(III) CONQUISTADOR CACERENSE-GONZALO PIZARRO
- Llopis Ivorra-AgustinDiaz
- 25 abr 2020
- 15 Min. de lectura
Actualizado: 7 jun
(III) INDIANOS CACERENSES-FAMILIA PIZARRO
GONZALO PÌZARRO
(Cáceres)
Crónica desde la calle Cuba de mi Llopis Ivorra.
Si este paladín, de la familia Pizarro, y hermano de Francisco y Hernando, hubiese unido a su apostura, su generosidad, su trato afable, su valor y bizarría, la capacidad y el conocimiento del mundo de su hermano Hernando, ¡¡quién sabe ¡!, tal vez su parentela se hubiese constado entre las dinastías del Nuevo Mundo.
Gonzalo Pizarro nació en Trujillo de Extremadura, hacia el año 1510. Fue hijo ilegítimo del capitán Gonzalo Pizarro El Largo, quien lo engendró con María Alonso, una molinera de La Zarza, a unas cinco leguas de Trujillo. De este concubinato nació también Juan Pizarro, unos años mayor que Gonzalo. Gonzalo creció bajo la vigilancia de su hermano mayor Hernando Pizarro (el único hermano legítimo), quien se encargó de que recibiera una educación de caballero. Cuando Francisco Pizarro, el hermano mayor de la familia (aunque también bastardo), visitó Trujillo en 1529, es posible que viera por primera vez a Gonzalo y Juan. Lo cierto es que los convenció, junto con Hernando, a sumarse a la empresa de la conquista del Perú asegurándoles que se harían ricos.
En un principio, sometido a la superior categoría de sus hermanos francisco y Hernando, se concretó a ayudar a estos en la conquista de las regiones ando peruanas y a desempeñar el gobierno de Quito, que le confirió su hermano Francisco Pizarro. En las asonadas civiles de Almagro, batalló contra este, a quien personalmente aprisiono en la derrota de Salinas.
Desde Quito, a la cabeza de un ejército numeroso de españoles y de indios, partió a la tan celebre cuanto calamitosa jornada del país de la canela, atravesando la abrupta cordillera de los Andes, en cuyos intrincados argomales y peligrosos desfiladeros, perecieron de hambre y fatiga, más de la mitad de los expedicionarios.
Al volver a su gobierno os nuevas le salieron a encuentro, una la muerte de su hermano el Marques, y la prisión de Hernando en España, y no quedando otro Pizarro que el en aquellos territorios, se creyó con derecho a heredar los cargos y preeminencias de Francisco, pero el rey de España, muerto el conquistador del Perú, había nombrado virrey de aquellos estados a Blasco Núñez Vela. No importaba, ante la omnipotencia de un Pizarro, nada suponía un título al que no se sumaba fuerza moral ni material alguna.
A SOLEDAD DE GONZALO
Después sería la tan anti política la conducta de Blasco Núñez, y tan perjudícales a los intereses de los españoles afincados en el país de las Ordenanzas que llevaba de la metrópoli, y trataba de implantar en aquél, que se hizo odioso a sus gobernados, logrando que todo el mundo volviese los ojos a Gonzalo como faro salvador, y no tardó en responder este a la confianza que el pueblo depositaba en él. Declarada la guerra entre ambos jefes, no fue de mucha duración, pues en la batalla de Añaquito, Gonzalo Pizarro, supero y dio muerte a Blasco Núñez.
Todos aclamaron al vencedor, y este olvidando o más bien desconociendo el abtine y sustine (soporta y renuncia) del filósofo griego Epicteto, hubo de engreírse con el triunfo hasta un punto inconcebible, su lujo y magnificencia no reconocieron límites. Obró con entera independencia del gobierno peninsular, dicto disposiciones que eran peculiares del monarca, llego a acuñar moneda con sus cifras, y no faltó quien afirmara que usaba insignias reales, y consentía que le llamasen rey.
Contra él, envió Carlos V, a Pedro de la Gasca, tan humilde sacerdote como habilísimo político quien, logrando atraer a la obediencia real, con un tacto de perseverancia sin ejemplo, a los principales auxiliares de Gonzalo, puso a este en el duro trance de tener que decidirse a pasar a Chile, a organizar las cortas fuerzas que le habían permanecido fieles, pero como al hacerlo encontró y derroto cerca de Huarina al cuerpo de tropas que acaudillaba el capitán Centeno, cobro ánimo, desistió de su proyecto, y habiéndose unido gran parte de las tropas vencidas, volvió al Cuzco hacer frente a las de la Gasca. Este marchó a su encuentro desde Jauja, y le presentó batalla en el valle de Xaquixaguana, en donde fue derrotado preso el rebelde Gonzalo Pizarro en 1.548.
