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ISABEL DE CARVAJAL LA SERRANA DE LA VERA

  • Foto del escritor: Llopis Ivorra-AgustinDiaz
    Llopis Ivorra-AgustinDiaz
  • 24 nov 2021
  • 6 Min. de lectura

ISABEL DE CARVAJAL

LA SERRANA DE LA VERA

Crónica desde la calle Cuba de mi Llopis Ivorra

Hace ya algunos años, más de cuatrocientos, un personaje invadió las habladurías en los pueblos de la Vera, sucedido que dio lugar a que los niños se sobrecogieran al oír su nombre, y los adultos que atraviesan la sierra de esta comarca no las llevaran todas consigo, y que dio largas a las mentes de los mejores escritores, que no ha mucho se dejaban leer en vida por este país: Julio Caro Baroja, En un ensayo de sobre la Serrana se planteaba la cuestión de no muy difícil solución sobre si la Serrana era una realidad histórica mitificada o un mito transformado en realidad historificada. Multitud de estudiosos han interpretado a la Serrana de forma histórica e incluso han tratado de buscarle una identidad histórica de carne y hueso a la Serrana. Algo que en algunos casos ha asumido el pueblo, que, en las zonas donde el mito se halla más arraigado, lo mismo otorga características sobrenaturales a la Serrana parecidas a las de otros seres mitológicos de otras culturas, que habla de conocer la identidad de la Serrana, en qué época vivió, en qué casa o cuál era su familia. En cambio, algunos estudiosos actuales señalan su probable origen mítico primitivo. Lope de Vega tambien haciéndose eco de esta historia y Lope de Guevara la llevaron al Teatro.

Pero asentémonos en nuestra tierra cacerense, y veamos que nos cuenta don Publio Hurtado sobre esta extraordinaria mujer, mito o realidad, cuento o leyenda, el que se atreva que lo juzgue:

Vivía en el pueblo de Garganta de la Olla, ubicado en la Comarca de la Vera y apoco más de tres leguas y media de la ciudad de Plasencia, en la provincia de Cáceres, a mediados del siglo XVI, una familia de buen acomodo y pasar, y que tenían a gala y orgullo una bella joven de nombre Isabel, mujer de exuberante belleza y gran desarrollo físico, de desenfado estudiantil y d varoniles aficiones, de piel muy blanca y morena de cabello y ojimorena, que de tal manera la pinta el romance, que montaba a caballo y que andaba por las ferias, buscaba el cochino jabalí y al lobo en sus guaridas, manejaba la ballesta con tal presteza y maravilla al igual que el cuchillo montés. Haciendo gala de una puntería fuera de lo común en el manejo de la honda, y que no temía habérselas con el hombre más bragado frente a frente.

Más, cierto día se despertó en Isabel el amor, y aunque dura de pelar, y habiendo despreciado a muy buenos partidos, hasta que le llego la hora, y se entrego a un galante cortesano, llamado don Lucas de Carvajal, sobrino a la sazón del Obispo de Plasencia, al que, vencida de atenciones y finezas, más promesas y juramentos, y no solo le entregó su corazón, tambien le entregó su honestidad.

Don Lucas de Carvajal, acaso por ser villana, falto a sus promesas, la hizo víctima de la eterna jugarreta, y haciendo mutis y como diciendo yo no he sido, la dejo abandonada a su suerte, quedando la muchacha estigmatizada con la tacha del deshonor a la insaciable voracidad de lenguarones y lenguaronas del lugar y de la comarca entera.

Doña Isabel, que era de carácter violentísimo, con la indignación justificada por tamaña felonía y traída y llevada por las habladurías del vulgo, señalada por el dedo de unos y otros, cuando se llegó a convencerse que su mal no tenia remedio, se enjugo los ojos producidos por el llanto del despecho, cierto día, abandono la casa de sus padres, huyendo a ocultar su vergüenza en la escabrosa sierra de Tormantos y sus derivaciones, y a vengar en cualquier hombre la afrenta que uno de los individuos de este sexo le habían inferido.

