir, porque a eso no se le puede llamar ni siquiera vivir.
Llega cansada, y a veces muchas veces se va a comer a la cocina con su otra soledad, a engullir la comida sin hambre que si el día viene bien le hace de mala gana, y después de recogida la mesa mira hacia el salón y allí se lo encuentra en su sillón presidencial como dueño de todo, sin ni siquiera dedicarte una mirada de reconocimiento, y decides encerrarte en el baño para que no te vea llorar, para llorar por tu soledad, y piensas que has malgastado todo el amor derramaste sobre él y por él , todo el cariño entregado sin concesiones, todas las atenciones dispensadas sin correspondencia y sigues pensando en el bagaje de tu vida en común y cada vez encuentras menos coincidencia y piensas ¡ ojala tuviera el valor para actuar, coger el equipaje y volar en busca de felicidad en busca de una vida perdida en la entrega hacia el sin recibir ninguna correspondencia ¡ y eso que en medio de la llantina que cada vez se va haciendo más habitual de las tardes en casa, dices que la cosa sería más fácil si al entrar en tu casa te dedicara una mirada, un qué tal ha ido hoy, vienes cansada, aunque sea un leve beso en la mejilla, una sonrisa amable, un mira qué libro estoy leyendo, una simple frase de cariño, de amistad o tan solo , tan solo un giño cómplice, que te le alegre la tarde, que te alegre la vida, que te levante el ánimo, que te haga sentir henchida de alegría, pero no, solo encuentras en él, ambiente dejadez hacia tu persona, abulia y apatía, por parte de un compañero que te ha condenado a vivir la vida en soledad, en soledad acompañada por el tipo que habita en el sillón de tu salón.

Agustín Díaz
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