Conclusa la sumaria, en un solo día, se le sentenció a pena de muerte, a que su cabeza fuese puesta en el rollo de la ciudad de los Reyes, derruida su casa y sembrado de sal su solar, en el que se pondría un letrero, que perpetuase la memoria de su traición y del escarmiento que en él se hizo Así sucedió , y la cuchilla del verdugo cerceno la cabeza de Gonzalo, cuando solo contaba cuarenta y dos años de edad , pero a pesar de todo, el pueblo le lloro, y veneró su recuerdo por muchas generaciones, citándole como espejo de caballerosidad e hidalguía, tuvose por la mejor lanza de cuantas blandieron en el suelo Peruano, y hasta el mismo La Gasca, elogio su administración para ser de un tirano
Según el testamento de Francisco, a su muerte, dejaba la gobernación del Perú a su hermano Gonzalo, que la va a ejercer, hasta el punto de ser considerado como “el gran rebelde”. Cuando prisionero de La Gasca- va a ser ejecutado cruelmente. Juzgo, en contra de Arciniega y otros, que Gonzalo no fue traidor ni rebelde contra el Emperador. Y sí un luchador lleno de gran nobleza, no sin cierta “ingenuidad” ante la actitud fríamente calculadora del clérigo salmantino. Para mí, Gonzalo es, probablemente, el más humano de los Pizarro, incluido Francisco. Juzgo, además, que la Historia no le ha hecho la debida justicia.
Debido a las proféticas denuncias del convertido Las casas, dominico ahora y Obispo de Chiapas , profeta tardío, que vino a revolucionar el orden feudal establecido por la misma corona de España en las Indias Occidentales, cuando ya no era posible dar marcha atrás, se dictaron las Leyes Nuevas. El benjamín de los Pizarro, que era admirado tanto por sus lances de guerra como por sus lances de amor, tuvo, probablemente, cinco hijos: Juan Francisco, Hernando, Inés y otro, incógnito, que había tenido en Quito. Garcilaso de la Vega, jovencillo, recuerda haber jugado con los hijos de Gonzalo. Pero, en el afán de la aventura, se lanza a la búsqueda de El Dorado, fabuloso, prometedor inagotable de oro puro. Y va más lejos, hasta el mismo inmenso Amazonas: 400 leguas se alejaron, entre toda suerte de peligros y penalidades. Tirso dejará constancia en su obra teatral de cómo Gonzalo “era el primero que, porque todos le sigan, ya en el taller, ya en la fragua, trabaja, sopla, martilla, compasa, mide, dispone, desbasta, sierra, cepilla, porque en tales ocurrencias más noble es quien más se tizna. Vuelve en junio de 1542, con la mitad de los indios, y menos de un tercio de los españoles, harapiento y lleno de picaduras de toda suerte de insectos y alimañas, casi desnudos. Quiso vengar la muerte de Francisco, y manda emisarios a Vaca de Castro, que los rechaza. Le agradece la oferta, pero le hace saber que él solo se basta para derrocar a los de Almagro. Y Gonzalo obedece. En efecto Vaca de Castro vence, y le cuesta la cabeza al joven Almagro. Perú recobraba, momentáneamente la paz.
Algunos cronistas extrapolan la realidad y hacen del encuentro entre Gonzalo y Vaca de Castro un nuevo conflicto, que no existió. Todo lo contrario. Una vez más, Tirso tiene la razón: Gonzalo saludaría al pacificador con estas amigables palabras: “premiada la lealtad, vuelve a ser dueño segundo Carlos de este Nuevo Mundo, y debe Su Majestad preciarse de la elección, que ha hecho en vueseñoría, pues solamente podía su celo, su discreción, siendo capitán y juez, en la campaña soldado y, en el tribunal, letrado, mostrar que suele tal vez, se malo juntar en un sujeto solo, el laurel, espada y pluma. Gonzalo fue, ciertamente, un caballero de Romance, con un alto sentido del honor. Gonzalo se retira a Chaqui, dejando al gobernador que siguiese poniendo orden en el Perú, tan sobresaltado, a intervalos, por insidias y violencias de sus gobernantes.
