(XIII) CONQUISTADOR CACERENSE- FRANCISCO HERNANDEZ DE CÁCERES
- Llopis Ivorra-AgustinDiaz
- 2 may 2020
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Actualizado: 7 jun
Crónica desde la calle Cuba de mi llopis Ivorra.
La historia lo conocería como Francisco Hernández Girón de Cáceres, es indudable que en los primeros repartimientos que se hicieron en el nuevo mundo, presidió un espíritu poco equitativo, hijo de las circunstancias.
Sabemos que nació en Cáceres, sobre 1510. Falleció en Lima en 1553. Fue a América en la frustrada expedición de Felipe Gutiérrez a la provincia de Veragua (1535), y se refugió en el Perú; por entonces se agregó el apellido Girón, diciéndose también pariente del capitán Lorenzo Aldana, con quien va en la expedición que manda Francisco Pizarro contra Sebastián de Benalcázar, partidario de Almagro, a las provincias de Quito. Después de unas campañas contra los indios paeses y los yalcones, encontramos a Girón en Quito como capitán del primer virrey del Perú, Blasco Núñez Vela, a quien prestó servicios muy útiles, entre ellos el de descubrir un complot contra el virrey, que fue sofocado.
Para el aventurero que no pensara en arraigar en aquellos remotos climas, valió mil veces más un puñado de oro, que venir a compartir con su abandonada familia, que la provincia más feraz y productora, y todos prefirieron una pella del preciado metal, por insignificante que fuere, a las más extensas posesiones territoriales, más por aquel vulgar axioma del que reparte es el que sale siempre ganancioso, el oro quedo entre las manos de los más señalados capitanes, adjudicando a los otros pedios rústicos y urbanos, y hatos de indios de suyo perezosos y poco habituados al trabajo.
Ocurrió, lo que era de esperar, que ardiendo estos, como aquellos en tornar a la lejana patria, procuraron esquilmar la tierra para enriquecerse en poco tiempo, a costa del trabajo personal de los indios, a quienes se les exigía más que a las bestias de carga. Efecto de tan inusitadas faenas, sucumbieron casi todos los indigentes, sobre todo en ciertas comarcas, y parabién pronto se previó la destrucción total de aquella raza de los territorios conquistados.
Se dolió de ellos la iglesia y las justicias, y representaron a los monarcas la falta de caridad, con que eran tratados aquellos infelices. Los Reyes dictaron disposiciones poniendo cortapisas a tanta demasía, y se abolió el trabajo personal de los indios, se prohibió se le dedicase a la exploración de minas, se tasaron los tributos con que debían de acudir los patronos, y no se consintió contratación ninguna de servicio entre los naturales y los conquistadores, que no pasase por ante las justicias reales.
Como con estas ordenanzas se atacaba tan rudamente los intereses de los grandes propietarios, exigían, para hacerlas aceptables a estos, gran tacto y prudencia y cierta equitativa gradación, por parte de los encargados de aplicarlas. Pero brillaron por su ausencia tan indispensables condiciones en los intérpretes y ejecutores de la regia voluntad, y el conflicto surgió inmediatamente, primero hubo pedimentos escritos, después protestas, siguieron las manifestaciones al aire libre y por fin saltaron por todos lados chispazos sediciosos, algunos de los cabezas de motín, como Luis de Vargas, pagó con la cabeza su osadía, pero su muerte no sirvió de escarmiento, porque como la conmoción era más social que política, sus raíces eran profundas y resistentes.
La revolución permanecía latente en el espíritu popular, y solo esperaba para manifestarse la aparición de un capitán de prestigio, que se pusiese al frente del movimiento, Este no se hizo aguardar, y surgió en la escena, se llamaba Francisco Hernández Girón, y las gentes acomodadas y a las que a su sombra Vivian, vieron en la salvaguarda de sus intereses, Era Francisco Hernández, un hidalgo valiente, muy rico y sobrado de prestigio con la soldadesca, que Adoraba merced a su munificencia.
Después de haber servido con los Pizarros y Benalcázar, se había avecindado como otros muchos cacereños, en el Cuzco, en donde le había caído tan pingüe repartimiento, que sus productos no bajaban de 20.000 pesos oro anuales. De carácter violento y quisquilloso, se indispuso con Gonzalo Pizarro y se puso del lado del virrey Blasco Núñez Vela, que lo nombró su teniente general. Vencido este por Gonzalo, Girón anduvo de mal quebranto, hasta que llego al Perú, Pedro de la Gasca, al que se unió y cuya caballería mandó en la memorable batalla de Xaquixaguana, donde se eclipso para siempre la brillante estrella del intrépido trujillano.
Dos tentativas de rebelión en pro de los menoscabados derechos de los propietarios de indios, le habían valida ya en 1551, otros tantos procesos con la pena de prisión correspondiente, y hubiera pagado cara tales aventuras, a no tenderle su mano protectora el virrey Antonio de Mendoza. Por estos y otros desahogos, la gente de toga de la Real Audiencia de Lima, no lo miraba con buenos ojos, y aunque blanda a las insinuaciones privadas del virrey, atisbaba oportunidad de hacer sentir al trasgresor todo el rigor de la ley, la ocasión no se hizo esperar, y hasta por partida doble.

