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HAMBRE

  • Foto del escritor: Llopis Ivorra-AgustinDiaz
    Llopis Ivorra-AgustinDiaz
  • 31 mar 2020
  • 9 Min. de lectura

Crónica desde la calle Cuba de mi Llopis Ivorra.

Dando una vuelta por mi Llopis Ivorra, y por aquello de que a la vuelta lo venden tinto, aunque mi barrio se recorre en un momento y te sobran cinco minutos, y habiéndome fijado en que uno de los más veteranos del barrio siempre iba comisqueando algo, se metía la mano en la chaqueta y siempre la sacaba ocupada con alguna fruslería, ora con una galleta ora con un cacho pan, ora con un trozo de queso más bien duro, andaba yo en recordar cierta anécdota que al preguntar a un vecino, al tío Silva, me dijo que lo del queso duro era para seguir entrenando a las encías, toda vez que dientes tenía menos que la sierra del taller de Petronio, que no ser no era capaz ni de serrar la mantequilla, y lo de llevar comida en el bolsillo era para engañar al hambre, hambre que le perseguía desde la infancia y que venía detrás de el desde su pueblo de origen, y que había pasado tanto al igual que lo de su generación que no había forma de sentirse satisfecho, “ jarto” me dijo el , ni aunque se comiera a un elefante de una tirada, en esas andaba cuando recordé mi hambre.

Un hambre atroz, con el malestar de estar siempre como ido débil, te hacía sentir la flojedad en los movimientos, hambre poderosa, que hasta dolía, hambre con hedor propio que se desprendía en cualquier movimiento de los que la padecíamos, era tal el hambre y la flojedad producida por la misma, que más de una noche soñé que participaba en una matanza y en el cuarto de mi pensión me sorprendí sentado en el suelo tratando de comerme las suelas de mis zapatos como si fueran la mejor careta de guarro ibérico recién salida de las brasas, era tanto el delirio que el hambre me producía que hasta los pantalones colgados en el gabán de noche se me asemejaba con una res vacuna recién matada y abierta en canal para su despiece, horrorosa el hambre, debe ser desde entonces por lo que yo no engordo desde entonces estoy con hambre y en los huesos.

Todo empezó, bueno hace tanto, muchos muchos años, cuando llego el jefe de mi empresa y junto con otros tres compañeros nos metió en su Seat 850 y nos llevar a hacer unos trabajos a Navalmoral de la Mata, grandioso pueblo de la provincia de Cáceres y ubicado en la autovía de Extremadura Madrid-Lisboa N V, corrían los años finales de la década de los 70, por 1.976 seria, yo debía de andar por las 16 o 17 años y era la primera vez que salía al extranjero, y digo extranjero por que para el que no ha salido nunca de casa por muy cerca que este siempre estará lejísimo de tu casa, y más por aquellos años con aquellos vehículos y aquellas carreteras, solo con el cruce del puerto de Miravete se hacía larguísimo los 122 Km que distan esta localidad de la capital Cacereña, el jefe nos dejó a la entrada de la población, justo en una gasolinera que hay a la entrada del pueblo por que tenía que hacer unos mandados que no podían hacerlo ningún propio, nos indicó la dirección y nos dijo que ya había reservado posada y fonda, y así un día radiante de primavera que invitaba a los pajarillos a preparar sus nidos en los arboleda de la avenida por la que transitábamos , ¡ días después mirábamos los nidos y se nos hacia la boca agua pensando en los huevos que se acomodaban en su interior, con la misma mirada de Silvestre el lindo gatito mira al pajarito Piolin, no me acuerdo del nombre de la avenida, pero sí que estaba cerca de la estación de ferrocarril, si me parece que así se llamaba avenida del ferrocarril, no se hable más de ella porque el hambre me hace divagar y mezclar historias en mi desfallecimiento, nombres de calles, de lugares y de personajes, bajando por la parte que da a la mano izquierda llegamos a nuestro destino y a nuestra tortura, o era a mano derecha según se sube, el caso es que llegamos a casa Minito que así se daba a en llamar el posadero, y donde el mismo en persona nos recibió y prometió tratarnos como en nuestra propia casa, lo cual ya resultaba un poco raro, porque para eso nos hubiéramos quedado en casa en la nuestra propia , vamos digo yo, pero bueno estaba lo bueno y nos dijo que no nos preocupáramos por nada que ya el jefe había fijado las condiciones y pagado una señal y que se ponía a nuestra entera disposición, el hablar de Minito , ya nos parecía al menos sospechoso, por su empalago en el alabo y su cara de la cual era propietario de una de esas sonrisas como aceitosas, de esas que resbalan por la cara de esas sonrisas desganadas que lucen los tipos que son poco de fiar, como esos individuos que dejan la mano floja cuando saludan, de esos tipos que es mejor no fiarse pues suelen ser zafios y traicioneros, de esas sonrisas que dan directamente en los huevos del interlocutor o en lo ovarios, para esas sonrisas nos hay género que valga y en eso sí que tenemos igualdad, pero yo no podía hablar de mis sospecha solo era un ayudante y el más joven en edad de la cuadrilla y a callar tocaba, que cualquier cura prefiere morir por la bragueta que no por una peseta.