Se ha aludido antes a las Leyes Nuevas, dictadas por el Emperador, presionado por el P. Las Casas, que afectaban asimismo al sistema de Encomiendas, que había comenzado Colón, y se había extendido a tierra firme. Hay que decir que Las Casas, antes encomendero él mismo, conocía bien el paño. Pero era un “convertido” del otro dominico Montesinos -a quien suele olvidarse en este punto-, que un domingo tronó, desde el púlpito, enviando al mismísimo “infierno” a todos los encomenderos. Las Casas, que le oyó, se dejó ganar de su furor profético. Recoge esa antorcha. Abandona su encomienda. Regresa a España. Pide el hábito dominico en Valladolid. Y regresa al Perú, proclamando la liberación del indio, a quien deberían devolvérsele terrenos, bienes y pagarle perjuicios de la conquista y colonización. Este hombre, admirable en sí mismo, era, a esas alturas, un soñador. Y, además, como andaluz, un hiperbólico en las cifras que daba.
Tengo el máximo respeto por su figura, pero debo reconocer que es un “profeta” fuera de tiempo. Ya no era posible dar marcha atrás de tanta labor hecha por los españoles, bajo el visto bueno del Emperador. Sí, su disputa con Juan Ginés de Sepúlveda, el humanista que no pisó jamás el Perú, creó problemas de conciencia al mismo Emperador. La “Junta de Valladolid” (1550-1551) fue un caso único en la Historia de los nuevos imperios y conquistas. Por vez primera España daba una lección al mundo, al paralizar la conquista, y debatir su licitud. ¡Ningún otro país puede ofrecer un caso paralelo! El “expediente” de esta Junta se conoce poco. Los historiadores casi lo ignoran. Sepúlveda versus Las Casas ha sido publicado, hizo 25 años, en un solo volumen, del máximo interés para sopesar los argumentos sobre la licitud/ilicitud de la conquista del Nuevo Mundo. Ambos autores eran renacentistas, humanistas, y representaban lo más selecto de la escolástica española del momento. Las Casas va a salir triunfante, pues basa su argumentación en el mismo Evangelio. Además, conocía la realidad peruana a perfección, mientras Sepúlveda, sólo a los diversos Cronistas de Indias. La argumentación y conclusiones de Las Casas nos parecen hoy de una candente actualidad. ¡Se adelantó, en esto, al Concilio Vaticano II! En “teoría” tenía toda la razón. En la “práctica” resultó utópico. No puedo demorarme ahora en su exposición.
El hecho es que el Emperador, seducido por Las Casas, firma leyes nuevas, en Barcelona (20-noviembre-1542). ¡El Indio sería, desde ahora, un ser libre! ¡Menudo revuelo produjo todo ello en el Nuevo Mundo! Se quitaba al conquistador todo premio por “agregar un mundo inmenso a la Corona de España”. Así de claro. Hijos y mujeres de encomenderos no debían heredar nada, revirtiendo totalmente al Emperador. Obispos, monasterios, hospitales, exgobernadores, presidentes, oidores, corregidores, oficiales de Justicia, tenientes y oficiales de Su Majestad, quedarían despojados de lo que poseían. Quedaba prohibida la “encomienda de indios”, etc. En el Perú, en concreto, todo sería propiedad del Emperador. ¿Resultado? Ante todo, sorpresa singular, pasmo, protesta y descontento general. Muchos, para consolarse, pensaban que deberían “acatarse, pero no cumplirse”. Y manda Carlos I de España, en su nombre, al Perú, como ejecutor, “al más inadecuado e inepto”, a Núñez Vela. ¡Qué enorme fallo del Emperador! Era Blasco Núñez Vela de Ávila. Había sido Corregidor de Málaga y de Cuenca, y veedor general de las guardias de Castilla”,en la frontera navarra en otro tiempo. Luego fue nombrado Capitán General de la Armada, y había estado “en Puerto Rico, Santo Domingo, Santa Marta, La Habana y Cartagena y Panamá”. Tenía un sueldo de “2.250 maravedís” por día. su retrato nos lo ofrece un cronista fiable: “Era -dice- alto de cuerpo, de buen parecer e gentil presencia, los ojos zarcos e muy claros, de rostro aguileño, la frente ancha, la barba espesa e de mucha autoridad, muy buen hombre de a caballo de entrambas sillas, de vivo juicio, salvo que no lo tenía asentado”. Esta última aclaración puede explicar su proceder, sin duda alguna. Tenía inmensos salarios, ahora, como Virrey y presidente de la Audiencia de Lima. Hay que señalar que del Perú lo ignoraba todo. ¿Cómo iba a lograr implantar las Nuevas Leyes, tan gravosas? Tampoco era un hombre diplomático, ni discreto. Ya sabemos lo que logró: ¡Fracasar, y provocar una “guerra insensata”!
