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ORATORIO DE SAN PEDRO - CÁCERES

  • Foto del escritor: Llopis Ivorra-AgustinDiaz
    Llopis Ivorra-AgustinDiaz
  • 13 dic 2022
  • 7 Min. de lectura

Actualizado: 26 mar

XIX

Crónica desde la Ronda de la Pizarra

Y llego la hora, día de fiesta en el barrio del Carneril, por fin habían terminado la barriada de las trescientas viviendas, ya habían comenzado el derribo de las chabolas de lo que constituían el Carneril en sí, los parroquianos de la Taberna de la Colorá, andaban de enhorabuena, entre la barriada de las trescientas, el rascacielos de Cáceres, gozaban de un salario con el que intentar vivir, poco a poco se iba quedando atrás las penurias, el no saber como llenar el puchero diario, y ahora decían en los mentideros se iba a dar comienzos las obras de una barriada que le quieren poner el nombre del obispo.

Todo eran alegrías, menos en la Taberna de la Colorá, donde poco a poco, como si esa fuera la forma de terminar las cosas, la Eugenia se iba quedando sin clientela, de los de la toda la vida, el tío Ratón, aquel que se hizo millonario con el Wolframio, le había dado un tabardillo, bajando el terraplén para llegar a la Taberna, y acaba de pasar el cura con el viatico, ¡mal color tenía la orina del enfermo! Se le escuchó decir a Orozco, el practicante, que paró a echarse un vino al coleto, o dos, que todo no era el trabajo, Montoya, se le murió la Aquilina, la mujer de toda su vida, nacieron en la casa de al lado, y juntos siguieron hasta que la parca vino a buscarla, ahora Montoya debe andar con sus coplas, por Barcelona, no se quiso ir con el hijo a Alemania, ¡bueno me salió el hijo!, y se fue con la hija, también tuvo la chica que emigrar, se casó con un hijo del tío Pelica, y se dieron cuenta de que aquí no se comía con dos cucharas, y allí andan trabajando en la Seat, más los del juego de la rana siguen en su ligar Clan, Clan, Clan, suenan los tejos al resbalar por el cuello de la rana.

El tío Matamoros, ya con los papeles en regla, y dado de alta como nacido, pasaban los guardias a su lado como si no lo conocieran, aunque se les había escapado de dos campos de prisioneros, él seguía sin fiarse, por eso con la mirada dentro cazillo del aguardiente y raramente comentaba algo, solo sentía o negaba con leves movimientos de cabeza, a pesar de tener papeles, y de tener que volverse a casar con la Isabela, la seguían llamando puta al igual que sus mozos hijos de puta, tal vez fuera por eso por lo que no se fiaba, y era del que mata cuelga,

La Eugenia, “la Colora”, andaba dándole la propina a unos de los chicos de la pedrera que le había encargado un cántaro de agua de Fuente Fria, que era agua medicinal y mano de santo para cocer los garbanzos, aunque la caja de Carne de Membrillo de Puente Genil que le hacía de caja registradora, solo tuviera aire, y es que cuanto más prosperaban sus parroquianos, menos lo hacia ella, había empezado a abrir nuevos garitos en el barrio, y ya sabe, ley de oferta y demanda, y no es que antes las ganancias fueran de fiesta mayor, eso lo dejaba para la Cafetería Avenida, y sitios así, pero tenían un pasar, y algunos ahorrillos tenían escondidos en un rincón del alma, o de su chabola que era lo mismo, mientras los jugadores de las ranas, seguían martilleando la boca de la rana Clan, Clan, Clan.

Cada con sus tristezas, o con sus alegrías, andaba la clientela aquella anochecida, compartidas las unas, las otras también, que para eso eran como de familia, cuando se abrió la puerta y entre la niebla del humo de la chimenea y del tabaco de liar, que pugnaba por salir por algún sitio, apareció el tío Chivario, cara de cansado traía de todo el día en la obra, pero al punto y con trasegando una pistola de vino y mirando hacia el fondo de la taberna, donde el Piyayo tenía congregado al grupo de lindos que traía para que conocieran pobre, con varias botellas de vino ya vacías y el Piyayo, pidiéndoles a los señores de levita que placía una convidá a todos los parroquianos, que así verían a los pobres más animados y hasta lo mismo, contarían algunas historias, lastima de Montoya, no andaba ya por la villa, si no ya verían los señores lo que era cantar con sentimiento.

-Ya Va, dijo la Eugenia, llenado vasos y botellas, y apuntando en la pizarra la cuenta y de treinta me llevo cinco, y también tengo en la cazuela un guiso de carne que quita el sentido, es que acaso los señoritos no la van a probar, no ven Vds., que es malo beber con el estómago vacío, venga Piyayo, ven a por las raciones, y de cinco me llevo dos.

-Oye Eugenia, dijo Chivario, que era eso de tantos señoritos revueltos hoy por la pedrera, que hasta desde la obra veíamos el revuelo esta mañana, ¿no es Verdad? ¡Si! contestaron varios, hasta uno de los de la rana.

