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MUERTE DE UN CURA A GARROTE VIL II CÁCERES

  • Foto del escritor: Llopis Ivorra-AgustinDiaz
    Llopis Ivorra-AgustinDiaz
  • 14 abr
  • 5 Min. de lectura

           LA EJECUCION DE UN CURA A GORROTE VIL (II)

Crónica desde La calle Cuba de Mi Llopis Ivorra

Rollo, se llama a la máquina de Garrote         

Desde 1812, el garrote fue sustituyendo a la horca: garrote ordinario para el estado llano; garrote noble para los hijosdalgo; y garrote vil para delitos infamantes, sin distinción. La diferencia estaba en el modo de llegar al patíbulo (en una bestia de albarda, a caballo o arrastrado dentro de un serón), y en la ornamentación del cadalso (con más o menos bayetas negras o blandones). Este método tampoco producía la muerte instantánea, pero se perfeccionó para romper la espina dorsal del reo al tiempo que lo asfixiaba, acortando el suplicio.

El martirio no siempre acababa con la muerte. En Cáceres, Felipe Claros y Esteban Rodríguez sufrieron la pena de descuartizamiento y sus cuerpos se expusieron troceados en lugares visibles como escarmiento. Otra condena brutal era el arrastramiento del cadáver en serones por la villa. Se les impuso a dos jóvenes en 1807 y 1826: María Rodríguez y Pedro Serrano. Además, en 1837 se encubó a Mateo Picado, pena que solía darse a los parricidas. Consistía en encerrar su cuerpo en un tonel con un gallo, una mona, un perro y una víbora.

          

Don José Rodríguez Fuentes, natural de la parte de Badajoz, de Calzadilla de los Barros, distante en unas cuatro leguas de Zafra, cura de profesión y de linaje noble, era su filiación y ajusticiado en la villa cacerense en 18 de octubre de 1839, suceso que causo gran revuelo e impresión entre los vecinos de la villa de Cáceres.

Era el curilla, de aquellos caralinda, de hermosa apostura, verbo fácil, vistosa presencia de persona y vestidos de sotanas, de trato fácil y cordial, personaje inteligentísimo para lo que se estila en la época, buen contertulio, de exquisitos modales, dicen quien lo conocía, y ya fuera por su buena planta, o tal vez por su grande platica, o bien por todo en conjunto, gozaba de muchas y buenas amistades y no faltaba un palabra de ánimo al enfermo ni un consejo al que se lo solicitara, hombre piadosísimo, cumplidor de sus deberes pastorales y gran entendido en latines que iban más allá de su profesión eclesiástica, casi se podría decir que era un santo varón.

Así las cosas, pasaba el día el Páter don José Rodríguez Fuerte, sin percatase los suspiros de las mozas a su paso, las casadas le apreciaban bien y las viejas beatas se enamoraban de él, cosas estas terrenales por las que el mosén pasaba olímpicamente, no prestándole ningún interés ni dándole ninguna notoriedad, el curilla seguía con el pensamiento único que le  habían inculcando  en el seminario de don García de Galarza, que fuera Obispo de Cáceres, y fundador de tan pía institución, y no era otra que las culpas del cielo y tierra, de lo pasado y lo  por pasar la tenia la mujer, por tanto las odiaba o las ninguneaba o ambas cosas a la vez.

Y sucedió, que por aquel entonces, vivía cerca de la casa parroquial, un prodigio de mujer, por sus guapeza y hechuras, que aún no habia entrado en la treintena, aparte de bella, lista, simpática, agradable al trato y bondadosa a rabiar, aparte de buena cumplidora de los deberes cristianos como era menester, que atendía por el nombre de Serafina, piadosísima mujer, sin llegar a la beatería, de misa diaria y temerosa de dios.