Se había constituido Hernández, fiador de su suegro Alonso de Almaraz, tesorero de hacienda en la ciudad de Lima, por suma de 25.000 pesos más alcanzado este en sus cuentas, se había procedido contra los bienes de su fiador, amenazando seriamente su patrimonio, además la audiencia de Santa Fe de Bogotá había exhortado a la de Lima, para que se citase de comparecencia, ante aquella, al mismo Francisco Hernández, a estar a derecho con los herederos de Jorge Robledo, gobernador que lo fu de la provincia de Choco y Antioquia, quien habiéndose rebelado contra el gobierno constituido, fue perseguido alcanzado y muerto por Girón, destacado contra él por el General Benalcázar.
Parce que habiendo sido inmolado Robledo por traidor, no debería ser motivo de acusación contra el que lo mató como leal, pero la familia del difunto era poderosa en Bogotá, la curia togada, poderosa y complaciente, por no decir prevaricadora, y haciendo de lo negro blanco, logró enredar a Francisco Hernández con un proceso. Los oidores exhortados, se frotaban las manos de gusto, hasta la parca `parecía conjurarse contra él, cortando el hilo de la vida de su protector el virrey.
Persuadido Girón de lo critico de su situación, agravada con la merma de tres cuartas partes de sus rentas, por virtud de las leyes de tasa, no halló otra valía, que izar por tercera vez bandera revolucionaria, y jugar el todo por el todo, contaba con adeptos, su causa era la causa de casi la totalidad de los españoles naturalizados en el Nuevo Continente, y jugo la partida, pero con mala mano.
Espiraba el domingo 12 de noviembre de 1553, día que, a más de festivo, era de alborozo y satisfacción para las familias de Castilla y de Loaisa de las más ilustres de Perú, que acababan de enlazarse, mediante el matrimonio de una sobrina de Baltasar de Castilla, con Alonso de Loaisa, sobrino a su vez del arzobispo de la ciudad de los Reyes. Habiéndose velado en dicho día, festejaban con un suntuoso banquete tan grato acontecimiento en la ciudad de Cuzco, residencia de los contrayentes, en unión de personas principales y de autoridad de la localidad.
Y cuando el salón estaba más concurrido y animado, Francisco Hernández, espada en mano y seguido de treinta sañudos corifeos, gana la brillante estancia y acometiendo con cruento encono a los desprevenidos circunstantes, atropella, hiere y mata a los que encuentra al paso, gritan las mujeres los caballeros se arman con sillas, bastones, cuchillos, con cuanto hallan a mano , un tío de la desposada, sucumbe a los golpes enemigos, el contador Juan de Cáceres y el capitán Juan Alonso Palomino, caen también exánimes, acribillados a estocadas, es preso el corregidor Gil Ramírez Dávalos, en breves instantes , aquella mansión paradisiaca ,queda convertida en asilo de dolor y de muerte.Tras esta hecatombe inusitada, los asesinos se esparcen por la ciudad, a la que aturden con clarines y atabales, llamando a las armas a sus coaligados, acuden prestos estos, y Francisco Hernández s proclama Procurador y Capitán General del Cuzco.

En pocos días alista a 900 hombres en sus banderas, procedentes de la misma ciudad de Cuzco, de Guamanga, y de Arequipa, declara la guerra a las autoridades constituidas, sobre todo al arzobispo y a los oidores, y jura que ha de ser rey del Perú, es de presumir la fatídica resonancia que t4endria tan nefasto acontecimiento en el país. La Audiencia y el prelado unieron sus fuerzas, y dando el mando de las tropas al maestre de campo Pablo Meneses, salieron en busca del rebelde.
Francisco Hernández, recorrió la jurisdicción de Guamanga, Jauja, y Nuchacocha, recogió por donde pasaba provisiones, armas y soldados, y amenazó a Panamá, de donde nadie salió a su encuentro, más no considerando que llevara fuerzas suficientes para tomar la plaza, descampo y se dirigió a Nasca, camino de Arequipa. Port fin en el valle de Ica, se halaron las dos huestes adversas, y Francisco Hernández derroto a sus enemigos. En Chuquinga, junto al rio Abancay, tornó a batirlos y no se tuvo ya por cosa improbable que llegase a coronarse Rey del Perú.
Ya en la acción de Pucara, le volvió el rostro la fortuna, entonces los oidores, que iban con la tropa, otorgaron indultos a los revoltosos que se pasasen al lado enemigo, asegurándoles vidas y haciendas, logrando que de los leales del rebelde desertasen dos o tres de sus principales capitanes. Con esta estratagema, quedaron desequilibradas las fuerzas de ambos lados, pero los desertores lograron que los capitanes desertores, llevaran consigo a los soldados que mandaban, Francisco Hernández, obligado por esta contrariedad, se retiró, pro fue alcanzado en Jauja, donde quedo derrotado y hecho prisionero.
Conducido a Lima, fue decapitado el 7 de diciembre de 1551, su cabeza puesta en el rollo de la ciudad y sus casas derribadas y sembradas de sal.
Indianos- Publio Hurtado.

Agustín Díaz
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