Casi era la hora de la comida cuando hicimos entrada en tan señorial hacienda, así que para no perder tiempo el posadero nos hizo un recorrido guiado por las instalaciones de la casa y para enseñarnos las habitaciones designadas y demás servicios, para que pudiéremos dejar el equipaje en ella y admirar los secretos que tan augusta casa escondía, el mío corto casi mínimo, lo justo para una semana, el cuartucho que me asignaron era más bien tirando a pequeño, como cuarto de despensa en casa pobre, con un ventanuco en alto que en vez de cristales estaba protegido con tela gallinera y que daba a un patio, y que en verdad a eso mismo olía en cuanto se abrió aquella puerta y salió por ella el hedor maldito del aliento de la bestia, apestaba a gallinero de antiguo a tener mierda de antiguo y reseca Minito el posadero me dijo que eso no era nada y que con el tiempo acaba uno acostumbrándose a todo, y que al otro lado de mi tela gallinera había otra tela gallinera pero que esta pertenecía a la ventana de otro gallinero, del techo colgaba una bombilla pelada sujeta por un cable y enrollado y adherida a este una tira pegajosa de color amarillo supongo , para atrapar moscas pero estaba tan cuajada de estas que las demás las usaban como agarraderas para trepar por ellas había tantas que ni aun con la bombilla encendida eras capaz de adivinar el color original, una cama que más parecía cuna de dormir infantes que cama para un hombre de 1,75 que para la época era de una altura significativa, que ni haciendo ejercicio de contorsionismo cogía en aquel engendro mitad cuna mitad camastro de campaña, suelo de argamasa de cemento con más mierda que el gallinero que inundaba todo con se hedor, seguimos con la visita guiada y el resto de las habitaciones parecían repetidas excepto por el ventanuco de tela gallinera que eso era solo un regalo para mí, las demás no tenían ventilación de ninguna clase, al no ser la puerta de entrada y que había que abrir a base de patadas, y el baño ¡ ahhh, el baño, un aseo en mistad de un pasillo oscuro, con un agujero en el suelo un lavabo mínimo y un espejo lleno de manchas, que te mirabas y parecías enfermo de viruelas, lleno de herrumbre más que la fragua de mi padrino Isaías mejor no seguir, no se puede describir o si, pero aquello era digno de verlo, de verlo y salir corriendo, tanto que ni comíamos ni dormíamos pues a eso de las cuatro de la madrugada un gallo hijoputa del gallinero vecino empezaba con su cantinela y así nos tenía toda la noche, en ayunas pero con musica ¡ carajo que tío más guarro!