Le acompañaba un mal matemático, pero un excelente cronista, entre otros, Agustín de Zárate.
Sale, con una flota de 52 velas, de Sanlúcar de Barrameda, en el mes de noviembre del año 1543 y llegan al Nombre de Dios el 10 de mayo del año siguiente. A partir de Panamá, comenzó a querer aplicar las leyes literalmente, y a hacerse enemigos. No era un hombre dialogante. Se le oponen todos, incluido el mercedario “Pizarrista” Fray Pedro Muñoz. En Lima fue muy mal recibido, y todos le maldecían. Y, sin embargo, guardaron las apariencias: Hubo arcos de flores, entrada solemne en la iglesia, repique de campanas, y entrada bajo palio incluso. SE aposentó “en las casas del Marqués Pizarro”. Al proclamar las nuevas ordenanzas, todos le suplicaron las sobreseyese, “porque la tierra estaba muy escandalizada”. No quiso escuchar razón ninguna.
Metió en la cárcel a Vaca de Castro. Gonzalo Pizarro, naturalmente, se opone a sus intransigentes decisiones. Detrás de él había el apoyo de todos, en el Cuzco, Trujillo y Lima. Todo llegó al límite cuando Vela manda asesinar al delegado Illán Suárez de Carvajal, de doce cuchilladas (14-septiembre-1544). Los Oidores “destituyen” oficialmente al Virrey Núñez Vela, le arrestan y deciden enviarlo a España, para que el Emperador decida. El Capitán Martín de Robles le da la orden de prisión, firmada por todos los Oidores. No resultó fácil. Le prenden el 18-septiembre-1544: ¡Primer “golpe de Estado” dado en el Perú! Le encerrarían en la casa de Cepeda. Álvarez redactaría las razones para Carlos I, mientras Cepeda sería erigido como Gobernador y Capitán General. Carvajal se impone, manda ahorcar a los desobedientes, y a los Oidores nombraron a Gonzalo Pizarro Gobernador del Perú. Hubo aceptación de los Obispos de Lima, don fray Juan Solano; del Cuzco, don Garci-Díaz Arias, electo obispo de Quito, y de fray Tomás de San Martín. Firmaron asimismo el contador general Agustín de Zárate; el tesorero Antonio Riquelme, el veedor García de Saucedo, y el resto de oficiales de Su Majestad. El texto del nombramiento aclaraba lo siguiente: “Gonzalo Pizarro gobernaría aquellas provincias únicamente hasta que Su Majestad otra cosa mandase y que hiciese pleito homenaje de así lo cumplir, y que dejaría el cargo y gobernación luego que el Audiencia y su Majestad lo mandasen”. Gritaron “vivas” a Gonzalo, y se le dio el título de “Señoría”. Gonzalo entra en Lima el 28-octubre-1544, triunfal y solemnísimamente, rodeado de los ejércitos y nobles caballeros. Un estandarte con las armas de Pizarro decía: “Por armas, armas gané, en virtud de aquél que me las pudo dar/ G.P”. Gonzalo se baja del caballo y rinde el juramento oficial. Tenía a su vera a tres Obispos, a un par de Provinciales: el de los dominicos y el de la Merced, los oficiales del Emperador, letrados, hombres de valía, como testigos. Gonzalo se retiró a la casa del Marqués. ¡Todo Lima era una fiesta! Carvajal tomaba represalias “tajantes” contra quienes pudiesen disentir. Núñez Vela se fuga de la cárcel y, sin prudencia alguna, empieza a hablar mal de todos los que estaban con Gonzalo, y sigue en su “manía de Virrey”, contra la voluntad de todo el pueblo y autoridades del Perú. Gonzalo seguía siendo el que mandaba. ¿Soñó con “independizarse de la corona”? no se puede demostrar tal aserto que se le reprochó, y le costaría la vida.