-Ah, eso dijo la Eugenia, cuatro cafés y un aguardiente, gente de morro fino y tal, pero de cartera corta, coño si hasta venia el cura ese que es albañil.

-Pero carajo Eugenia, saltó el tío Pelica, que andaba ya escorado por babor, pero si uno era un cura los otros serian sus monaguillos.

Y es que aquella mañana, hizo acto de presencia en la pedera, aquel obispo que vino de tierras Alcoyanas, y que aburrido, hizo concatedral a la Iglesia de Santa Maria, y que por el que él lo valía, tuvimos todos los años que pelear entre moros y cristianos por San Jorge como hacían en su pueblo natal, y ahora andaba queriendo fundar una asociación para la construcción de viviendas para gente más o menos necesitadas y pagándoles con más o menos comodidad, aquí en el Carneril y que quiere que lleve su nombre el nuevo barrio Llopis Ivorra

-Anda déjate de tonterías Pelica, dijo la Eugenia, a que no te sirvo más vino, y tu Chivario, que ya está el chico aburrido cuéntale algo anda, y deja de mirar con la boca abierta, que te va a entrar las brasas de la lumbre, pero ojo con lo que cuentas, no metas las cabras en corral ajeno.

Clan, Clan, Clan, seguían sonando losa tejos al resbalar por la rana.

Sucedió que, -venga mozo saca el cuadernillo y apunta carajo, que ahora que habla la Eugenia de Curas, me he acordado de algo que sucedió en la villa cacerense, y vds, señoritos, que aquí se viene a beber y el que escucha calla y saca tabaco.

Sucedió como decía que, allá por el siglo XVII, si no me falla la memoria, y enfrente de donde se ubica la Audiencia Provincial, y al lado de donde tuvo su industria las Patatas Fritas el Gallo, precisamente en el lugar llamado Plaza de la Audiencia en Cáceres, el presbítero de nombre Juan Sánchez Digan, donó este solar a la Orden de Franciscanos Descalzos, y que este fue el motivo de la venida de esta orden a la villa cacerense cuando corría el año de 1668.

Más al punto se vio que estos frailes eran unos mandones, prepotentes que sin tardar quisieron hacerse los amos, dueños y señores del asunto de captación de fieles y con ellos de su limosnero, cosa esta que fue motivo de que se enemistaran y crearan enemiga con el resto de las Órdenes Religiosas implantadas en la villa, y hasta de los párrocos cacerenses, que la veían como disminuían las influencias entre la sociedad, y no solo las influencias que tenían sobre las almas de los cacereños, sino también las que tenían sobre sus bolsillos.

-Menudo es el aire para el candil-se pronunció el tío Ventura que fue Guardia de Asalto con la Republica.

Junto al hospital de la Piedad, fue donde edificaron su ermita, y fue su construcción la que desató la más grande enemiga entre los religiosos de la villa cacerense, llegando al punto que le pusieron pleitos, y resultaron ser los religiosos más en contra el párroco de San Juan ¡, el párroco de San Mateo, el Guardian de San Francisco y el Prior de Santo Domingo, y como no podía ser de otra manera, hasta el propio Concejo.



Más los frailes, no hicieron ni puto caso a los autos y providencias, es más siguieron a lo suyo, recaudando almas con sus carteras, visto el discurrir del asunto, los religiosos de la villa cacerense y para que parasen las obras de su ermita, tuvieron que recurrir al entonces recién elegido obispo de la diocesis de Coria, don Sancho Antonio de Velunza y Corcuera, ¿aquel que.? Si el mismo que en 1726 excomulgaría al maestro Churriguera, a los maestros canteros, maestros alarifes, peones y al mismo Concejo por las obras del Arco de la Estrella, el mismo loco si, el que paso a la historia de la villa cacerense por aquella hazaña de perturbado.

Ordeno el obispo Velunza, a la Orden de Franciscanos Descalzos, pararan las obras de su ermita, bajo pena de excomunión mayor, a lo que los frailes volvieron a hacer oídos sordos y siguieron a lo suyo, terminaron la ermita, y la inauguraron con el debido boato que los curas hacen con estas cosas el día 5 de agosto de 1718, y sucedió que el obispo agarró tal cabreo, que hasta mandó tapiar la puerta y requisar las imágenes.

Más la Orden de los Franciscanos Descalzos, apeló tal decisión al Santo Padre, y este, cual sabio Salomón, y dirimió la contienda de tal forma que permitió que se abriera la capilla, más que limitaran el número de frailes sacerdotes que se podrían quedar en Cáceres, y todos contentos.



-Venga pasando por caja a pagar que nos vamos, que el candil se esta apagando, vocifero la Eugenia, ya habéis oído, no tengáis tanta cara como los curas.

-Clan, Clan, Clan, nueve de diez tejos eh, que decís de la partida, venga, que parece que hoy con la iglesia habéis topado.



Agustin Díaz Fernández

 
 
 

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