Bajamos hacia el comedor con capacidad para quince o veinte personas, estaba casi lleno de huéspedes en la espera de la pitanza, patatas, patatas para comer, para cenar para desayunar, a todas horas patatas, con carne, con verduras, con cosas desconocidas, pero patatas, con caldo, con cardos del campo, patatas cocinadas con cualquier cosa que te puedas imaginar pero cocinadas con poca sustancia, de la carne solo el hueso y poco y de aceite menos, así que nos ponía la cazuela en la mesa pero estaban tan mal cocinadas que a la media hora tenías mas hambre que antes de haber comido, así como si te hubieran quedado a la luna de Valencia, tanta hambre pasamos que por las tarde ya nos empezábamos a mirar unos a otros con desconfianza, sin ser capaces de darnos la espalda, por prevenir el ataque y que al vencido se los comieran los otros tres, cuando salíamos de trabajar íbamos por las calles de aquel pueblo como si nos hubieran desenterrado, demacrados, macilentos, dando traspiés, con la mirada perdida, no nos atrevíamos ni a estornudar no nos pásara como a las ovejas del tío Marulan que de flojedad cuando estornudaban daban la vuelta de campana, andábamos agarrados a las paredes, era tanta la flojedad que si alguno se caía los otros o serían capaces de socorrerlo, se empezaron a hundir los ojos, a quedar la ropa grande como comprada en baratillo, a caérsenos el pelo, yo lo veía en los compañeros y se lo hice saber así, ellos me dijeron que me mirara en el espejo herrumbroso de la posada y allí nos encontramos como cuatro espantapájaros, eso sí tratados mejor que en casa, todas las noches agarrados unos a otros como naufrago a un madero, no íbamos a buscar la orilla íbamos en busca de nuestras patatas ¡ que acojone tu ¡ la gente nos miraban raros y nosotros a ellos con la boca hecha agua.

Cierto día llevamos por allí unos quince ya, a la hora de la magra pitanza nos encontramos con un constructor y su hijo de aquí de la capital y conocidos nuestros, el constructor estaba enseñando a su hijo las triquiñuelas del oficio y como estafar al personal sin morir en el intento, y como meter las cabras en corral ajeno sin que este se dé cuenta, y justo ese día y ahí es donde aprendí la cantidad a servir por comensal, como conocidos decidimos comer en la misma mesa, aquel día debía de ser fiestorro día de la patrona o algo gordo, lo mismo el día de San Jeremías seria creo yo, pues en vez de patatas apareció la cazuela con carne, para mí que el tren que paraba a la vuelta debió de matar a algún perro despistado, por deferencia dejamos que se sirvieran los invitados a nuestra mesa y al dar la vuelta la cazuela nos encontramos los cuatro que solo había caldo, amarillento y de sabor sospechoso cuando menos, la carne apenas había dado para los dos primeros, y aunque la cazuela todo los días era la misma, pensamos que al aumentar en dos los comensales aumentaría también las cazuelas, mientras Minito atendía a nuestra llamada aprovechamos para comernos el pan nuestro y el de la mesa vecina que estaba montada, para mojar en aquel humilde y desconocido caldo, con avidez propia del desespero y de hambre atrasada, muy atrasada, los invitados nos miraban con miedo y se daban señas entre ellos, sentados a media para en caso de que tocaran a degüello salir pitando, llego Minito al fin, y al solicitarle otra cazuela de aquella inmunda carne, nos dijo que le gustaría pero que ya habíamos comido, y a la razón de vista la cazuela limpia como si no estuviera estrenada y muy bien comido a la vista de utensilio tan reluciente, pues en su casa se ponía cazuela por mesa, y que lo misma daba que la cantidad de comensales, pues él sabía bien que era suficiente comida la que servía, y que éramos unos glotones y que ya se lo había advertido a el nuestro jefe cuando fue a hacer la reserva y que tuviera cuidados que no éramos gente de fiar, y que venía observando que todos los días le faltaban cuatro o cinco panecillos y alguna madalena que otra, a mí de aquel jefe no me extrañaba nada y algo he escrito sobre él, mejor de las locuras de este finado jefe, Minito daba en usar pajarita al cuello, y ahí, ahí precisamente fue donde el mayor de los compañeros y jefe de la cuadrilla le agarró, le puso la cazuela por montera y le empezó a dar vueltas a la pajarita, tantas que empezó a ponerse rojo como la grana y gracias que le sujetamos de lo contrario aquel día hubiéramos comido Minito eso si con patatas.

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Aquella noche, ni las noches siguientes se volvió a escuchar el canto del gallo, pues aquella misma noche…pero eso es otra historia…

Agustín Díaz

 
 
 

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