Carvajal se lo propuso, pero Gonzalo se limitaba a oír en silencio, dice cierta crónica fidedigna. Todavía dio zarpazos Núñez Vela al sur de Los Reyes. Pero Gonzalo le hizo una emboscada en Quito, el 18 de enero de 1546. Un sobrino de Illán Suárez de Carvajal “le hizo cortar la cabeza, llevándola luego a Quito con grandes alegrías. Muerto Núñez Vela, Gonzalo recupera la paz, y queda como gobernador de un inmenso territorio, en nombre de Su Majestad.
¡Nunca pensó en independizarse de la Corona de España, aunque se lo sugiriese Carvajal! Recibe, eso sí los agasajos, elogios, pleitesías y demás muestras de reconocimiento que los jefes y el pueblo le ofrecían. Los mismos Obispos de Lima, fray Jerónimo de Loaysa, de Quito, don Garci-Díaz Arias, y los de Santa Marta y Bogotá, le acompañaron y felicitaron.
La soledad de Gonzalo era ahora lo contrario, el reverso de la medalla: ¡El único triunfador y gobernador! Pero esto no debería ser descrédito, ni crear pánico en España. ¡Acaso el Marqués, en su Testamento, corregido, no había dejado como Gobernador que le sucediese a su hijo Gonzalito, y en su minoría de edad a Gonzalo Pizarro! Legalmente, el sucesor de Francisco era Gonzalo. Incluso se podría decir que el Emperador, al nombrar a Vaca de Castro, y a Núñez Vela como Virrey, no era fiel a las capitulaciones y cédulas con Francisco. Gonzalo no hizo reclamación alguna. De buena fe, supuso que Carlos I de España y V de Alemania admitía aquella situación “de facto” como normal. Se equivocó.
Es, por el contrario, entonces cuando se decide, en España, enviar a un clérigo, pequeño y deforme, físicamente, pero lleno de astucia y que sabía leyes, La Gasca., natural de Navarregadilla, diócesis de Osma. Iba como mediador entre Gonzalo y Núñez Vela. Él puso una sola condición: “que se le diese un poder tan lleno y bastante como el mismo Emperador en las Indias tenía”. ¡Casi nada! No quiso ser nombrado “Virrey”, sino tan sólo, presidente de la Audiencia”. Gonzalo mandó a parlamentar con él a Pedro de Hinojosa, que era claro y explícito. Le pregunta: ¿Traes la gobernación oficial para Gonzalo? Él sólo dice que viene a derogar las Leyes Nuevas, causa de disturbios. Dijo, además, “que sus poderes en Indias eran de Rey”.
Eso, equívoco, podría significar que podía consagrar el poder de Gonzalo. Pero también lo contrario, naturalmente. Respuesta, pues, diplomática, y nada esclarecedora. Difundía cartas, y lograba que la gente de Gonzalo se pasase a su bando. Escribía asimismo al Consejo de Indias aludiendo a la guerra que haría contra Gonzalo, “el traidor”. Gonzalo empieza a temerle a este pequeño, pero terrible, personaje, que ya le había arrebatado Panamá. Y planeaba la invasión del Perú. Gonzalo, como hombre de guerra era insuperable; como político, mucho menos. Todavía el presidente decidió enviar cartas y despachos por las ciudades “llamando el presidente a fray Juan de Vargas, de la Orden de Nuestra Señora de la Merced, le dijo que Su Majestad sería muy servido de si se quisiese poner en trabajo de ir hasta la gobernación de Popayán, para que, desde la ciudad de Cali, se enviasen al Perú las cartas y despachos que él le daría. Fray Juan dijo que iría”.
(Aquí aparece un mercedario muy significado, el que quiso dividir las primeras Provincias del Nuevo Mundo, sin contar con el Provincial de Castilla, Fray Gaspar de Torres – Vicario General con plenos poderes para Castilla, Portugal, sus Colonias y el Nuevo Mundo-; se llamaba fray Juan de Vargas, y haría un “conciliábulo” en el Cuzco, en noviembre de 1556, nombrando indebidamente Provinciales. Desde la Curia de la Merced de Madrid se le mandó llamar, y se le metió en un calabozo en Toledo. Más tarde, a petición de un caballero amigo, liberado, el P. Gaspar de Torres -que sería luego Obispo de Sevilla- hace unas “Constituciones”, y es ese P. Vargas el encargado de llevarlas a la práctica en el Cuzco, Guatemala, Lima y Chile.)[23]. Pues bien, el mercedario Vargas no estaba con Gonzalo Pizarro. ¡La división existía entre los mismos frailes! Aunque muchos otros mercedarios siguieron a Gonzalo).