A resultas que vivía el párroco don Josi, con un ama, tía a la sazón del curilla, mi mayor ya, y teniente de ambos oídos, y ya fuera por edad o por su principio de Alzheimer, la buena señora se despistaba de sus labores la buena mujer, y más de un día don José llegaba a llenar la andorga por su hora y se encontraba con el fuego apagado y el ama-tía, acostada ya por achaques ya por confundir las horas, entradas de estas nuevas, las parroquianas no faltaban a socorrer al mosén, en viandas, algún atusón que otro a la casa, para que al páter no se le comiera la mierda, hasta lavado y planchado, para que el curilla luciera su palmito bien aseado, y en una de estas se fijó el bueno de don José en la devota Serafina.

Pasando el tiempo, los amigos de partida del casino, se dieron cuenta de que don José daba un pelín de despistado, ensimismado, otrora que fuere un gavilán en el juego ahora era paloma, y que donde eran Bastos el jugaba a Copas, y que en los debates de la tertulia, parecía ausente unos ratos y otros que no estaba presente, unos achacaron cosas de preocupación por la salud de su tía, otros que se rumoreaba que el obispado le quería cambiar de parroquia hacia tierra hostil, resultado que ya no iba resultando la compañía del páter tan amena, y dejaron pasar el tiempo que todo lo cura.

Pero la cosa fue a peor y es que cuando la misa durara treinta minutos el las daba en quince, y hasta alguna parroquiana noto que equivocaba los latines, pero las beatas todo lo perdonaban, como no  perdonará a un curilla tan joven y apuesto, hasta que todo lo que va mal, tiende a empeorar y ya el “ Im Nomine Patris y Filii, Et Spiritus Sancti, Amen, hasta Misa Et, no duraba                                                  un suspiro, un aire, quizás un tabardillo leve, unas tercianas, que se habían quedada débil, de cuerpo y espíritu,  se escuchaban por las esquinas del pueblo, chascarrillos y porfías de cuál de estas eran las causas del mal del curilla.

Lo que nadie sabía, o al menos no se daban por entrados, es que al bueno de don José Rodríguez Fuerte, el diablo le habia llenado el cerebro de gurasapios, el maligno se habia presentado para habitar en él, y absorbido la sesera, el joven curilla de noble extirpe, puestos a morir, prefirió morir por la bragueta que  por la peseta, y a pesar del odio que sentía de suyo por las mujeres, no pudo evitar que el demonio le indujera a enamorarse perdidamente de Serafina, comenzó con requiebros, Serafina lo rechazaba, hasta que de tanto llevar el cantero a la fuente se rompió, rompió la resistencia de la bella Serafina ante la persistencia del Páter, pero Serafina no era libre, el curilla tampoco, el se debía a sus votos de castidad, ella a la fidelidad de su marido, marido a la sazón zapatero del pueblo, pero tanto andar con el culo al aire y la sotana arremangada, más quería, y como berraco en berrera quería ser el único macho del rebaño, así las cosas, una fatídica noche, mientras el zapatero descansaba en su lecho, junto a su amada esposa Serafina, don José Rodríguez Fuerte el cura de Calzadilla de los Barros dio muerte a cuchilladas, al zapatero que le estorbaba para mejor retozar con su pécora amada.




    


RELATO DE PUBLIO HURTADO

El día de la ejecución del cura, las nubes amenazaban tormentas, y cuando el verdugo dio vueltas al trinquete, empezó a caer agua como si nunca hubiera llovido, grandes los truenos, impresionantes los rayos, parecía que se hubiera abierto el averno, aquello hizo que los curiosos y hasta las fuerzas vivas de la ciudad huyeran despavoridas, tanta fue la estampida que hasta el propio verdugo dejo solo al  muerto, dejo la custodia a los pobres soldados que resistan como héroes, pasadas unas horas vieron como el curilla se movía, lo trasladaron al hospital, mientras las autoridades debatían si llevarlo otra vez al rollo del garrote, o se le habia de perdonar la vida, y resulta que a eso de las doce de la noche, acabaron las tribulaciones de las autoridades, murió del todo el páter José Rodríguez Fuerte.


ESCUDO DE LA VILLA CACERENSE
ESCUDO DE LA VILLA CACERENSE

Agustín Diaz Fernández



 
 
 

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