Ya no habia quien refrenase su sed de venganza, ni por lo divino ni por lo humano, y sus apetitos carnales fueron sus únicos acicates en la senda del desafuero y el pecado a que se lanzó, y armada de una fuerte saeta, y recia honda de cuero, tranzado el cabello bajo una caperuza, vistiendo alta polainas y corta faldamenta, se apostaba en los caminos, detenía a los descuidados y pocos avisados, y los llevaba de grado o por la fuerza a la gruta en que instaló su morada y tras cenar en su compañía, les brindaba los goces sexuales en su persona, entra cuyos brazos se dormían gratamente los convidados, para despertar en el otro mundo, pues como una fiera, así que satisfacía sus bestiales apetitos, los asesinaba y sacándolos fuera de la cueva, los sepultaba bajo un montículo de piedras, sobre el que colocaba una rustica cruz, formada con palos y atados con arbustos de torvisco.

Cuenta tanta la crónica, que fueron tantos sus amantes en una noche de solitarita y montaraz orgia, que llego a poblar de cruces el contorno, hasta que los cuadrilleros de la Santa Hermandad le echaron el guante a la agrete Mesalina, poniendo fin a aquel desfile de muertes, la llevaron a Plasencia, donde fue ajusticiada.

Tal fue la vida de la Serrana de la Vera, de mucho renombre en su comarca y en su país y como tambien fuera de él, así la retrataba la tradición racional y las composiciones literarias a que dieron tema sus reprobadas aventuras, más la imaginación popular, sacó su personalidad del campo de lo verosímil, y la llevo al ilimitado campo de lo maravilloso, hizo de Isabel un ser sobrenatural, llegando a afirmar que la pario una yegua y que la piedra con la que cerraba la cueva por las noches, pesaba más de doscientas arrobas y que la manejaba como cualquier persona puede manejar una manzana, y que de aquella piedra se hizo, por haberlo dejado Isabel así dispuesto, la pila bautismal existente en la iglesia de Garganta de la Olla.

Como pruna de los extraordinario de su persona, enseñan sus paisanos al camínate que va desde este pueblo a Jaraíz de la Vera, una enorme piedra a flor de tierra, de unos doce metros de superficie, en cuyos extremos, se ve un hoyo de la figura de un pie, y dicen que es la huella del pie derecho de la Serrana, que al plantarlo allí, ponía el pie izquierdo en la cúspide de un cerro que hay enfrente y que dista en un kilómetro.


: Estaba la serranita paseando la ribera, vido venir un soldado desertado de la guerra, le ha cogido de la mano y a su cueva se lo lleva. Le ha mandado facer lumbre, con huesos y calaveras; después que habían cenado le mandó cerrar la puerta; él, como algo picarillo, la ha dejado un poco abierta. Le trajo un arrebelito para que se entretuviera, y al son del arrebelito jizo que durmiera ella. Como en las versiones anteriores, huye el caballero, despierta la serrana y le tira con la honda una piedra que le derriba la montera: -Vuelve, vuelve, soldadillo; vuelve por la tu montera. -Yo no vuelvo, serranilla, aunque de oro y plata fuera.

A la montaña de Oro, allí dentro de una cueva, N'hi había una serrana blanca y rossa, y no es morena. Trae el cabello crespado y con una rica trenza, Cuando quiere hallar un hombre, ya se va por la ribera. Veu veni un gallardo mozo: «Gallardo mozo, detente». S 'en pren mano per mano y s 'en van dalt de la cueva; La cueva n'era voltada de cabezas de hombres muertos: «Son los hombres que yo he muerto allí baix a la ribera; Lo mismo será de ti cuando mi voluntad fuera...». De tants besos y abrassadas la serrana s'en aduerme; Yo me «Son los hombres que yo he muerto allí baix a la ribera; Lo mismo será de ti cuando mi voluntad fuera...». De tants besos y abrassadas la serrana s'en aduerme; Yo me vuy a poco a poco, yo me vuy apartar de ella. Siete leguas caminaba sense girarme enderrera.

Ya veig vení la serrana, venía tota correnta, Ab un perro al costado que feya mes pó que ella. «Detente, gallardo mozo; gallardo mozo, detente, Que t'en vuy dona una carta per la gent de la ribera; Si no l'escrich de mi sangre, ya l'escriuré de la teva» «No pot ser, linda serrana, que yo ya seré a mi tierra.» «¡ Ay trista de mí, mes trista; ahora seré descubierta! De tanta rabia y malicia, la serrana se reventa.

(fuente Publio Hurtado-Supersticiones)

(fuente Gutierre Carbajo-La pervivencia del Mito)


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Agustin Díaz


 
 
 

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