Éste había perdido a los mejores suyos, sin que ganase a uno solo de La Gasca. El “viejo demonio de los Andes”, Carvajal, se puso a cantar aquella cancioncilla lírica, ahora llena de presagios dramáticos:
“Estos mis cabellicos, madre, de dos en dos me los lleva el aire”.
Los hombres de Gonzalo -500- contra los de Centeno -1.200- se enfrentan en Guarina el 20de octubre de 1547, y gana Gonzalo, inesperadamente por parte de los contrarios. Carvajal fue el hombre fuerte; y el capitán Garcilaso de la Vega salvó la vida de Gonzalo. Superaron los 350 muertos en el campo de Centeno, aunque hubo muchos caídos también entre los de Gonzalo Pizarro. El obispo del Cuzco, fray Juan Solano, se salvó huyendo a caballo, y abandonando la refriega. Gonzalo fue, de nuevo, “caudillo invicto del Perú”, gloriosamente aclamado por los suyos. La Gasca estuvo retirado en Jauja, y no actuó directamente. Pero se presentía la caída final de Gonzalo.
¿Por qué Gonzalo pasa seis largos meses en la quietud del Cuzco, sabiendo que el peligro de otro ataque era seguro? Entre ese 20 de octubre de 1547 y el 9 de abril de 1548 La Gasca se preparó para una “escaramuza”, que iba a ser fatal para Gonzalo. Quizá esperaba Gonzalo respuesta del Emperador a su carta de julio del 48, recociéndole sus derechos y lealtad.
SETENCIA DE MUERTE
Le leyeron la sentencia al anochecer. Le acusaban de un crimen lessae majestatis, declarando traidores a él y a sus descendientes, por dos generaciones en línea masculina, y por una en la femenina, infames e inhábiles. En una mula, atado de pies y manos le llevaron hasta el cadalso. Allí “le sería cortada la cabeza por el pescuezo”. Su cabeza sería llevada hasta la ciudad de Los Reyes, y clavada en un rollo, para público escarmiento. Habría letreros que declarasen sus traiciones. Sus casas todas serían derrumbadas desde los cimientos, aradas de sal. Oyó Gonzalo esta sentencia y quedó pensativo, ensimismado. Llegó a dormir una hora. Luego se puso a pasear hasta el amanecer. Pidió un confesor. Con él estuvo mucho tiempo. Lo subieron y ataron a una mula: Iba -dicen los cronistas- “con un manto negro de paño fino, adornado con franjas de terciopelo por fuera y de raso por dentro, y un sombrero muy grande en la cabeza”. En las manos, una imagen de María. Luego la cambió por un crucifijo. Mercedarios y dominicos, y clero secular le rodeaban. Llegaron al cadalso. Ascendió al tablado, sereno, dignísimo, solemne, dispuesto al sacrificio: miró al pueblo, y habló muy poco. Dijo: “Muero pobre, que aun el vestido que tengo puesto es del verdugo, “No tengo con qué hacer bien por mi ánima,”, Os pido una limosna para misas”. Lloraba el público. Los clérigos estaban conmovidos. Fue un instante denso, impresionante, se cortaba el aire de la plaza al filo de la emoción. Se arrodilló ante el crucifijo. El verdugo le puso la venda en los ojos. Gonzalo la rechazó, exclamando: “No es menester, déjala”. Y todavía tuvo ánimo para decirle al verdugo: “Haz bien tu oficio, hermano Juan…”. Intentó musitar un credo, mientras el tajo del alfanje separó su cabeza del cuerpo. “Tardó todavía, sangrante, el cuerpo algún espacio en caer al suelo”, dice un testigo. Diego Centeno -enemigo, un tiempo, de Gonzalo- impidió al verdugo Juan Henríquez quedarse con las ropas; y le pidió a La Gasca autorización para llevar a enterrar el cuerpo de Gonzalo al Cuzco. La Gasca aceptó, máxime al ver que Centeno no era un “pizarrista”. En esto fue comprensivo. Y se enterró en una capilla del monasterio mercedario cuzqueño, justamente junto a ambos Almagro, padre e hijo. Algún cronista apostilló: “¡A quienes lucharon encarnizadamente por lograr vastas extensiones del Perú, les bastó, para yacer juntos, unos palmos de tierra en la exigua tumba de la iglesia conventual de la Merced del Cuzco!”.
(Fuentes- biografías - Indianos-Publio Hurtado)

Agustín Díaz
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